El ángel, la película de Luis Ortega que fue furor el año pasado, estuvo basada en el libro en el que el periodista Rodolfo Palacios cuenta sus encuentros en la cárcel con Carlos Robledo Puch. Con sus semejanzas y opuestos, las dos obras se meten en la vida y la mente del asesino serial más famoso de la historia argentina.  

Por Pablo Díaz Marenghi

Fue uno de los filmes destacados del 2018. No solo por su atractivo visual y narrativo sino, también, por la polémica que generó. Dentro del ámbito de la crítica cinematográfica, las opiniones fueron positivas. Hubo cuestionamientos que marcaron cierto endiosamiento al asesino. Otros actualizaron el concepto y lo tildaron de femicida. El director Luis Ortega lo explicó en una entrevista: “Es una tradición del cine. Se usa al bandido en oposición a un mal mayor, como la civilización, que supuestamente es el bien. Es una traspolación y para eso necesitás el lenguaje poético, en donde ya no se puede hablar de realidad. Es como el Conde de Lautremont”.Dice Thomas De Quincey, en su libro El Asesinato como una de las Bellas Artes, que el asesinato puede analizarse de dos maneras: desde una perspectiva moral y desde una estética. El filme de Ortega va en este último sentido: los resquemores sociales y políticos quedan de lado. De todos modos, existe un sustento periodístico real: el libro El Ángel Negro, de Rodolfo Palacios, quien también colaboró en el guión junto al escritor Sergio Olguín.

Allí se cuenta, en detalle, el caso de Robledo Puch. Palacios no juzga, como con Ricardo Barreda u otros criminales que retrató en sus libros; humaniza al criminal pero no en un sentido celebratorio, sino, más bien, holístico. En el mismo sentido que Ricardo Ragendorfer y Enrique Symns acuñaron el concepto de “periodismo delincuencial” en los años ochenta. Palacios no se queda solo con las fuentes oficiales (en general, policiales) sino que le da voz a los criminales para intentar entender lo que para el sentido común resulta inexplicable. En el caso del asesino de rizos dorados, la cara bonita del hampa, su prontuario se basa en, al menos, once homicidios, casi una veintena de robos y otros tantos hurtos. Detenido a los veinte años, acumula cuarenta y siete en prisión. Es la persona que lleva más tiempo presa de la historia argentina.

A partir de una gran cantidad de entrevistas realizadas en el penal, Palacios entabla una relación con Robledo Puch que, por momentos, resulta inquietante. Reconstruye su historia pero a la vez intercala sus propias reflexiones hacia el pasado y el presente. El resultado: logra retratar a un personaje ácido e irónico. Puch se ríe ante el temor que suele generar: “Dicen que soy peligroso para la sociedad. ¡Están locos! La sociedad es peligrosa para mí”.El Ángel Exterminador

“Cuídate. Acá adentro es el infierno pero afuera está peor, mucho peor”, le dice Carlos Eduardo Robledo Puch a un Palacios que, por momentos, se siente periodista, por otros perito y a veces amigo del asesino. Lo interesante de leer El Ángel Negro es encontrarse con los miedos y las elucubraciones de Palacios a partir de su acercamiento con él: las peleas con su novia, el pánico que sufre al comer un embutido preparado en la prisión y su peculiar vínculo con el criminal, que recuerda al de Truman Capote en las trastiendas de su libro A sangre fría. En un momento siente terror al darle la espalda a Carlitos, ya que de ese modo mataba, siempre por detrás y nunca mirando a los ojos de la víctima.

Más que en reconstruir los asesinatos y en conocer con lujo de detalles cómo y por qué hizo lo que hizo, Palacios está atento a escuchar y conocer qué hay del otro lado de “Azrael” (tal como lo llamaba la crónica policial de los años setenta). Escucha sus monólogos, donde destila su admiración por Hitler y el General Perón en partes iguales. Robledo Puch sueña con escribir una suerte de manifiesto que asegure la solución a todos los males del pueblo argentino. En su momento le envió una carta a Leopoldo Galtieri para alistarse en la Guerra de Malvinas (dijo que sabía manejar armas con precisión y que daría la vida por la patria). Ama a los Redondos y afirma que se peló por su admiración hacia el Indio Solari (quien escribió uno de los prólogos de la última edición). Tiene delirios de grandeza, mesiánicos, al mismo tiempo que pasa sus días en el pabellón de homosexuales de Sierra Chica. Según él, no por una cuestión de orientación sexual sino por motivos de seguridad. Asegura no haberla pasado nada bien al comienzo de su reclusión.

Con una prosa ágil que robustece la crónica roja mediante recursos literarios, en las páginas de esta biografía se cuentan su intimidad y sus orígenes. Sale a la luz la poca comunicación que tenía con su padre, una de las tantas posibles causas de su pulsión delictiva. Por momentos, Robledo Puch parecería ser tan solo un niño que pide a gritos atención. Se lo describe como “el nene de mamá” o “el gil del grupo” durante la adolescencia. El que paseaba por zona norte con las mejores camperas y las mejores motos. Esto queda claro con una de sus frase icónicas, que también forma parte de la versión de Luis Ortega: “A los veinte años no se puede andar sin coche y sin guita”.

El extraño de pelo largo

El Ángel fue la elegida para representar al país en los Oscar, aunque quedó fuera de la nómina final. Según alguna crítica liviana, el filme enaltecía a un homicida y a un asesino de mujeres, a un sátiro despiadado que no merece más que la condena social y el silencio perpetuo. Eso sería, más bien, una lectura solapada del asunto. Lo que intentó hacer Luis Ortega fue, más bien, exponer a un personaje sombrío pero también miserable. Hacer carne del pecado y no extender la vara de la moral sobre los hechos que cometió. La figura del criminal, el asesino en serie o el psicópata, han sido durante décadas alimento del mejor cine y del arte en general permitiendo la reflexión profunda sobre el ser. Va en la misma sintonía que aquel concepto acuñado por la filósofa alemana Hannah Arendt como banalidad del mal. Bastan algunos ejemplos recientes: Psicópata Americano, de Brett Easton Ellis, que también tuvo su versión cinematográfica, o Zodiac, de David Fincher (también basada en un caso real), son algunas obras que intentan escapar de las lecturas maniqueas y exponen hechos trágicos desde la perspectiva compleja que merecen.El director, quien ya se había lucido dentro de este mismo prisma en Historia de un Clan, le da un ribete más al asunto al profundizar en la reflexión estética y visual. La película es, desde su dirección de arte y fotografía, realmente majestuosa. Cada plano, cada detalle, por más ínfimo que sea, reluce y conmueve desde lo sensorial. Planos de partes del cuerpo, ojos, tetas, testículos que afloran por debajo de un boxer gastado, todo apela a la dimensión ominosa del ser, a conmover de un modo sutil por medio de un abanico tan amplio que podría abarcar desde Leonardo Favio hasta David Lynch.

En sus conversaciones con Palacios, Robledo Puch llegó a deslizar la idea de vender su vida para ser filmada. Hasta se ofreció como el actor que encarnara el papel principal y presumió de sus habilidades como “doble de riesgo”. También arrojó algunos nombres que le hubiesen gustado como directores: Steven Spielberg, Quentin Tarantino, Francis Ford Coppola o Martin Scorsese.

Vencedores vencidos

“Quiero salir y soy consciente de que me enfrento a una sociedad perversa. Una sociedad en la que la gente muere de hambre o come de la basura es absolutamente perversa”, dice Robledo Puch en la sala de visitas, y Rodolfo Palacios toma nota. Al leer su versión de la vida del asesino serial más célebre de la Argentina, el lector entiende un poco más, aunque sea un porcentaje mínimo, de la mente que maravilló hasta a Osvaldo Raffo, uno de los criminólogos más prestigiosos del país, que falleció recientemente. Nunca pudieron comprobar con certeza los motivos de sus asesinatos, sin freno ni razón aparente. Esa intriga sea, quizás, el mayor atractivo de Robledo, que afirmaba: “En realidad me gustaría ser otro”. Es ese anhelo tan común de algunos criminales con vidas tortuosas que se relaciona con lo dicho por Ricardo Melogno, el “asesino de los taxistas”, cuya vida reconstruyó el escritor Carlos Busqued en su novela/¿crónica Magnetizado (2018).

La película y el libro sobre “el ángel negro” sirven como opuestos complementarios que enriquecen la vida de una persona. El filme da una mirada desde el arte y la contemplación: el hampa como radiografía deforme de una sociedad enferma. La investigación de Palacios dignifica, sin glorificar, al lado más humano del asesino (aunque suene a contradicción) y amplía la mirada más allá de los expedientes policiales. El acercamiento a su figura, oscura e inquietante pero demasiado humana, se expande hasta cierto punto. Hay rincones inexplorados de la mente de Carlos Eduardo Robledo Puch que serán secretos eternos para siempre. Como las palabras que resonaron en su mente cada instante previo a sus disparos mortales. //∆z