La primera parte de la segunda temporada de The Walking Dead llegó a su fin y los productores nos ofrecieron una mid-season-finale que será recordada como una de las mejores de la historia de las series de televisión. La serie vuelve el 12 de febrero de 2012.

Por Luis García Fanlo

La clave de toda ficción televisiva, en cualquier género, es la verosimilitud del relato dentro de las reglas del mundo ficcional (diégesis) construido por quienes la producen. Cada género tiene reglas específicas de producción que constituyen las claves interpretativas para que la audiencia pueda reconocerlo estableciéndose así un régimen de creencia verosímil. No importa aquí lo fantasioso que pueda ser el relato (la audiencia reconoce que lo que está visionando es, precisamente, un relato ficcional) sino que ese mundo diegético sea consistente, es decir, tenga una lógica narrativa que haga razonable la sucesión de acontecimientos. Una parte de esa consistencia también tiene que ver con el uso de los instrumentos técnicos disponibles (dirección, encuadre, iluminación, edición, etc.), y la otra con la composición de los sujetos ficcionales que encarnarán los actores (su biografía diegética) y con la trama de relaciones sociales que se establece entre ellos. Si todos estos factores se conjugan artísticamente, estaremos frente a una ficción televisiva que atrapará a la audiencia generando efectos de realidad consistentes y persistentes en términos performativos de una subjetividad particular, es decir, el efecto de creer que lo que estamos viendo es real a tal punto que nos hace pensar, llorar, reír, enojarnos, angustiarnos, ponernos nerviosos, en otras palabras, nos produce una experiencia.

The Walking Dead es una serie de televisión del género apocalipsis zombie que reúne todos los requisitos enunciados para ser verosímil para todo aquel que, desde luego, guste de este tipo de narraciones pero, además, tiene ingredientes particulares ya que agrega un discurso ético-estético a la diégesis que nos interpela en términos de cuestionar aquello que comúnmente denominamos “naturaleza humana” y que yo prefiero enunciar como condición humana. The Walking Dead trata sobre la condición humana en un mundo donde todas las estructuras sociales, políticas, ideológicas y culturales han colapsado debido a la expansión de un virus mortal que ha reducido a la humanidad a su mínima expresión dejando a los sobrevivientes en su nuda vida, es decir, en su mera condición de vivientes expuestos cotidianamente a la experiencia de una previsible e inevitable muerte anunciada. De ahí que el título de la serie no aluda a los zombis sino a quienes aún no lo son pero que irreversiblemente, más temprano que tarde, lo serán. Y en esta primera parte de la segunda temporada esta situación es llevada al límite, ya que los personajes deben tomar decisiones sobre sus vidas condicionadas por el dilema entre hacer morir o dejar morir a quienes los rodean solo para prolongar, aunque sea un día más, su condición de “muertos vivientes”. En ese contexto es que hay que considerar los sucesivos acontecimientos que se van desarrollando a lo largo de cada episodio y los dilemas éticos que los personajes deben afrontar para resolverlos en la tensión entre los hábitos adquiridos antes del apocalipsis y los que demanda la nueva situación en la que están inmersos y condicionan su “humanidad”.

En el último episodio, titulado “Pretty Much Dead Already”, todas las contradicciones acumuladas a lo largo de esta segunda temporada estallan en una secuencia final que se caracteriza por ser narrada en puro lenguaje televisivo-cinematográfico, es decir, exclusivamente en imágenes. ¿Y qué son las imágenes en este caso? La autonomía absoluta de las prácticas sociales que definen, mal que les pese a sus ejecutores, las nuevas condiciones sociales de existencia que en su actualidad los definen.//z 

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