Casi diez años después de su último largometraje, Damián Szifrón vuelve al cine con sus Relatos salvajes, seis historias unidas tanto por la violencia como por cierta apología a la justicia por mano propia.

Por Martín Escribano

Luego de “Pasternak”, el primer corto de estos Relatos salvajes que sirve como adelanto de lo que vendrá, los créditos aparecen acompañados por imágenes de animales que descubren las características de cada personaje. El último, el que le corresponde al director, es un zorro.

Definida por uno de sus productores como una “comedia catástrofe”, los cortos presentan historias de personajes llevados al límite por temas como la infidelidad, el desengaño, la diferencia de clases, la burocracia exacerbada. Se dirá, justificadamente, que el corto de Sbaraglia se destaca por su logradísima atmósfera de tensión y que las actuaciones de Oscar Martínez y María Onetto son las más jugosas. Y se podrá pensar, también, que la propia película es una respuesta al “estado de crispación” del que se habló reiteradamente en las conferencias de prensa, que se respira en Argentina y en el mundo. La reflexión sería válida, pero se le opone un interrogante: ¿por qué, si Szifrón ha logrado trocar su malestar en obra de arte, sus personajes, en cambio, no pueden nada? El zorro se ha guardado para sí toda su capacidad sublimatoria. Víctima de su astucia (pues la obra final se perjudica), ha arrojado a las otras criaturas a la catarsis, incluso a ese corderito que debería ser Julieta Zylberberg, el personaje que parece coquetear con la bondad un poco más de cerca que el resto.

Relatos salvajes propone un mundo en el que las instituciones (desde el Estado hasta la familia) hace tiempo que han estallado y que arrojan a los individuos a encarnar ese estallido, definido erróneamente como un momento de liberación cuando se trata exactamente de lo contrario.

Aunque el tercer largo de Szifrón se haya vendido a todo el mundo, a pesar las ovaciones en Cannes y de su éxito presente, futuro y global, hay en estos relatos un fuerte olor a derrota. Si bien es cierto que “Hasta que la muerte los separe”, el último episodio, protagonizado por una Érica Rivas con algunos resabios de la María Elena de “Casados con hijos”, insinúa una posible salida, bajo su innegable capacidad para entretener, la película argentina (comercial) del año esconde, no digamos ya pesimismo sino una marcada resignación. Como si al zorro se le hubieran acabado las ideas.//z

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