Un repaso por el show que dio la banda en Argentina y por la importancia de su líder, Jack White, en el contexto musical de la época.

Por Rodrigo López

Fotos gentileza de prensa

Jack White es de esos artistas que tienen más de una faceta, y que saben muy bien cómo economizarlas y distribuirlas para que todo siempre quede en su lugar. No es necesario a esta altura hacer un repaso detallado por el recorrido de este talentoso guitarrista, cantante y multiinstrumentista —sí, en ese orden—. Ya sea desde la unidad evolutiva entre el rock de garage y el rock alternativo e industrial (The White Stripes), desde un formato menos experimental y más centrado en la potencia originaria (The Raconteurs) o desde un juego mucho más inventivo y oscuro (The Dead Weather), White se las viene ingeniando para reinventar y expandir continua y agresivamente los límites del rock clásico.

Pero además de importante, Jack White es tan necesario para nuestra generación como una gota de agua en el desierto. En una era en la que el sonido urbano en todas sus ramificaciones volvió a reinar con absoluto merecimiento, esta cruza de inventor y mecánico nacido en Detroit nunca duda en aparecer en el momento justo para demostrarnos que él siempre “salvará al rock and roll”, independientemente de si alguien se lo pida o no. Más allá del lugar común, es un hecho más complejo: White se convirtió en la personificación plena y última de este género tan al mismo tiempo latente y dejado de lado en los tiempos que corren.

Y lo hizo con un giro mortal, al entender que la mejor manera de atacar un problema es con los principios en la mano y sin ningún límite ni remordimiento. El punto de partida para este (in)esperado regreso fue su tercer disco de estudio, titulado Help Us Stranger (2019), un trabajo que encontró a The Raconteurs revisitando esa base sonora compuesta por el rock de garage y el blues rock en estado puro y que le trajo a la banda su primer número uno en los Estados Unidos. Dato que no es en absoluto menor si recordamos que el rock de guitarras no se encuentra en su momento más saludable y que su pervivencia suele depender de rescates emotivos que poco tienen que ver con la actualidad.

Con esa premisa llegó The Raconteurs a nuestro país, en noviembre pasado, buscando demostrar que se puede ser clásico y moderno al mismo tiempo y que nunca viene mal un poco de locura entre tanta alabanza digital. Fue muy poco lo que Jack White y compañía tardaron en salir a escena para encontrarse cara a cara con un Teatro Gran Rex prendido fuego y sin ninguna butaca vacía. En su primera visita oficial a nuestro país como banda, los norteamericanos no tardaron en dejar elevada la vara en un solo movimiento: con la potencia de un millón de caballos de fuerza, “Bored and Razed” construyó una altísima pared sonora en las que el delirio y la distorsión fueron protagonistas; luego de un solo celestial y contundente, la más experimental “Level” —con toques de blues originario y rock pesado— trajo un poco más de empuje a un teatro que hacía varios minutos estaba de pie, como si se tratase de un show en estadio.

El paso al formato (doble) electro-acústico durante “Old Enough” trajo aires folk rock al Gran Rex e hizo lucir al guitarrista en sus segmentos vocales, todos ellos ejecutados casi a capella. Respetando la idea de ser auster y eficiente al mismo tiempo en cada una de sus intervenciones con las seis cuerdas, su movimiento hacia el teclado previo a “You Don’t Understand Me” le permitió configurar uno de los momentos más bellos de la noche: bajo una atmósfera tenebrosa, The Raconteurs realizó un muy doloroso y emotivo viaje hacia los viejos salones de blues, en un rescate de la black music originaria realizado desde una óptica siempre apegada a la literalidad. El momento solitario en clave lo-fi fue el pie ideal para regresar de lleno al barro, con la distorsión alternante y agresiva —el uso de la pedalera fue preciso en ese sentido— de la mucho más cruda “Top Yourself”.

Del quiebre de los límites sonoros al country rock purista sin escalas, merced de una acertada versión de “Only Child”, para luego volver de inmediato a la carga con su cover entre hard rock y rockabilly de “Hey Gyp (Dig the Slowness)”, de Donovan. El enlace entre el góspel de “Shine The Light On Me” y el clasicismo country de “Somedays (I Don’t Feel Like Trying)” —a puro suspense, tensando la cuerda sin jamás romperla— fue casi imperceptible:  The Raconteurs creó una pieza zeppelinesca que evitó que las pulsaciones perdiesen aceleración. Sacando ventaja de las partes desiguales que conformaron un todo (muy) particular, Jack White y los suyos mutaron sin problemas del blues rock al country clásico, para darle el toque final en forma de una extensa jam en la que el peso específico y una batería al borde del derretimiento volvieron a quedarse con todos los recursos sonoros disponibles.

Ya previo a los bises, “Blue Veins” trajo nuevos aires de experimentación progresiva en sus primeros momentos, para luego convertirse en un híbrido entre blues y hard rock que culminó con otra masterclass de potencia y consistencia por parte de Keeler desde las alturas. Si este primer cierre a pura distorsión elemental —con un largo y (adrede) desorganizado solo capaz de unir todos los elementos que conforman a Jack White— encontró al gran protagonista de la noche tirando literalmente todo al carajo, lo que siguió fue la confirmación de que el hombre y la guitarra pueden fusionarse al punto de no poder reconocer cuál de las dos caras es la que posee predominio.

El regreso al escenario después del descanso fue apostando por el punk y el hard rock de “Salute Your Solution”: los norteamericanos se sumergieron en un mar de manos que buscaba como mínimo rasguear una cuerda. El indie rock en clave pre-2000 se hizo presente durante “Consoler Of The Lonely”, con la que Jack White hurgó en sus orígenes culturales, mientras que con “Help Me Stranger” y “Together” el músico de Detroit entregó dos momentos acústicos cargados de arraigo. El denso latir de “Carolina Drama” terminó en otra vuelta de tuerca llena de punteos y alaridos encabezada por un guitarrista completamente poseído. Tal vez lo único previsible del show haya sido el grand finale cortesía del blues rock pseudo-radial (bien comprimido y económico, como no podía ser de otra manera) de un hit hecho y derecho como lo es “Steady, As She Goes”.

Poco más de dos horas duró el ritual de fuego de The Raconteurs, que dejó conformes a los espectadores: en ese lapso, banda y público se unieron en una celebración en la que no se distinguieron las diferencias entre el escenario y las butacas. Sin renegar de las herramientas sonoras más modernas, pero aferrándose con uñas y dientes a esa tradición sobre la que construyó una de las carreras más multifacéticas de la historia, Jack White volvió a dejarle en claro al mundo que la distorsión y la locura del rock and roll puro siempre estarán al acecho dispuestas a seducir y conquistar. //∆z