American Horror Story no es una historia más de terror, fantasmas y casas embrujadas, sino un thriller en el sentido estricto, es decir, una de suspenso inteligente en la que los fantasmas no solo son protagonistas sino que a través de sus historias nos permiten ver críticamente los lugares más oscuros de la sociedad norteamericana. Su primera temporada acaba de finalizar y ya tiene asegurada una segunda para este año.

Por Luis García Fanlo

 

Cuando me recomendaron que visionara la serie de televisión American Horror Story lo primero que se me vino a la mente fue cierto escepticismo sobre la posibilidad de una historia de terror, específicamente sobre casas embrujadas, que tuviera originalidad. Mi escepticismo se convirtió en pesimismo cuando supe que los creadores de la serie eran Ryan Murphy y Brad Falchuk, que si bien tenían como antecedentes ser los productores ejecutivos de grandes éxitos como Glee y Nip/Tuck, carecían en absoluto de trayectoria asociada al selecto mundo de las historias de terror. Me insistieron tanto en que le diera una oportunidad que finalmente lo hice y en una tarde-noche me puse al día con los primeros seis episodios que ya llevaba emitida la primera temporada. No pude dejar de verla hasta al final.

Contra todo pronóstico me encontré con una extraordinaria narración, absolutamente original, que no tenía nada que ver con todo lo ya visto no solo en términos estéticos sino también éticos, dramáticos y hasta sociológicos. American Horror Story no es una historia más de terror, fantasmas y casas embrujadas, sino un thriller en el sentido estricto, es decir, más que una narración de terror una de suspenso inteligente más cercano a Hitchcock (pienso en Psicosis) o a Stephen King (pienso en El Resplandor), en el que los vivos y los muertos coexisten y conviven en esa maldita “casa de los asesinatos” y están condenados a existir eternamente sin posibilidad de redención. Pero más que los vivos, son los muertos los protagonistas que, por cierto, deben adaptarse a su “nueva situación”, encontrar su lugar en la casa, reconstruir sus “vidas” y lidiar no solo con sus propios oscuros pasajeros sino también con los que van apareciendo en la trama fantasmal de relaciones sociales que entablan entre ellos, y por supuesto también con la familia Harmon (interpretados por Connie Briton, Dylan McDermott, Taissa Farmiga) y la misteriosa Constance encarnada magistralmente por la actriz Jessica Lange.

Como toda buena serie de televisión, la diégesis admite diversos niveles de lectura e interpretación que hacen que el espectador deba comprometerse activamente con la historia, convirtiéndose en un hermeneuta abocado a descifrar, no tanto el misterio que esconde el sótano de la casa, sino algo mucho más complejo y, a la vez, más básico, que se puede resumir en la siguiente pregunta: ¿Quiénes están muertos y quienes vivos en esa casa? Bienvenida la sociología de los fantasmas y una ficción que en muchas formas nos permite ver críticamente los lugares más oscuros de la sociedad norteamericana.//z

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