Entre el acierto y el derrape, se realizó el Puma Urban Art (¿Festival? ¿Exposición? ¿Mega hiper ultra cool event?). Ahí fuimos buscando la revolución del spray-paint y nos encontramos con otras cosas. Pablo Lakatos lo recorrió y ahora tiene un par de réplicas para hacerle.

Fotos de Pablo Lakatos

El Puma Urban Art vino y se fue fugaz. Lo que dura un graffiti copado sobre la pared de la vieja chota del barrio. La muestra consistía de una exposición de arte y minifestival de rock; y se desenvolvió con pleno éxito: amplia respuesta del público ambos días, buenos shows y una interesante selección de artistas (de los que hacen cosas para mirar, no de los músicos) nacionales e internacionales. Los grandes atractivos de la muestra eran los artistas norteamericanos Jeremy Fisher y Ron Enlglish.

Un primer descargo: Si me dicen Urban Art, imagino que unos tremendos punks, terroristas del color, vándalos héroes callejeros copan el C.C. Recoleta y lo destruyen. Lo intervienen hasta la médula, lo dejan hecho una bomba de tiempo, una estructura asesina que ataca a sus vecinos conchetos, a los feligreses que ignorantes van a rezar al pilar, ahí al lado. Pero no. Apenas dos grandes graffitis enormes adornan la pared del patio central del C.C. Recoleta. Una mujer en tetas, prima hermana de la que te saluda cuando vas llegando de zona norte a Belgrano R en el mitre, sonríe mientras su pelo se eleva como por estática. Más allá, hacia el fondo, donde la gente que no viene a la exposición hace cola para entrar a ver “Hombre Vertiente”, un cielo delirante les da marco, plagado de nubes vivas, aviones incongruentes y monstruos voladores.

El resto de la muestra se desenvuelve en las galerías, sobre prolijos lienzos, fácilmente removibles de la pared en caso de emergencia. Nada esta vandalizado, nada está forzado permanentemente contra las paredes, nada va a arruinar, o por lo menos, complejizar las muestras futuras que vayan a realizarse en este espacio.

Pero es así. Este es el mundo en el que vivimos. Puma convoca artistas urbanos (graffiteros, diseñadores gráficos, character designers, artistas del hot rod, escultores de plástico, diseñadores de juguetes, fotógrafos de lomografía), cuando todavía a las pintadas más lindas de San Telmo las persiguen con baldes llenos de detergente. Igual que cuando vas al Ciudad Emergente  y en el lounge para descansar te ofrecen la THC para leer: Incongruencias de un mundo donde la cultura joven (cambio de paradigma de los noventas hacia acá: El principal consumidor ya no es el niño. Es ahora el joven que no empieza a ser adulto ni termina de ser adolescente pero que si tiene su smartphone y su cámara LOMO y que gasta, gasta y gasta. Si no me creen vean lo que le pasó a los McDonalds, o la explosión Starbucks en nuestra querida Buenos Aires) pivotea entre una pata ultra-comercial y consumible y una rupturista e ilegal.

Pero ¿vale la pena hacerle la guerra? ¿O tiene sentido ampararse en una rebuscada ética-estética para NO ir a estos eventos? La contracara no es para nada benigna tampoco. Y es así como este reportero tuvo en varios momentos la sensación de haber ido a un desfile de modas, a un evento en el que ciertos entes (figuras no son, porque yo nunca reconozco a nadie, e individuos tampoco, acá hay una fuerza, un colectivo) necesitan dar el presente: hipsters, indies, rockabillies, punks, skaters, posers, chetas, frikis. Tuve en muchos momentos la sensación de que muchas de las personas que estaban recorriendo la muestra deberían haber estado incluidas en ella. O quizás no me di cuenta y esos que llegaban y antes de mirar las obras les sacaban una foto con el celular estaban ahí para -y yo soy el que no se dio cuenta- exponerse a sí mismos.

Pero ¿tiene sentido amargarse? ¿Tiene sentido no asistir (a una muestra, a un recital) por la gente que va? En los pasillos interiores, en sus prolijos lienzos anti-rupturistas el talento no faltaba, aunque no se le permitía desplegarse del todo.

Estructurado a partir de un salón donde convivían los dibujos indies de Jeremy Fisher y el trabajo mucho más crítico de Ron English, la muestra ocupaba la gran parte del C.C Recoleta. El trabajo más tradicional (la pintura, el dibujo, la serigrafía, el cut-up) se ubicaba en el pasillo que recorre el centro. Los salones estaban reservados para las disciplinas más específicas: Lomografía (fotografía realizada con cámara de plástico, a la cual no he conseguido encontrarle la vuelta más allá del valor estético y la textura vintage), pintura de autos (hot-rod), diseño de patinetas, tablas de surf y, en una de las salas una pequeña exposición de bicicletas. Sí, bicicletas. Más o menos copadas, más o menos “facheras”. ¿Qué lugar cumple el diseño en una exposición cuando solo funciona como adorno? ¿Hasta qué punto el diseño, cuando expuesto, cae en el lugar del fetiche, del mero regodeo estético, sin problematizar, sin cuestionar? ¿Hasta qué punto no es solo una incitación a consumir productos, los mismos productos solo que con una carcasa mas “cool”, más “design”?

Hay en Internet un chiste dando vueltas en el que se comparan cosas que pretenden ser algo y cosas que realmente lo son. En el momento que le toca al arte, “Cuadrado negro sobre blanco”, de Kasimir Malevich, pretende ser arte. Un graffiti anónimo, altamente virtuoso y elaborado sí es calificado como arte.

De vuelta en Buenos Aires, la exposición del Puma Urban Art se balancea peligrosa. El estilo, el trazo, las cualidades estéticas de las obras son totalizadoras. Los motivos son barderos, y el anecdotario suele recaer en ese lugar interesante que sin embargo se agota rapidísimo, donde lo cute y cursi se encuentra con lo retorcido y lo macabro. Abunda la textura vintage sobre piezas que no lo son, la caricatura y la referencia a la cultural pop. Pero ¿y la crisis?

No es casual: el repertorio aportado por los artistas internacionales surge de esos lugares. Ron English va a los grandes íconos de la cultura pop estadounidense para pervertirlos, complejizarlos. Así, el Ronald McDonald gordo, el Mickey Mouse con máscara antigas, la virgen hecha de recortes de historietas y las mujeres sexys con cabeza de vacas buscan hablar sobre una Norteamérica sucia, gastada, programada y diseñada para conquistar al mundo a pura dominación cultural. Los resultados son variados, hay piezas mas exitosas y otras que no se entiende si se encuentran en la crítica, en la celebración, o peor, si ni siquiera lo saben. Por otro lado, el “gran secreto”, hay que ver hasta qué punto sirve el mensaje del señor English: En pleno 2012, el Estados Unidos monstruoso, deforme de azúcar y cafeína es noticia vieja y gastada. Mickey Mouse con una mascara de gas es mentira, y aunque la escultura esta buenísima, la crítica que propone es vaga: ¿Micky tira bombas? ¿Las películas de los yankis son lo mismo que sus guerras? ¿Tiene sentido la síntesis disyuntiva que nos propone el amigo English? Asistir a una exposición, ver la escultura, pensar “no, que hijos de puta los yankis” e irse, sin ninguna problematización sobre el asunto, sin ningún juicio de valor; hasta dónde eso no es también funcional a la dominación cultural que ejercen. Sobre todo si después te vas a hacer cola para que te regalen una botella de la nueva “MINERAL WATER” con sabores frutales re sana y re buena que anda saber de donde es la marca pero tiene nombre en ingles porque es re top, NO???

Del otro lado del salón central está Jeremy Fish. Sus serigrafías y dibujos mezclan el mundo natural, los animales y las plantas, los medios de transporte y el mundo tecnológico, la ilustración para historietas, la ilustración para cuentos de hadas, y cierta voluntad rectora que desciende del tótem aborigen norteamericano. Así tenemos un oso con patas de minivan, un elefante-colectivo, una paloma-moto y un conejo-mano-cráneo. Los dibujos están buenísimos, con un trabajo de las figuras y del color delicioso, recuerda a millones de tapas de discos buenísimos o a una tradición norteamericana del dibujo completamente ponderable. Mi favorita es una obra redonda, dentro de una calavera que se abre hay una ballena con una vela. ¿Y qué? ¿Qué? ¿Cuál es? ¿Cuál es la pregunta infinita que le estás haciendo al universo? ¿Qué es lo que querés generar en tus espectadores?

Hay un disco de Rush, el último de los noventas que se llama Test For Echo. En la tapa hay un tótem de piedra que hacían unos aborígenes canadienses. Cuenta el baterista (el SEÑOR Neil Peart) que estaba con su moto, dando vueltas y los veía ahí, a un lado del camino en el medio de parajes abandonados. Decía también que eran una prueba de eco, era la única forma que tenían estos aborígenes de comunicarse otros pueblos. Una bomba de sentidos indescifrables, esperando ahí sentada en el frío a que alguien se le cruzara para contarle su muda historia. Que en algún lugar había hombres, y que esos hombres querían saber si había otros hombres como ellos, capaces de hacer tótems similares, o quizás capaces aunque sea de destruirlos.

Toda obra de arte debe ser una prueba de eco. Toda obra debe ser una bomba de significados intransmitibles, indescifrables pero completamente golpeadores. Toda obra siempre debe estar buscando una conciencia sobre la que impactar, sobre la que disparar un millón de respuestas individuales, de cada espectador. Si es pura superficie, pura estética placentera, puro dibujo copado con temática así medio barderita/cool (como esos nenes a los que les salían chorros de carne de las bocas) lo mismo da que esté en una muestra que impreso en una revista que te lo quedes en tu casa y se lo muestres a tus amigos. Por otro lado, también es lo mismo si son tus cuadros o te llaman para ilustrar una revista re copada o una colección de cuentos. Y es entonces que hay que preguntarle al semillero nacional: Amigos, ¿Dónde está su ruptura?

El talento está: las disciplinas son variadas, los estilos de dibujo son muchos y cada artista parece trabajar una impronta personal. Es quizás la muestra multitudinaria lo que limita a las obras de sentido, lo que, sacándolas de su contexto, las vuelve medio huecas. O quizás es que necesitamos un golpe muy fuerte en la nuca. Y algo que despierte a nuestros artistas plásticos, algo que les haga darse cuenta (o acordarse) que Duchamp tiene ese lugar, no por presentar el vacío, no por bardero, si no por la crisis que introduce en el mundo del arte, por la conmoción tremenda que significa enfrentarse a sus obras. Una conmoción que surge del (quizás cansador) proceso de envolver mentalmente a la obra para exprimirla e intentar descifrarla, o intentar algo, más que simplemente mirar y decir “está bueno” o “está copado”.  Y no me crean un reseco intelectual: ese proceso tiene que ser automático, no forzado. La obra tiene que llevarnos ella sola a ese lugar, transformarnos en esa consciencia que disecciona para encontrar una fibra que resuena con su alma y hacerla vibrar.

El Puma Urban Art, con todas sus buenas facetas, es un festival en el que prima el mirar. Si pudiéramos aprender a mirar con la cabeza más que con los ojos, quizás podríamos armar un festival más fértil, más corrosivo y efervescente. Al final lo que quieren es que compremos. O por ahí ni eso, por ahí piensan que nos están moviendo el piso, sin saber que en realidad están generando más consumo, todavía del lado del capital. Eso sería más bardo todavía.