Con la excusa de presentar The Wörld is Yours (2011), su vigésimo álbum de estudio, Motörhead, en la octava visita a nuestro país, desató una fiesta rockera en un Luna Park colmado.

Por Matías Roveta

El mérito está en la continuidad, en la coherencia. A más de 35 años del nacimiento de Motörhead, su líder -la verdadera leyenda rockera viva-, Lemmy Kilmister, sigue haciendo lo mismo que hizo siempre: tocar la música más rápida y ruidosa del planeta. Y lo hace con una vitalidad asombrosa. Hay que verlo al tipo, parado al frente de su público con su inmortal bajo Rickenbacker colgado de su cuerpo como una extremidad más, con el micrófono lo más alto posible y su cabeza flexionada hacia arriba para disparar esa voz del infierno, con sus 65 pirulos al lomo y sus casi 40 de gira permanente, de excesos varios, y sobre todo, con la entrega con que afronta cada uno (a esta altura se cuentan en miles) de sus show. Para Lemmy, la causa del rock and roll, su cruzada por reivindicar una filosofía de vida que trasciende al género, va en serio. A eso le dedicó toda una vida y mientras siga en pie en este mundo, estén seguros que lo seguirá haciendo aunque sus discos suenen iguales. No importa. Eso es lo que se espera de él. Lemmy superó, en entereza y vitalidad (para él, el tiempo parece no pasar nunca) a muchos de sus contemporáneos, y ver a Motörhead en vivo, aún hoy, es una experiencia a la que todo amante del rock debiera someterse alguna vez.

“We are Motörhead and we play rock and roll”, deja en claro Lemmy al comienzo y final de cada show de su banda. Y la música le da la razón. Es que si se busca debajo de esa coraza bestial y potente que recubre cada canción de Motörhead se encuentra el más puro rock and roll, más allá de que Lemmy sea considerado el Dios del metal. Ejemplos son los clásicos “Stay Clean” (tocada luego de “Iron Fist” en un arranque de show demoledor), “Over The Top” o “Going to Brazil”, pero también algunas más recientes, como “Get Back in Line” (del disco que venían a presentar – The Wörld is Yours -, muy bien recibida por el público), “One Night Stand” o “I Know How to Die”. La clave está en cómo – siempre sobre la base de rock and roll y blues – Lemmy acelera todo desde su distorsionadísimo bajo, rasgado como una guitarra, en cómo el pulpo sueco Mikke Dee castiga con furia los parches de su batería y le da rosca al doble bombo, y en cómo el elegante y siempre preciso violero Phil Campbell, con sus solos y sus riffs, da indicios de su formación de rock clásico.

“In The Name of Tragedy”, en cambio, se acerca más al trash metal, y en el campo los headbangers están en su salsa. El mismo gesto metalero se repitió en “The Thousand names of God”, con ese rítmo machacante de la guitarra de Campbell, y con un estribillo coreado por todo el Luna cual grito de guerra. Otros puntos altos del show fueron “Killed by Death”, esa marcha pesada y cercana al doom de Sabbath, “I Got Mine” y su riff extrañamente luminoso, y “Just ‘Cos You Got the Power”, con ese tremendo riff que pone los pelos de punta, y que tuvo una dedicatoria “especial” de Lemmy para todos los políticos del mundo (“you fucking basterds!”, ladró Lemmy con ese vozarrón tremebundo al presentar la canción).

Hubo también matices: “Rock Out”, esa furiosa arremetida punk que da fuerza (como muchas otras canciones que ayer no tocaron, entre ellas el clásico “R.A.M.O.N.E.S.”) a esa idea que ubica a Motörhead como una extraña anomalía inclasificable para los críticos, única en su especie y capaz de conciliar en sus filas de seguidores a metaleros y punkies. No faltaron otros grandes clásicos, como “Metrópolis” o la gran “The Chase is Better Than the Catch”. El cierre, como no podía ser de otra manera, fue con el himno inoxidable de proto speed metal “Ace of Spades”, que parece significar cuando la música corta abruptamente en ese puente que introduce al solo, uno de los momentos más épicos en la historia del rock: “You know I’m born to lose and gambling’s for fools, but that’s the way I like it baby, I don’t want to live forever”, cantó Lemmy, coreado por 6 mil personas. Todo un resumen de cómo vive su vida.

Dejaron para los bises a “Overkill”, y por si hacía falta en un show de rock crudo y directo, sin artificios, con poca puesta en escena (sólo una bandera con el inconfundible logo de la banda), con canciones tocadas a toda velocidad, sin mediar palabras, y tipos maduros arriba del escenario demostrando todo su oficio, Lemmy se encargó de profundizar en la idea: “No nos olviden: somos Motörhead y tocamos rock and roll”. Quedó clarísimo.