Las tramas de poder y disputa familiar emparentan a Sucession, la serie estadounidense producida por HBO, con los conflictos típicos de las obras shakesperianas. En esta nota lo repasamos.

Por Manuel Álvarez

Decir que algo es shakesperiano quiere decir que aquello está influenciado, inspirado, por las tragedias familiares y, especialmente, por el poder, temas sobre los que solía escribir con humor e ingenio el inglés. Hamlet, por ejemplo, la obra en la que un príncipe quiere vengar el asesinato de su padre, el rey bueno, en manos de su tío, el rey malo. O Ricardo III, el hermano sin escrúpulos que conspira para llegar al trono.

Succession es, entonces, una serie shakesperiana por lo que aborda: una sucesión con las miserias a la intemperie. Aunque pensar en sucesión y en Shakespeare inmediatamente remite a Rey Lear, donde un rey ya viejo empieza a pensar en quién de sus tres descendientes, todas mujeres, lo va a suceder en el trono. Algo parecido pasa en la adictiva serie de HBO, solo que los descendientes son cuatro y hay una sola mujer que, como Cordelia en la obra de Shakeaspeare, también es la menor y la, aparentemente, preferida.

La serie tiene a Logan Roy, el dueño de un imperio de telecomunicaciones llamado Waystar Royco, que, a sus 80 años recién cumplidos, parece querer pasarle el legado a su hijo Kendall, un cuarentón nervioso e inseguro que siente que llegó su hora, que quiere aggiornar la empresa vetusta de su padre y convertirla en un aglomerado de medios acorde a los tiempos que le tocan. Pero algo su ego hace que Logan cambie de opinión y, finalmente, decida quedarse en el trono que él mismo construyó. Como buen tirano, su derecho está basado en la propia persona, no en la razón.

Así empieza la serie que, en su primer capítulo, pinta a la familia de cuerpo entero, porque además del padre y el hijo, están los otros hijos: Connor Roy, el mayor, un boludón ajeno al poder; Roman Roy, un payaso histriónico y poco preparado, al mejor estilo Sonny Corleone; y, por último, Shiv, asesora política de un candidato a presidente que planea destruir el imperio de su padre, una mujer segura y artera que se mantiene alejada de la empresa familiar, pero no de la familia. ¿Quién de todos sus hijos puede sucederlo? ¿Quién puede estar a la altura? Logan parece tener clara la respuesta: ninguno. A fin de cuentas no hay, ni habrá, nadie mejor que él.

Logan Roy podría llamarse tranquilamente Rey Logan, ya que Roy en antiguo francés significa Rey. Es el personaje más fuerte por el peso que ejerce sobre los demás, por el temor reverencial que le tienen, ya sean hijos o súbditos, es una especie de mezcla entre la irresponsabilidad de Lear y la ambición de Ricardo III y Claudio, todos reyes. Logan hace lo que quiere porque puede. Puede mearle la oficina al hijo para marcar territorio, denigrar a su hermano o pegarle a su nieto. No pasa nada o, mejor: todo pasa.

Pero que quede claro: aunque Logan parezca el malo, en Succession no hay buenos. En todo caso, hay menos malos. Todos buscan sacar el mayor provecho de su cercanía al patriarca, todos venderían su alma y pisarían a cualquiera que se les cruce por un poco de poder. No hay ética, los Roy no saben qué es eso. Hay mentiras y ambición, lo que sea por escalar: los ricos no piden permiso.

Así como en The Wire resaltaban las esquinas que determinaban el poder de la calle y en Mad Men los ascensores que mostraban el ascenso o el descenso de Don, en Succesion el elemento clave son las puertas: espejadas, ahuecadas, de madera, todas llevan a alguna parte, pero no todos las atraviesan. Solo a una persona no hay puerta que lo detenga, solo una persona tiene la llave, todas las llaves la llave. Sea en una boda, en una gala, en una asamblea, en una comida familiar o en una terapia familia. Porque siempre hay un evento que los une, a la fuerza, pero los une. El amor no es más fuerte, pero el lazo que les da poder sí.

Probablemente la relación más perturbadora, la que sobresale, es la de Logan y Kendall, la del padre y el hijo que, por lógica, debería sucederlo. Kendall está trastornado por la figura y la sombra de Logan. Tanto que pierde la confianza en lo que hace, se vuelve dubitativo, inseguro, y cuando tiene enfrente al padre directamente balbucea, no puede hablar de corrido. El juicio desfavorable, la contra, el poco respeto por su opinión y la absoluta falta de sensibilidad de Logan hacia su hijo hacen que Kendall termine siendo un muñeco dominado.

Kendall podría, como Kafka, escribirle una carta, un mail, a su padre, diciéndole, explicándole, por qué le tiene miedo. Es indispensable que esto sea por escrito o, a lo sumo, por celular o por televisión, cosa de que el padre no esté presente, porque si Logan no sale de la sala, si su hijo lo ve a la cara, no va a poder, lo disminuye si está frente a él.

O quizás, simplemente, pueda pasarse de cocaína, como quiere Logan para tenerlo controlado, y decirle lo que sobrio no se anima. Como hace en esa terapia familiar trunca de la primera temporada, después de que Logan descargue su ira con Shiv por jugar para su enemigo político. “Lo que ustedes no entienden es que todo es parte de un juego”, dice el padre. Y entonces Kendall se ríe, se sienta en la mesada, lo mira a su padre y se ríe. “Nací con suerte, ahora me doy cuenta, y vos estás celoso, estás jodidamente celoso, de todo lo que nos diste y no lo podés manejar”, dice, al fin. Logan se acerca y le dice que él no es nadie. Pero la mano le entró. Es todo parte de un juego, sí, y los chicos quieren rock.

De regreso a Shakespeare, a Hamlet, al desmedido amor por Hamlet, como escribe Onetti, ahí hacer justicia al padre es vengarlo, ¿y cómo puede Kendall hacer justicia al padre? Corriéndolo del medio, eso lo emanciparía, eso lo convertiría, finalmente, en el killer que su padre soñó.//∆z