En una nueva columna, la escritora uruguaya Carolina Bello analiza Una vida suprema, de Emir Kusturica. Documental que retrata la figura de José “Pepe” Mujica, el expresidente de Uruguay. 

Al parecer, un hombre puede soportarlo todo. Incluso puede soportar aquello que nunca ha hecho. Incluso puede soportar la idea de que, si pudiese echarse a llorar, no lo haría. Incluso puede soportar la idea de no mirar atrás, aunque sabe que mirar atrás o no mirar vendría a ser la misma cosa.

W. Faulkner. Light in August.

En la década del 90 el periodista español Jesús Quintero tuvo un programa de televisión en Uruguay y una vez entrevistó a José Mujica. Faltaban más de diez años para que el exguerrillero tupamaro, por entonces senador de la república, asumiera como Presidente.  En esa emisión signada por las maneras del wéstern, periodista e invitado no esperan para hablar, calibran. Se miden la astucia con la mirada, se bancan los increpes y se sonríen ante las picardías de dos que tienen mundo.

En este duelo que podría proyectarse en las facultades de comunicación y que se puede ver en Youtube, Jesús Quintero -conocido como el perro verde- entrevista siempre con el respeto hacia algo mayor que el invitado: el ejercicio del periodismo con una clase magistral de códigos. Y Mujica le cuenta cosas que nunca más dijo: hablan del juez Baltasar Garzón, de los sudacas y el desprecio histórico; de Pinochet -con declaración polémica incluida-; de los años de reclusión -fueron doce encerrado en los calabozos de la dictadura uruguaya que empezó en junio de 1973-. En esa misma entrevista, antes o después de que Quintero rompa los esquemas de la lógica televisiva y se atraviese arriba de la mesa para prender el cigarro de su invitado, Mujica cuenta que en esos doce años sin leer un libro entendió el idioma de las hormigas. Las escuchó gritar.

En esa entrevista hay un componente que la vuelve única: la honestidad del relato. Esto aun desde la visión romántica de un extranjero que vino a ver qué dice el exguerrillero que mató en nombre de los ideales políticos y ahora -en ese momento- es senador de la república.

José Mujica, el mismo hombre que en 1969 orquestaba la toma de la ciudad de Pando camuflado en un cortejo fúnebre -una subhistoria con cáliz hollywoodense que en los hechos dejó cinco muertos-; el mismo que se escapó del penal de Punta Carretas junto a 105 presos en una de las fugas mejor delineadas de la historia; el mismo que llegó a ser Presidente y le dio continuidad al primer gobierno de izquierda en Uruguay llevado adelante por Tabaré Vázquez en el período anterior.

Muchos mitos

El 27 de diciembre Netflix por fin subiría el documental sobre José Mujica Una vida suprema (2019) realizado por el director serbio Emir Kusturica. Este otro extranjero que como el perro verde venía a contarnos al Pepe, es el director de películas de culto como Underground (1995) o Gato Negro Gato Blanco (1998), obras donde la idiosincrasia del mundo aparecía con las grafías de un territorio balcánico y extraño que de pronto nos era familiar. Se llama arte.

Una vida suprema debió estrenarse antes pero su divulgación fue retrasada. En Uruguay faltaba poco para unas elecciones nacionales en donde la izquierda perdía fuerza cívica y José Mujica suele espetar lo que piensa, aun cuando los efectos de sus dichos tengan un coste político. Por entonces hubo trascendidos de declaraciones picantes del expresidente en el documental: “Es la cosa más linda entrar a un banco con una 45 así. Todo el mundo te respeta”. Una ensoñación de película de acción que parece obviar las políticas financieras adoptadas durante su mandato.

Es ingenuo mirar un documental creyendo que en él veremos la verdad. La discusión no es estética, sino filosófica. Al igual que en cualquier otra pieza artística confeccionada por alguien, veremos lo que ese alguien quiso contar de aquella entidad inaprensible que hemos denominado por cuestiones de entendimiento: realidad.

Kusturica es honesto: hace una oda. O mejor dicho: fundamenta su admiración al mito en el relato. En este sentido se coloca él mismo delante de cámara y podemos ver cuán subyugado se muestra ante el entrevistado.

Con ese postulado presente es esperable que Una vida suprema recree el contraste idealizado entre la autoridad de un presidente y lo que fue Mujica durante su mandato. Ahí entre las plantas y los perros sin raza vemos al hombre que más allá de sus aciertos o errores políticos -eso queda por fuera del documental- vivió como predicó: en su chacra de Rincón del cerro -un barrio pobre de Montevideo-, entre paredes remendadas y sillones hechos de tapitas de refresco -donde se sentó el Rey Juan Carlos de España cuando lo visitó-. Eso sí, poco o nada sabemos del Mujica anterior al mito.

Con gestos de admiración hacia esa humildad insoportablemente creíble reforzada por un hombre ya viejo que cultiva flores, la película es complaciente con el personaje que aborda. Esto, aunque intente matizar el sesgo mostrando cómo un ciudadano “de a pie” apura o, dicho en uruguayo “le mete la pesada” al Presidente y éste se le viene encima en una discusión que no llegó a más porque intervino un acto de conciencia.

Como visión exógena la construcción de Uruguay a través de la murga es un lugar común del que Kusturica se sirve con obviedad para recrear cierto acervo cultural. Por suerte también recurre al tango, música que durante la película opera como giro incidental y efectista. “En esta tarde gris” suena en varios momentos e incluso es cantada por Mujica arriba del icónico fusquita celeste. La ejecución de “La última curda” logra un clímax emotivo sorprendente para lo que quizás la mayoría de los uruguayos esperábamos de este documental: contar cuántos tambores aparecen esta vez.

La introducción del tango también como definitorio de lo uruguayo, de lo rioplatense, aporta sentido, complementa la escenas, ayuda a generar un in creciendo y emociona.

Ahora que Mujica ya pasó de moda y que sus declaraciones recientes sobre las mujeres contribuyen a arrugar su mito, ver esta película a la luz de la nueva coyuntura política uruguaya -en donde el 1 de marzo de 2020 asumirá un partido de coalición de derecha-, aporta un componente revisionista y asombroso.

El lenguaje del cine

El documental adolece de pericia en su respaldo de archivo. Como si Kusturica se hubiese apurado quizás para poder hacerle un homenaje en vida, publicó el cuento antes de macerarlo. De forma perezosa cada tanto intercala fragmentos de la película Estado de sitio (1972) del director italiano Costa Gavras y alguna foto de juventud de Mujica y Lucía Topolansky -su compañera vitalicia, actualmente vicepresidenta de Uruguay- pero se olvida de contextualizar, de hacer hablar a las imágenes cuando solas no alcanzan. Porque cualquier uruguayo puede discernir fácilmente lo que fue el acto de asunción de Mujica, su acto de despedida y el acto de traspaso de mando. Pero esto en la película carece de sentido por un montaje descuidado que mezcla todas las instancias y confunde.

Además se hacen necesarios algunos paratextos que no figuran. Como a todo personaje histórico hay que entenderlo en su génesis y en su circunstancia. Y ya que a Uruguay le tocó estar entre los países más relegados a la hora de la recreación cultural e histórica mundial, sería interesante que en el comienzo de la película apareciera al menos un texto que explique cronologías de la guerrilla, la dictadura y la presidencia del protagonista.

El documental es una película que narra una historia de amor. Amor del director al personaje, amor de Mujica por el pueblo más pobre, por los ideales, por el idioma de las flores y por su compañera de vida Lucía que, al igual que Mauricio Rosencof y el exguerrillero y exministro de defensa Eleuterio Fernández Huidobro son las voces que construyen al personaje y cristalizan la historia mítica del movimiento Tupamaro.

Una historia que también tiene momentos hilarantes como la escupida de mate en la primera escena y el increpe de Mujica al director cuando advierte que no lo toma todo; el tropezón de Lucía, la ida a la carnicería a comprar “dos chacareritos”, el Pepe en calzoncillos o el fusquita de cartulina celeste en el acto.

Una vida suprema es una historia de mitología For Export que, confeccionada desde la admiración y con escaso rigor de archivo construye, de todos modos, un Uruguay que existió o puede haber existido.//∆z