La flamante directora de FM Nacional Folklórica hace un repaso de su extensa carrera: música, resistencia & militancia.

Por Lucas González
Foto de Pablo Scavino 

A pocos días de haber asumido la dirección de FM Nacional Folklórica (98.7), Mavi Díaz es tajante: “Nos encontramos con una situación de abandono. Hubo desfinanciamiento y destrato”. Al mismo tiempo, tras cuatro furiosos años de macrismo explícito, la voz de Viuda e Hijas de Roque Enroll reconoce que la radio cuenta con una calidad humana y profesional muy importante, “gente que tiene ganas de trabajar y de reconstruirla”.

Designada por Rosario Lufrano, presidenta de RTA S.E., y Alejandro Pont Lezica, responsable de Radio Nacional, Díaz recuerda que la propuesta fue toda una sorpresa, no así la bajada de línea: recuperar la credibilidad de los medios públicos y el lugar que le corresponde a la cultura. Para lograrlo, propone: “Lo que está bueno y funciona, se quedará. A eso le inyectaremos dinamismo y una cosa fresca. Queremos una radio ágil, moderna, activa y con una programación que refleje la realidad y el tiempo que nos toca vivir. Mantener a la gente que la escucha, pero ampliar las edades y dirigirnos a un público joven”.

Conocedora del ambiente, primero en solitario y luego al frente de Mavi Díaz & Las Folkies, la flamante directora de la emisora admite que hay una visión porteño-centrista sobre el género que abreva en el prejuicio: “En cualquier provincia, se escuche trap, rock, cuarteto o cumbia, el folklore está vivo. Es parte de nuestra cultura, aunque no se visibilice demasiado en Buenos Aires”.

Para la hija del legendario armonicista Hugo Díaz y de la agitadora cultural Victoria Cura, el folklore es parte de su identidad y educación sentimental: “Te da mucho más lugar a la improvisación, a la libertad, porque son formas que se repiten”. No obstante, profundizó en el género recién en 2008, cuando comenzó a defender en vivo las canciones del Baile en el Cielo, spin off de A cuatro vientos (2005), documental en el que Alberto Larrán retrató la vida de su padre. “Sin el disco no hubieran existido Las Folkies y sin la película no hubiera cantado folklore. Fue la primera asociación directa con la música de mis viejos, ya que siempre me desmarque de la carrera de ellos. Es más, el director me tuvo que convencer para que hiciera ‘Zamba del ángel’. Estaba negada”.

Diez años después, su grupo acumula kilómetros de ruta, presentaciones en peñas, teatros y festivales por igual y tres registros de estudio: Sonqoy! (2011), Todo sí! (2015) y Gaucha (2019). A este último lo siente urgente y distinto a los anteriores, dado que se hizo a fuego lento y en pocas tomas: “Está más preparado, pero es mucho menos mental. Sentíamos que tenía que ser así, por el cambio de look y de colores, por el contenido y el tipo de letras, por la carga ideológica y el riesgo que toman las canciones. Es el corte transversal de un momento que queríamos reflejar”.

Entre la zambas, arunguitas y chacareras, el conjunto que completa Silvana Albano (piano, coros y dirección musical), Pampi Torre (guitarra y coros) y Martina Ulrich (percusión y coros) sobrevuela tópicos como el empoderamiento femenino (“Gaucha”), la violencia de género (“No me mates”) y hasta se permite descomprimir con algo de ironía (“Gato’ l Miau”), conexión directa con el anterior cuarteto de Díaz: “Existe mucha complicidad entre nosotras, algo que también pasaba con Las Viudas. Una alegría que se transmite a la gente”.

ArteZeta: Tu papá fallece en el ´77, cuando vos tenías 15. ¿Crees que le habría gustado Viuda e Hijas?

Mavi Díaz: Sí, tenía mucho sentido del humor. Algo que heredé de él, como todo lo que es el sarcasmo, el chiste filoso y la libertad para hacer. Era puro sentimiento cuando tocaba, por su entrega y forma de vivir la música. Decía que uno no puede transmitir nada que no sienta.

Az: ¿Y tu mamá qué te dejó?

MD: Ella era una gran productora y tengo mucho de eso. Militaba la cultura desde una mirada social. Durante los ‘70 fundó un montón de peñas en Buenos Aires y tenía ochocientos ahijados musicales a los que les buscaba laburo. Una vez, el Chaqueño Palavecino me contó: “Tu mamá fue la primera que me dio la oportunidad de subirme a un escenario”.

Viuda e Hijas de Roque Enroll se trató de una máquina motorizada por hits improbables (“Estoy tocando fondo”, “Bikini a lunares amarillo”, “Somos un invento”) que operó de manera regular entre 1984 y 1991, para después funcionar intermitentemente hasta la muerte de María Gabriela Epumer, en 2003, que se apagó casi por completo.

AZ: Aprovechando el trigésimo aniversario del primer disco, en 2014 regrabaron algunas canciones e hicieron presentaciones con invitados. ¿Cómo resultó?

MD: Nos dimos cuenta de que era imposible volver sin María Gabriela. Su ausencia trascendía lo musical, porque fue más que la guitarrista, compositora y vocalista de Las Viudas. Era una pata muy importante en lo emocional y para mí siempre fue una referente en todo.

Mientras duró, el proyecto entregó tres álbumes (Viuda e Hijas de Roque Enroll, 1984; Ciudad Catrúnica, 1985; y Vale cuatro, 1986) que redefinieron el concepto del pop a nivel local, vendió miles de copias, tocó en el Luna Park y contó con el aval de Luis Alberto Spinetta y Pipo Lernoud.

AZ: Pese a ese reconocimiento, tenían una relación tirante con la prensa.

MD: No te perdonaban que vendieras discos. En las crónicas escribían cosas como que “el rock faltó a la cita” o nos mandaban a lavar los platos. Es más, me dijeron en la cara que para ser mujer tocaba bastante bien.

AZ: Habrá sido toda una experiencia, apenas superaban la mayoría de edad.

MD: Con 20 años, era como un viaje de egresados. No teníamos ni tiempo para gastar la plata que ganábamos porque nos la pasábamos laburando. Yo ni siquiera pude parir tranquila. A los días de tener a mi hijo Danilo (NdlR: conocido como Dano, hoy es uno de los raperos más interesante de la escena española) ya estaba en el estudio de grabación. Era un nivel de exigencia muy alto.

 AZ: ¿Por qué te parece que pegó la propuesta?

MD: Por las canciones. Eran declaraciones de principios, de punta a punta. Hablábamos con un humor de temas que, por ahí, no eran tan frecuentes, como las operaciones estéticas (“La silicona no perdona”), el divorcio (“La familia argentina”) o la transexualidad (“El templo del azulejo”). No necesitábamos hacernos las profundas. Utilizábamos el doble sentido, el sarcasmo, ingredientes nuevos para el rock que hasta ese momento tenía que ser serio y cagarse en todo.

Tras varias temporadas agobiantes de sobreexposición, Mavi dejó todo para irse con su familia a España. Era 1991 y quedaban atrás Las Viudas, Los Twist, con quienes no llegó a grabar, y Los Antonios, una banda que formaron Gastón Gonçalves, Juanchi Baleirón y el Topo Raiman previo a Los Pericos, en la que ella cantaba y tocaba la guitarra: “Algo que me encantaba, aunque lo hiciera mal”.

AZ: Hoy día los y las artistas tienen más herramientas para resguardar sus carreras, algo que no sucedía en los ‘80. ¿Cómo recordás tu etapa al frente de Viuda e Hijas?

MD: Por aquel entonces el negocio del rock era muy incipiente. Estábamos muy desprotegidas y no teníamos quien nos cuidara el kiosco. Tampoco había una rendición de cuentas por parte de las compañías.

AZ: ¿A qué te referís?

MD: Interdisc vendió nuestro contrato a EMI por una cantidad de guita increíble y nosotras no vimos ni un mango. El negocio era tan nuevo que no había abogados que se especializaran en la materia. De hecho, si nos hubieran cuidado un poco más o no hubiésemos tenido que enfrentarnos a todo ese mundo de abogados que nos desgastó tanto, quizás habríamos seguido un par de discos más, porque teníamos ganas y canciones.

Resignada, sostiene que, de haber surgido en otro contexto, hoy serían recordadas de otra manera: “Fuimos muy ignoradas en todos los relatos. Lo sé y me parece injusto, porque formamos parte de la historia. Si mañana viene un extraterrestre y quiere saber qué pasó con el rock de acá, nosotras no figuramos”.

En ese contexto, la Ley de Cupo Femenino que militó codo a codo con Celsa Mel Gowland, ideóloga del proyecto y ex Vicepresidenta del INAMU, podría tomarse como una suerte de reparación histórica: aprobada en noviembre por la Cámara de Diputados, exige un 30 por ciento de participación de mujeres y disidencias en festivales. “La Ley no se pensó como un favor para nadie”, aclara Díaz y reivindica el valor de la nueva generación de artistas: “Siempre aprendo de las más jóvenes. Las pibas de ahora tienen otra cabeza. Son muy solidarias y generaron conciencia entre ellas: agarraron su propio camino, fueron por colectora y no esperaron nada. Van en busca de otro mensaje”.//∆z