En Spinetta, ruido de magia (Planeta, 2019) Sergio Marchi realiza un trabajo biográfico extenso, pero también de crítica musical, que recorre toda la vida y obra de una de las figuras más grandes de la música argentina.

 Por Matías Roveta

“Más allá de Vera, Luis sintió un compromiso tan fuerte por la tragedia del Ecos que se le tornó necesario también hacer algo más por los chicos que sobrevivieron y por los padres que perdieron a sus hijos. ¿Cómo darles esperanza? ¿Cómo ofrecerles un futuro? El hombre que había escrito aquella mítica cantata que atravesó como un rayo al rock argentino con la sentencia ‘mañana es mejor’, tenía un desafío a su medida”, explica, sobre la motivación creativa de Spinetta para el disco Un Mañana (2008), el periodista Sergio Marchi en su libro Spinetta, ruido de magia (Planeta). Spinetta buscó con ese álbum crear un grupo de canciones que funcionaran como un espacio de contención y consuelo para los padres que habían perdido a sus hijos en ese accidente automovilístico (en octubre de 2006 un camión conducido por una persona alcoholizada embistió de frente a un micro que trasladaba alumnos del colegio Ecos en la ruta nacional 11, a la altura de Santa Fe), como así también para los propios chicos y chicas desvastados y desvastadas por la fatalidad: su hija Vera Spinetta era alumna de esa institución y no formó parte de ese viaje, pero era amiga de varios de los nueve alumnos que murieron ese día. La idea de trabajar para construir un mañana mejor (Spinetta formaría parte de Conduciendo a Conciencia, la organización creada luego de la tragedia con el fin de luchar por la seguridad vial) y del arte como refugio ante tanto dolor eran parte de la inspiración de ese disco clave en la frondosa discografía del Flaco.

Pero en Un Mañana el concepto de “mañana es mejor” no parecía tratarse de un mandato artístico, más allá de que –fiel a la costumbre de Spinetta- el disco no sonara parecido al anterior ni a ningún otro suyo; sino que era, en realidad, leído como un mensaje de aliento para dar vuelta la página y superar la angustia ante la pérdida. No obstante, no podía perderse de vista que Spinetta pareciera estar volviendo sobre esa idea tan resonante en su carrera justamente sobre el final del recorrido: en definitiva, ese disco –más allá de los póstumos Los Amigo (2015) y el reciente Ya No Mires Atrás (2020)- es el último en el que Spinetta trabajó de forma activa en su vida. Parecía, entonces, que el círculo se estaba cerrando y tenía mucho sentido que fuera así: “‘Mañana es mejor’” son tres palabras que los fans de Spinetta enarbolaron como una de sus de sus tantas banderas. Extraída de ‘Cantata de puentes amarillos’ [del disco Artaud de 1973], la frase pareció sintetizar con exactitud el sentir de su compositor, un especialista en el desmarque. Esa es, quizás, una de las pocas etiquetas que permitió en su vida: la del artista que no desea quedarse aferrado a un éxito, a un estilo, a un instante de gloria, o siquiera a la comodidad personal”, argumenta Marchi en el primer capítulo.

Y a lo largo de las casi setecientas páginas del libro quedará claro, una y otra vez, que Spinetta fue un artista íntegro, inquieto, en permanente transformación y para el que solo la idea de lo nuevo era en lo realmente valía la pena trabajar. El mañana es mejor aparece una y otra vez, casi como mandamiento ideológico, y ese es uno de los principales elementos narrativos que atraviesan de punta a punta a esta gran biografía: sin entrar en la consideración de sus muchos y geniales discos, basta como ejemplo las innumerables veces que Marchi analiza la relación de amor-odio de Spinetta con una de sus obras magnas, “Muchacha (ojos de papel)”. Ese clásico de Almendra escrito para su primer gran amor, Cristina Bustamante, con su aura de belleza etérea, su bordoneo español de guitarra acústica en la intro y sus coros con armonías vocales deudoras de los Beatles y los Byrds, flechó a todo el mundo apenas fue editado a fines de 1969: pero para Spinetta era una suerte de maldición, porque no quería ser catalogado como un escritor de baladas de amor ni que se lo encasillara a un solo éxito. Su respuesta fue negarse sistemáticamente a tocarla en vivo a lo largo de más de cuatro décadas de carrera. Solo la incluiría en sus listas en contadas ocasiones y se pelearía con su público cada vez que se la pedían durante sus recitales: a la única persona a la que siempre le concedía el deseo era a su propia madre, Julia, cada vez que el Flaco la visitaba en su casa de la calle Arribeños en el Bajo Belgrano.

Pero Marchi sí va a fondo con la obra de Spinetta y así desnuda su costado de crítico musical, al tiempo que también cumple con su rol de biógrafo. Uno de los grandes méritos de la biografía es que el autor no acumula simples datos cronológicos, sino que los dota de sentido y contexto y, sobre todo, analiza la discografía del artista con un nivel de profundidad sobresaliente. Y salen a la luz varios de esos famosos desmarques de los que habla Marchi: la respuesta de Spinetta al prejuicio absurdo de que Almendra –en contraposición, por ejemplo, a Manal- hacía rock blando, fue entre otras cosas intentar escribir una ópera rock en sintonía con lo que había hecho The Who con Tommy (1969); el proyecto no prosperó, pero sí la ambición de un disco doble que ampliaba la paleta de colores del grupo (un poco de folk, blues, psicodelia y el rock más duro de “Parvas” que anticipaba el sonido por venir) y así Almendra II (1970) -con desparpajo y por momentos desprolijidad- se alejaba de las sutilezas del disco debut y su mezcla sublime de rock, tango, jazz y guiños a las orquestaciones de los Beatles (la famosa relación de “Laura va” con “She’s Leaving Home”). Spinetta desarmó Almendra para dar vida a Pescado Rabioso, que en su primer disco Desatormentándonos (1972) abrazaba el blues rock en clave Led Zeppelin; el desmarque siguiente fue Pescado II (1973), con el que Spinetta repetía la idea de ampliación y cambio: había solo un blues (“Como el viento voy a ver”, inspirada en “Since I’ve Been Loving You” de Zepp) y el disco incorporaba vetas progresivas y sinfónicas (entre otras canciones, el cierre épico con “Cristálida”). El paso siguiente fue por partida doble: casi al mismo tiempo, Spinetta preparó el debut de Invisible (1974) –un trío de rock junto a Pomo y Machi en la base rítmica, con quienes iba a desarrollar composiciones cada vez más elaboradas con métricas complejas, espíritu progresivo y en donde la veta de jazz rock comenzaba a aparecer como una influencia decisiva- y Artaud (1973). Mucha agua había corrido bajo el puente y Spinetta buscaba una suerte de renacimiento artístico y espiritual. Había conocido a su futura esposa, Patricia Salazar, estaba en camino de dejar las drogas y de despojar su sonido para dar vida a canciones hermosas y llenas de luz que hablaban sobre amores pasados (“Cementerio Club”), el desafío de ser padre (“Todas las hojas son del viento”) y sobre la idea de evolución personal como motor de cambio y crecimiento (“No estoy atado a ningún sueño ya”, cantaba Spinetta con el Lennon solista post Beatles como faro en “Las habladurías del mundo”). La idea de vivir en comunidad, los resabios del hippismo y la búsqueda de percibir la realidad con sentidos alterados habían llegado a su fin: para Spinetta, la revolución era un camino individual. Y tenía sentido entonces que Artaud fuera su primer disco realmente solista: más allá de su edición con la firma de Pescado Rabioso y más allá de la aventura experimental, lisérgica y comunitaria de Spinettalandia y Sus Amigos (1972).

Demasiados tableros pateados y demasiadas transformaciones en muy poco tiempo: apenas cinco años y todo un caudal de obra fundamental para el rock argentino. Pero los desmarques seguirían durante toda la carrera de Spinetta: habría discos de jazz rock con Spinetta Jade (Alma de Diamante de 1980, por ejemplo, otra obra maestra para recordar); un disco íntimo y acústico, el maravilloso Kamikaze de 1982; un disco en inglés; un disco nacido de una película; discos de furia distorsionada y hard rock virtuoso, junto a Los Socios del Desierto), y la lista podría seguir casi hasta el infinito si se sumaran otros discos claves como Téster de Violencia (1988) y su concepto sobre la violencia, Pelusón of Milk (1991) y la dedicatoria a su hija Vera recién nacida o Silver Sorgo (2001) y la premonición de la crisis de 2001 con el hundimiento de la economía (y la moneda) nacional. Pero Marchi, con ayuda de toda la familia Spinetta y más de cien entrevistas realizadas a lo largo de tres años de trabajo e investigación, logró redondear una suerte de biografía definitiva sobre Spinetta: acá también está el hombre, la persona detrás de artista. Así, el Flaco es retratado como un padre responsable y atento al crecimiento de sus hijos, como un amigo leal y generoso todo el tiempo dispuesto a dar una mano, como un anfitrión dulce y hogareño al que le gustaba agasajar a sus afectos con alguna de sus fascinantes comidas, como alguien que se dejaba apasionar por las guitarras y por los autos casi por igual y que tenía un gran sentido del humor; pero la biografía también permite distinguir algunos de los pliegues no tan virtuosos de la personalidad de Spinetta: en sus genes italianos estaba contemplada la ética del trabajo, pero también su condición de tano cabrón que explotaba cuando las cosas no se hacían como él quería. Y era además un celoso incurable: celaba a sus parejas, pero también a sus músicos cuando alguno de ellos decidía tocar en otra banda. Pero el amor siempre parecía terminar primando: solía tener furiosas peleas, por ejemplo, con Diego Rapoport -uno de los tecladistas que más lo acompañó en su carrera y otra personalidad muy fuerte- pero siempre terminaban reconciliándose y cenando juntos algún pulpo a la gallega en la casa de Spinetta; en otra oportunidad, por ejemplo, celó a Patricia cuando ella decidió ir a hacerse masajes, pero luego terminó pidiendo perdón, se hizo amigo del masajista y compuso una canción hermosa en su honor, “Tony”, de Spinetta y Los Socios del Desierto.

El libro también arroja luz sobre uno de los aspectos claves de Spinetta: su relación con la política. Según Ricardo Miró, un viejo amigo de Spinetta citado por Marchi, el Flaco podría ser definido como un “humanista”. “Era un filósofo y un verdadero intelectual, además de un artista. Él pensaba en la gente, y la gente lo amaba. Cuando vos le hablabas de ‘artista comprometido’ eso no le gustaba: él estaba comprometido con su arte”, completa Miró. Pero está claro que eso nunca le impidió comprometerse con causas que él considerara importantes: según Marchi, siempre defendió la educación y la salud y, en ese punto, es recordado su apoyo a los docentes durante los tiempos de la carpa blanca y, más cerca en el tiempo, su militancia en torno a la citada Conduciendo a Conciencia. Pero a lo largo de la obra de Spinetta hay además instancias en donde su arte habló e interpeló al terror reinante: en 1976 editó junto a Invisible El Jardín de los Presentes en plena dictadura militar, un disco que incluye la epopeya espacial con reminiscencias tangueras de “El anillo del capitán Beto”, que suelta en la letra la frase de “si esto sigue así como así, ni una triste sombra quedará”. ¿Era un dardo dirigido a los militares, un grito de alerta sobre la oscuridad que Videla había desatado? Difícil saberlo, pero es probable: lo que sí está claro es que, en pleno inicio del accionar siniestro de la Dictadura, una frase así no podía pasar desapercibida ni ser escindida de la realidad que se vivía. Otra canción de ese disco es “Las golondrinas de Plaza de Mayo” y acá Spinetta no hablaba del movimiento de Madres y Abuelas, que no habían todavía empezado a movilizarse cuando el disco fue editado, pero Marchi explica: “Como el propio Luis Alberto aclaró ‘no hablaba solamente de pajaritos’. A viva voz cantaba: ‘Y si las observas, comprenderás que solo vuelan en libertaaaaaaad’, palabra interdicta en la Argentina de aquel entonces, azotada por una dictadura militar”.

El Jardín de los Presentes tenía una impronta urbana: Spinetta en ese disco habla del barrio, de los colectivos, las plazas y hasta de la cancha de River. Volvió a trabajar con ese mismo estilo porteño y terrenal en Bajo Belgrano (1983), otro gran disco de Spinetta Jade: allí las referencias sobre la coyuntura eran mucho más claras, desde la dedicatoria de “Maribel se durmió” a las Madres de Plaza de Mayo hasta la referencia a los vuelos de la muerte sobre el final de “Resumen Porteño” (“Solo flotan cuerpos a esta hora”, canta Spinetta mirando el Río de la Plata). Más allá de las cuestiones políticas, lo que prima -luego de analizar una obra tan prolífica como la de Spinetta- es que sus canciones son como pequeños tesoros en donde se puede ir a buscar respuestas casi de todo tipo: respuestas para corazones rotos, para personas perdidas, para personas en la búsqueda de algo. Espacios para despertar, para viajar y volar, para enriquecerse, disfrutar, relajarse y hasta reír. Con el ejemplo de su inclaudicable búsqueda artística, Spinetta legó la idea de estar en constante movimiento, pero también la de confiar en uno a pesar de todo. Porque depende de cada oyente dejar nacer esa luz propia: la de Spinetta sigue alumbrando aún en la ausencia.//∆z