Gabo Ferro se presentó en el parador Konex con un show íntimo donde repasó toda su carrera

Por Gonzalo Penas

Enero en la ciudad de Buenos Aires puede ser también un gran mes. Para los que se tienen que quedar, para los que aún esperan irse o para los que se quedan por decisión propia, es sabido que hay grandes actividades para hacer sin contar que no hay nadie en las calles y uno puede moverse como se le antoja. Una fecha clásica de estos veranos, es el tercer domingo del primer mes del año con un recital de Gabo Ferro en el parador Konex. Este año no fue la excepción. Llegar con el atardecer al lugar, encontrarse con viejos –nuevos– amigos en la puerta de casualidad y este año con un integrante nuevo en el combo: unas simpáticas reposeras de colores para disfrutar el recital.

Pasadas las 20, Gabo apareció en el enorme escenario del patio abierto del Konex y comenzó su show con canciones de sus primeros discos como “No se hace el amor”, “Mi vida es un vestido” y “Cuando el amor no entra”. Después de “Soy todo lo que recuerdo”, tocó los dos primeros temas de su excelente último disco La aguja tras la máscara (2011), “Lo que te da terror” y “Soltá”. Que Gabo tiene frases épicas y que sus canciones pueden ser realmente una medicina, no es novedad. Así, en “Soltá” gritará: “traicioná de una vez al dolor, compañeros así son enemigos buenos, soltá el dolor”. Una de las cosas admirables es su voz, tan perfecta y clara. Lo interesante es ver cómo se sienta, como se mueve y se posiciona cada vez que va a meter uno de sus clásicos agudos. Es un tipo solo con una guitarra, pero hay mucho trabajo ahí, en sus distintos tonos de voz, en sus arpegios, en sus melodías y en sus letras.

Con el correr del recital, sonarán canciones de todos los discos. Desde el clásico “Costurera Carpintero” de Todo lo sólido se desvanece en el aire (2006) o “La casa, nuestros discos” de Amar, temer, partir (2008) hasta varios temas de La aguja… como “Solcito lindo”, “Receta del hechizo para el primer día del tercer año”, “Si me falto de mi” o “Voy a negar el mar”, que termina con una excelente frase: “si esta realidad no tiene que ver conmigo, ya está, no existe”. Atento a todo, cada vez que pasaba un colectivo por atrás de las rejas que separan el parador de la calle, paraba un segundo antes de empezar una canción. En uno de esos breves parates –y si bien no estuvo tan conversador como otras noches– se comió un mosquito y dijo: “hablando de bichos…”, y así comenzó la gloriosa “El cuadro de mi daño”, de Mañana no debe seguir siendo esto (2007) que culmina con “hay hombres para ser hombres nomás y hay hombres para ser arte” como frase final. También interpretó dos canciones del disco que hizo con su “querido Pablo Ramos” (El hambre y las ganas de comer, 2010): “Oda Paco” y “Codeína”.

“Voy a tocar otra canción vieja”, dijo promediando el recital; alguien del público le gritó “estás nostálgico” y luego de reírse interpretó “Volví al jardín”. Para los bises quedaron clásicos como “Sobre madera rosa”, “Tapado de piel” y “Calvas margaritas”. Gabo agradeció, se quedó unos segundos saludando en el escenario alegre porque “nadie le tenía fe a esta fecha porque es cambio de quincena, pero qué tiene que ver, ¿no?” y se fue. Empezar el año con un recital así da gusto y vaya que Gabo lo sabe. Por más de estas fechas, con la noche aceptablemente calurosa y la reunión clásica de cada Enero por el barrio de Once.