El director de El Estudiante y La Patota vuelve a la carga con un thriller híbrido entre lo político y lo psicológico que se queda a mitad de camino. ¿Un diagnóstico liberal sobre la corrupción o la involuntaria película de la era macrista?

Por Ayelén Cisneros

El presidente de Argentina, encarnado por Ricardo Darín, participa de una cumbre de mandatarios latinoamericanos en Chile, donde se discute sobre una alianza petrolera. En el medio, el ex esposo de la hija del presidente argentino hace una denuncia que compromete al gobierno. Le piden a la hija del presidente, interpretada por Dolores Fonzi, que viaje a Chile. Ella no está bien y pasan cosas en su estadía. Mientras tanto, la rosca entre los presidentes se pone densa.

La cordillera es la tercera película dirigida por Santiago Mitre y no iba a pasar desapercibida. En principio por el elenco, que incluye figuras famosas como Ricado Darín, Dolores Fonzi, Érica Rivas o Gerardo Romano. Pero también porque la protagoniza un personaje que es el presidente, lo cual da para comparaciones con la realidad circundante.

cordillera darin mitre

El film, que se estrenó en mayo de este año en Cannes, puede analizarse en dos planos, el técnico y el ideológico. En el técnico la película tiene un problema con el género. La cordillera puede pensarse como un thriller político y psicológico. Como esas películas en las que el presidente de los Estados Unidos debe enfrentarse al secuestro de un hijo, por ejemplo. Aquí el personaje de la hija cobra una importancia vital ya que da cuenta del “mal”. ¿Qué mal? Ella tiene recuerdos oscuros que condimentan de género fantástico a la trama. El presidente se debate entre la rosca geopolítica y la rosca familiar. En ambas tiene que salir airoso. Lo fantástico contamina porque no logra un desarrollo en la historia. Es apenas un toque que deja ambigüedad y cabos sueltos, cosas que no se resuelven en la historia. El género thriller tiene siempre como sustrato el suspenso. En La cordillera hay suspenso, pero deja gusto a poco. Puede no haber resolución de parte de la trama en el final y que eso funcione (en este caso sabemos que Hernán Blanco es oscuro, no nos cambia mucho saber si la hija lo inventa, delira o dice la verdad) pero pareciera que el objetivo de utilizar recursos del fantástico sólo fue para confundir un poquito y no para darle otro sentido a la historia.

Párrafo aparte para la inverosimilitud que se hace presente en algunos diálogos por cuestiones de registro. Ejemplo: la escena entre el presidente argentino y el mexicano, que no podría utilizar más veces la palabra “pinche” para recordarnos que efectivamente es mexicano. Y la charla con el emisario estadounidense, sobre todo cómo habla él, nos da cuenta de formas que sólo podríamos aplicar a una caricatura del tío Sam.

La recepción de la película en las redes sociales fue heterogénea. Se pudieron ver muchos “no la entendí”. Es interesante pensar qué película esperaban ver los espectadores. La cordillera no es inentendible. Tiene una trama con conspiraciones bastante sencillas de seguir, solo hay que prestar atención a algunos detalles y diálogos. ¿El cine mainstream argentino e internacional nos acostumbró a darnos todo servido en la boca? ¿La abundancia de películas de comics en cartel tendrá algo que ver en todo esto? Santiago Mitre viene del cine independiente, ya lo sabemos, pero con un guión que apenas tiene algunas ambigüedades creó una película en el que a muchos les sobrevino el mareo. El último plot point desemboca directamente en el final, no hay mucha vuelta ahí.

Pasemos al plano ideológico. Como dijimos al comienzo, que el protagonista sea un presidente argentino inevitablemente nos iba a dar curiosidad. Es importante recordar acá que los únicos objetos capaces de reflejar algo son los espejos. Todo lo demás, incluidas las películas, son construcciones de sentidos. ¿Cómo construye la política Santiago Mitre? En esta versión de Argentina los partidos políticos que conocemos no existen. El presidente es un hombre gris, un “hombre común”. Algo que querría todo argentino de bien. La elección de Ricardo Darín para hacer del presidente fue muy acertada, no hay figura que se muestre más “neutral” en el cine argentino que el protagonista de El secreto de sus ojos. Un hombre como uno (las mujeres no cuentan, acá son secretarias y nos recuerdan a mamá) que no tiene ribetes de caudillo ni de salvador. Un sueño de la clase media. Un hombre que escapa a la historia argentina. Dejar de lado la Historia, el contexto, sacarle lo material no es ingenuo. Es una búsqueda higiénica, que algunos interpretarán como “experimental”.

La cosa se pone despolitizante cuando entendemos el mensaje. La rosca de los distintos presidentes incluye un poco de corrupción y eso no le gusta a ningún argentino de bien. Entonces el pensamiento recurrente vuelve a aparecer: “¿Ves? Son todos la misma mierda”. El hombre común hace lo mismo que los anteriores, no hay cambio. Si todo es lo mismo no tiene sentido buscar la transformación social en la política. Entonces pensamos en las antecesoras a La cordillera. Porque esto que pensamos no es la primera vez que nos suena en un film de Santiago Mitre. En El estudiante la protagonista es la rosca universitaria. Traiciones, idas y vueltas de intereses, la conveniencia personal, el individualismo escondido en el discurso militante, todo eso da vueltas alrededor de un estudiante que nunca estudia. Si no recordáramos el nombre de la película, podríamos decir mirando algunas escenas que se llama El militante garca. Otra vez la despolitización. En La patota, la remake de una conservadora película de la factoría Tinayre, la vuelta de tuerca es más interesante. Una mujer de clase media progre se va a Misiones a trabajar de maestra rural. La violan unos pibes que la confunden con otra. Ella decide no iniciar acciones legales si no arreglarlo por su cuenta. Entender al violador. Y la historia se vuelve más retorcida cuando decide algo en relación al hijo engendrado en ese acto aberrante. Allí Mitre lleva el discurso progre al extremo, lo vuelve absurdo, ideal para odiarlo. Y de nuevo la falta de confianza en el sistema, en este caso, en el Estado. La salida siempre es la del individuo.

En esta entrevista para Página 12, Mitre opina sobre el modo de dejar mal parada a la política en sus películas: “Me parece que uno, como cineasta o artista, como escritor o lo que sea, tiene que pararse en una posición crítica ante los sistemas de poder. Y me parece que la película se para en una posición crítica ante los sistemas de poder, pero bueno, es lo que corresponde.” Los límites entre la visión crítica y la desmovilizante se tornan borrosos en su carrera cinematográfica. El tráiler de la película elije una frase para resumir el concepto: “El mal existe. No se llega presidente si no se lo ha visto un par de veces al menos”. La idea del mal lo obsesiona a Mitre y por eso está tan presente en sus trabajos. Es llamativo que la idea del mal en sus películas siempre esté al lado de la política o el Estado. Acaso su tema sea el mal argentino. La cordillera es la versión perfeccionada de esta relación. ¿Es ésta la película de la era macrista y del aura que la sobrevuela?