El cantante y guitarrista de Estelares habló con ArteZeta sobre sus canciones, la escena cultural argentina, su gusto por el cine y el fútbol, su alergia a la nostalgia y la imposibilidad de mantenerse aislado en tiempos sociales agitados.

Por Alejo Vivacqua

Fotos y video por María Almazán

Cuando nos ve llegar, después de saludar y acomodarse, Manuel Moretti ofrece un poco de la tortilla a la española que está comiendo. Es mediodía, mitad de semana, y en la esquina de Sarmiento y Gascón la luz atraviesa la pegatina de Lomitos y Ensaladas que el bar ofrece como atractivos y realza la figura de Elvis que, recortada sobre un fondo negro bajo la frase The King of Rock n’roll, Moretti lleva en su remera. Al otro lado del vidrio, mientras nos preparamos para la entrevista, vemos a los peatones relegados, a los que orbitan lejos de Microcentro, moverse al compás de la música neoliberal del momento. El motivo por el que Moretti eligió esta zona es el mismo por el que una vez por semana deja la tranquilidad de su casa en Villa Elisa —cerca de La Plata, donde vive hace años— para meterse en el infierno porteño. “Hace muchos años hago terapia”, dice, y en efecto, a unas pocas cuadras de aquí, en un rato tiene su sesión semanal. “Hay algo del reconocimiento psicoanalítico que me parece artístico, eso de lo insondable, de lo no dicho”.

Y aprovechando la mención al psicoanálisis, donde una de las claves es el diálogo y la vuelta, voluntaria o no, al pasado, la primera pregunta tiene que ver con sus inicios, no en lo estrictamente profesional sino con su infancia y adolescencia en Junín, a más de 250 kilómetros de Buenos Aires.

“Mi infancia fue en los ‘70, y mi mundo era la AM, no existía la FM y en el camión de mi viejo se escuchaba tango todo el tiempo cuando yo viajaba con él, así que fue un mecanismo de habitualidad”, dice, y junto al trabajo de Aldo Rubén Moretti, que trasladaba combustible por las rutas bonaerenses, aparece también la primera mención de su hijo Juan Manuel a la canción popular, ese género con el que uno identifica a su obra al frente de Estelares.

“Cuando iba a la primaria y a la secundaria estaba prendida todo el tiempo Radio Junín, que era AM, y ahí sonaba todo el tiempo música folclórica y tango. A mí me pegaba siempre más el tango. Y también estaba esta cosa de mi viejo, de las veces que lo acompañaba, que en la radio estaba Rapidísimo de Radio Rivadavia, con Héctor Larrea. Son cosas muy de la época. En este caso, al ser de Junín, si hacés un relevamiento de la época creo que todos escuchábamos más o menos lo mismo, con la diferencia de que yo salía en el camión con mi viejo, que tampoco eran tantas veces, porque yo nunca fui un devoto de las rutas”.

AZ: Hace un tiempo la cronista Leila Guerriero, que también creció en esa época en Junín, contaba que a ella,  al tener intenciones artísticas, le costaba salir de ahí. Vos dijiste, años después, cuando ya eras un músico reconocido, que creías que te ayudó tener siempre la visión un poco corrida desde lo porteño.

Manuel Moretti: Fueron cosas que se fueron dando más desde la secundaria. Yo siempre fui medio solitario, me aburría mucho. Hubo cosas alucinantes que me engancharon en su momento, como jugar al fútbol, que me encantaba, y después empezó a aparecer la música y la lectura, pero siempre desde un motor de curiosidad muy grande. Suena un poco raro, pero cualquier cosa que sea muy estándar y muy remanida a mí me aburre olímpicamente. Hacía todo para evitar el aburrimiento.

La elipsis en la charla nos lleva a su arribo a La Plata, ya en los ‘80, cuando al terminar la secundaria y después de unas idas y venidas fugaces a Buenos Aires y de un par de carreras inacabadas (Medicina, entre ellas), se asienta definitivamente —si es que en un tipo inquieto como Moretti se puede usar esa palabra— en la capital bonaerense. Es en esos años cuando empieza a dedicarle más tiempo a la música.

“La primera vez que toqué en vivo fue con Ricky Rodrigo, que fue el guitarrista de Los Redondos en el año ‘77 cuando hicieron una gira por Salta, y con un amigo de Ricky. Eso tiene que ver con la segunda vez que voy a La Plata, con la cercanía con esa gente, con los Virus, pero es muy agobiante de contar en el sentido de que falseo el tiempo. Lo que sí recuerdo de todo eso, en esa época en la que yo estaba muy, muy loco, es que lo que me dio una mano era ir a El Taller, a trabajar al bar. Ahí conocí a Alejandro Mariani, y recuerdo algunas veces que, como yo andaba loco, iba a la casa de los Moura, y otra noche una amiga me llevó a la casa de Guillermo, el hermano de Skay”.

– Los Beilinson eran una familia muy importante en La Plata. Vos saliste en un corto que filmó Guillermo.

Sí, para mí fue raro. Eran mis primeras canciones, no había formado ninguna banda pero a los chicos, a Ricky Rodrigo y otros, les gustaban mis canciones. Eran “Blanco y Negro”, “En la esquina venden pan” y “¿De qué estás hablando, Willis?”.

Es a partir de este momento, mientras la entrevista fluye y Moretti ralentiza el tiempo para disfrutar de su almuerzo y responder con amabilidad, cuando una mueca leve de disgusto empieza a aparecer en su cara, como cuando a uno se le hace difícil recordar una vida que tiene escenas que se le cruzan sin respetar una línea temporal. Situaciones que, quizás, tampoco son gratas de traer a la memoria. Entonces aclara, al pasar, con tono de disculpas y después de escuchar la pregunta por su primer disco con Estelares: “Todas estas cosas son muy difíciles de contar con cronología. El tiempo se distorsiona mucho. Lo que sí te puedo decir de Extraño lugar (1996) es que veníamos apostando desde siempre a las canciones. Lo grabamos en La Plata, estuvimos, no sé, como doscientas horas, no sé la cantidad de horas que estuvimos en el estudio. Iba a ser un disco local, pero vinimos a Buenos Aires a una exposición que había organizado Rocambole, y vino Skay. Rocambole organizó el arte de tapa, pero lo hizo Enzo Oliva”.

Ese extraño lugar del título parece un síntoma del clima en el que se movía la banda en aquella época. Cuando se le pregunta si se sentían fuera de lugar, alejados de la movida sónica y el rock chabón —dos de los caminos por los que el rock nacional transitaba en la mitad de los ’90—, Moretti, que tiene otro término más melómano para referirse al rock barrial, responde: “A nosotros nos gustaba hacer canciones. No nos sentíamos adentro de nada en ese momento, ni de la movida sónica ni del rythmn and blues, el rock clásico. A nosotros nos sostenía seguir haciendo canciones, y teníamos shows de cincuenta, cien personas”.

– Entre el segundo disco, Amantes suicidas (1998), y el tercero, Ardimos (2003), pasaron cinco años. Se suelen tomar su tiempo entre cada nuevo trabajo.

– Empezamos a trabajar con Juanchi Baleirón a partir del tercer disco, y eso abrió una puerta, pero tampoco la abrió tanto. Juanchi hace que firmemos con PopArt. Hay cambios en la formación de la banda. Y desde entonces nunca nos sentimos presionados por sacar otro disco. Sobre todo porque tenemos muchos cortes de difusión, entonces, si a veces sacás cinco cortes, eso va ocupando varios meses. Y desde ya que me lleva tiempo armarlo, componerlo.

– Dijiste que en esa época de Ardimos, con la llegada del éxito y al empezar a sonar en las radios, te dio en su momento cierta culpa, por tener masividad. Y que no habría sido igual si te hubiese tocado a tus veintipico. Sistema nervioso central (2006) llega a tus más de treinta años.

– Sí, ahí tenía problemas de no tener guita, había que comer. A mis veinte, con la locura en la que me movía, esa repercusión habría sido muy distinta.

– Vos solés tener canciones muy viejas que compusiste hace muchos años y que vas grabando a lo largo de los discos.

– A los discos siempre llegan canciones muy viejas, sí. La que cierra Las Antenas (2016), “Los lagartos mueren en familia”, la compuse en el ’98. “Ardimos” la grabamos en 2006 pero la compuse en 1986. Algunas sufren modificaciones pero otras quedan tal cual. Y en algunos casos se graban en dos discos, como “El corazón sobre todo”. De alguna manera siempre son las canciones las que te van llevando a tal momento en tu vida.

Prueba y error

Al igual que en la terapia psicoanalítica (el tema por donde empezó esta charla), la entrevista es también, a su modo, un ejercicio de estrategia y confrontación dialéctica. No es fácil, cuando se está frente a una figura pública, querer indagar en el pasado de alguien al que se le hace difícil hurgar en una vida que quedó atrás. Es en esos momentos, cuando el periodista nota esa incomodidad escondida en leves señales —un suspiro sutil antes de responder, un movimiento pesado del cuerpo en la silla—, cuando es necesario virar el rumbo de la charla y volver a encarrilarla.

“Yo hace mucho tiempo que dejé de dar notas porque siento que no tengo nada que decir”, dice Moretti, casi resignado, al preguntarle por la insistencia de ciertos periodistas por hacer hincapié en su pasado con las drogas. “Es difícil encontrar algo interesante, y a veces yo me pongo a pensar en ciertas cosas. Es muy difícil porque también algunas cosas fui, pero ya no soy. Entonces, hasta incluso, ahora estamos empezando a gestar un nuevo disco, y voy pensando en cómo armar ciertas cosas, cómo encajan las canciones, en que vamos pensando en cómo hacer algo distinto,  algo que no hayamos hecho hasta ahora. Y no soy un tipo muy aferrado a las cosas.  Los conceptos se me van armando. Entonces a veces hablar de mí se me vuelve un poco desnaturalizado. El otro día vi una cosa que me gustó. Le hacían un reportaje a Louta, y me pareció muy ocurrente una idea que decía sobre cómo él, siendo joven, le entraba al arte. Hace poco me puse a ver melodramas de Vincente Minnelli, con Frank Sinatra, y entonces me cuelgo, y no tengo ganas de andar hablando de una película de 1958, soy muy disperso”.

 

Volver al presente, entonces, a lo que un hombre en plena vigencia y estabilidad profesional está enfocado, es lo que se debe hacer.

– Estaba viendo el video de “Rimbaud” antes de venir, y en una entrevista, hablando de este tema por el que siempre te preguntan, las adicciones, hablabas de Eusebio Poncela, que participa en el video. ¿Cómo lo conociste?

– Por Alejandro Mariani, también, hace unos años. Fuimos a comer a Palermo y estaba Eusebio. Me puso muy contento, intercambiamos ideas, le pasamos la idea y armamos el guión y codirigimos el video.

– En el video juegan a la ruleta rusa, y después vos tirás la venda roja y tomás aire, como liberado. Es una buena  referencia a El francotirador (1978), y acompaña bien la letra, con un tipo como encerrado en sí mismo…

– Me gusta mucho esa imagen, esa película de (Michael) Cimino, hay algo del dramatismo que tiene. En el video hay cosas que están buenas, y otras que no tanto (risas).

– Con “Rimbaud” dijiste que te chicaneaban algunos amigos escritores porque era como pretencioso.

– (risas) Sí, pero la canción no tiene mucho que ver con el afuera. Estoy contando una situación de la Facultad de Bellas Artes, de los pintores de los que nos colgábamos hablando, de lo que leíamos, de cuando era adolescente, de Rimbaud y Cocteau, otra época…

– Leí que en su momento te encerrabas a ver filmografías enteras de directores…

– Era un plan buenísimo. De los directores de los ’70 vi casi todo. Era la época en la que trabajaba en un restaurante, escribía canciones y no tenía mucha plata. Pero por lo menos podíamos mirar películas.

– Era como un aislamiento…

– Es que cuando algo te gusta para mí es más importante que la realidad. Después aparecen mis hijas, mi familia, que tiene otra dinámica. Muchas horas de cuelgue con algunas cosas en otro momento ahora se traducen en estar con los demás. Me divierto mucho con mi familia. El otro día lo decía, la familia es la mejor agenda. Sobre todo cuando uno tuvo tantos momentos de soledad, o problemas de relaciones. Y ahora mi vida es componer canciones, y las ensayamos y las grabamos, y cuando tengo tiempo juego al fútbol los sábados, en cancha de 11. Es mi gran debilidad. Dejé de jugar al fútbol a los diecinueve años, y volví a los cuarenta y pico por invitación. Me llevó unos seis o siete años de preparación del físico y ahora ya ando bien. Jugamos con otros de mi edad. Jugamos en cámara lenta pero nos divertimos.

– Sos amigo de artistas de distintos palos, ¿no?

– Sí, siempre es grato encontrarme con ellos, pero tampoco soy de asistir a reuniones de artistas o eventos. Siempre me junto en casas y con amigos. Lo otro me aburre. Soy muy amigo de (Fabián) Casas y de (Juan José) Becerra, que también es de Junín. De directores de cine también. De vez en cuando nos juntamos a distendernos.

Entre 2005 y 2012, con intermitencias, antes de partir hacia tierras menos ruidosas, Moretti vivió en Abasto. “Viví en dos casas: en Gallo y Humahuaca y en Jean Jaures y Tucumán. Fueron etapas muy gratas y muy compositivas. Me hicieron muy bien”. Cuando se le pregunta por la vida nocturna, de la que Abasto tiene un catálogo variado, dice, con léxico tanguero: “En la última etapa la noche me había acobardado. Iba mucho por San Telmo, al bar Guebara, pero me gustaba más juntarme en casas de amigos a beber y escuchar música. No tengo el alma de bares. Quizás lo tuve mucho tiempo y me aburrí, no sé. Pero al que iba mucho es a Guebara, soy amigo de Mariano, el dueño. Ahí se filmó el video de “Máscaras””.

– Hablando de la escena local, del rock actual, ¿cómo ves la movida?

– Yo la veo viva. Hay muchas cosas que están buenas. Louta está bueno. Él Mató está bueno, Viva Elástico también. Indios me gusta. Y soy un colgado, no soy un tipo que está todo el tiempo ávido buscando cosas, pero siento que está recontra vivo el rock.

– Pero vos, que venís de épocas en donde todavía se hablaba de contracultura, y quizás es una pregunta medio vieja y repetitiva pero me parece importante, ¿qué sentís ahora con eso?

– Es que ya no sé ni qué es eso de la contracultura. Como te decía, soy muy cambiante, porque todo me aburre, así que me gusta que todo el tiempo haya cosas nuevas, y el pasado, bueno, es el movimiento. Y a veces vas para adelante, a veces retrocedés, y a veces retrocedés para ir para adelante de nuevo, y así. Con esas bandas que te digo, más otras muy buenas que hay, ya está buenísimo. En La Plata hay un montón de bandas. No sé si ahora se separaron pero Valentín y los Volcanes era una cosa muy linda también. La Plata siempre tiene esa escena ocurrente.

– Y de afuera estás al tanto también de lo que va saliendo, ¿no? Siempre te gustó mucho Wilco. ¿Fuiste a verlos cuando vinieron el año pasado?

– No, estábamos de gira y no pudimos. En Montevideo se suspendió. Nos íbamos todos a Montevideo, teníamos los pasajes y todo. Tocaban en La Trastienda, que es un lugar en el que siempre tocamos cuando vamos allá, y pensábamos: ‘Este lugar para ver a Wilco es espectacular’. Y después suspendieron el show. No sé supo bien por qué, no especificaron.

– ¿Lo conocés a Jeff Tweedy?

– No. Tengo amigos que estuvieron en el show de acá que se cruzaron con el bajista y con el batero. Lo más cerca que estuve de Tweedy fue cuando estuve en Chicago, probando guitarras acústicas en un local de música muy tradicional de allá, y estaba tocando una y cuando miro era ‘Modelo Jeff Tweedy’. Me quedé sorprendido. No me la traje porque me da miedo traer guitarras acústicas en aviones.

Después de hacer un recorrido por el panorama musical contemporáneo aparece el nombre de Kanye West. “Me interesa mucho Yeezus (2013). Hay como una cosa que me gusta de tipos que se meten en mundos muy inspirados ejercitando personalmente nuevos lenguajes”, dice, y como un compositor atento, a la búsqueda de cosas de las que agarrarse, Moretti dice que algo de eso del hip hop actual, en donde ve riesgos, puede tomar. “En realidad es así”, dice antes de aclarar cómo funciona su cabeza a la hora de buscar influencias. “Tenés que esperar a que aparezca un motor, algo que te emocione. Por ejemplo, El espectáculo del tiempo (2015), de Becerra, es una novela extraordinaria. Es muy emocional porque es una novela que habla bastante de Junín. Y siempre aparece algo que me mueve un poco”.

Dentro del repertorio de canciones en el que se mueve, en medio de las melodías que suenan en su cabeza y se le aparecen de repente, una tarde cualquiera, y que va grabando en su celular a modo de anotador, hay espacio para el juego, como Moretti llama al oficio de la composición. “Mirá”, dice, mientras saca su celular, desliza el dedo por la pantalla y aparece una lista de notas de voz interminable. “Podés jugar con esto, acá tenés toneladas de ideas, después las escuchás y algunas terminan siendo canciones y otras no. Ese es el juego. Es decir, está todo el tiempo”.

Pero también hay espacio para las melodías que no salen de su propia imaginación y a las que les pone la voz y el cuerpo con las mismas ganas. Desde hace un tiempo viene presentándose en una serie de shows en los que interpreta tangos y otras canciones populares. “Me llevó un poco de tiempo pero ahora agarré confianza. Yo interpreto, tengo dos canciones propias pero no las estimo. Lo que escribo son valsecitos, eso sí, que podrían formar parte del universo tango, pero no son tango propiamente dicho. Tengo uno o dos pero no superan la media. El tango es muy sofisticado. Toco con Eduardo (Minervino, pianista de Estelares), que es un crack, y Natalia Pedraza, bandoneonista. Cuando salimos tocamos los tres, y en el show también hay canciones melódicas, como Leonardo Favio y Roberto Carlos. Es algo muy de los ’70. También hay algo de rock nacional”.

– ¿Qué canciones elegís en general?

– Me gusta el tango canción, cualquier cosa que tenga linda melodía y linda letra. Hay muchas. Si tengo que elegir, “Cuesta abajo” es mi preferida. “Garúa” también. No hago tantos shows porque a veces no me da el alma para tantos viajes. Las cosas van bien, y me llaman para hacer algún que otro show. Con Estelares giramos bastante. Nosotros estamos de gira desde el año 2003, y es lindo pero te cansa también. Y me han propuesto hacer el show de tango en Rosario, Córdoba, Mendoza, pero solo pensar en que tengo que agarrar un auto y un micro, incluso un avión, no sé. Honestamente, me gusta darme tiempo.

– No tenés esos baches, componés todo el tiempo.

– La cosa es así. Quiera o no quiera, la melodía siempre aparece. Me pongo a tocar el piano y aparece una melodía, me pongo a cantar y aparece una melodía. Después, la palabra no me cuesta, no me cuesta, es algo que me sale, es más fuerte que yo. Después, si estamos de acuerdo en que encuentro buenos versos  es otra cosa. Pero la palabra no me cuesta. Hubo épocas en que componía todo el tiempo, y ahora dejo que las melodías aparezcan, cuando me pongo a tocar el piano o la guitarra. La melodía viene todo el tiempo, ya sea en el piano o en la guitarra, o caminando, ¿no?  La mejor frase de todas, la mejor de todas, es del querido Andrés Calamaro: ‘Las canciones las compongo caminando, entonces algunos versos se me van’. Es tal cual.

– Otra de Calamaro, referida a esto del oficio, aunque un poco irónica, es ‘Todas las canciones son iguales, y parece que hablan siempre de lo mismo ya…’

– Sí, hay dos canciones especialmente sensibles. Una es esta que te decía, “No tengo tiempo”, y la otra es “Me olvidé de los demás”, que dice ‘Cruzó la carretera sur con amabilidad…’

Parte de haberse mudado a Villa Elisa, un lugar en el que vive rodeado de naturaleza, tiene que ver con ese tiempo que dice necesitar después de varias temporadas agitadas. “Me gusta mucho estar allá, con amigos, en familia. Me he convertido en un… yo soy un solitario. Si tuviese plata estaría encerrado en mi casa, salvo para jugar al fútbol con amigos, pero estaría encerrado mirando películas”.

– Es una especie de paz que encontraste…

– Podría ser de esa manera, sí, es como que encontré un lugar de contención muy importante. Porque entre mis diecinueve y mis cuarenta fueron años muy viajados, algunos muy satisfactorios y otros no tanto, muy exigentes, desesperados, muy locos. ‘Loco’ es una palabra liviana, no, fueron años muy desesperados. Entonces cuando empecé a ver que podía comer de mis canciones y podía quedarme en casa escribiendo, mirando películas y disfrutando de mis afectos, eso me fue sacando solo de los lugares de, como decía Jagger, absoluta y plena insatisfacción. Del goce, de la falopa, que te da satisfacción un ratito e insatisfacción la mayoría del tiempo. Así lo viví yo. Y ahora, por ejemplo, en un día así, si me decís de ir a jugar a las cinco de la tarde al lugar donde voy a jugar yo los sábados, que es un lugar increíble, y hay árboles, lugares muy amplios y canchas profesionales y vas por caminos de tierra, y me preguntas qué es lo que más se parece a la felicidad, bueno, mi familia primero, y después esos caminos de tierra, llegar a la cancha de fútbol, y sobre todo la vuelta. El otro día pensaba, al respecto, que cuando jugaba en inferiores en Junín, y por más que yo hubiese querido en su momento ser jugador de fútbol, no lo hubiera logrado porque no soy competitivo, y para ser competitivo hay que querer comerse crudo al rival. Cuando voy perdiendo 2 a 1 quiero darlo vuelta y cuando ya te hice el tercer gol, en el 3 a 2, ya me aburro. Son como taras que tengo.  Pero bueno, si me preguntás, ese es uno de mis placeres. Cantar también me gusta mucho, por supuesto, componer también. Estar planeando un disco también, estar craneando algún que otro concepto también, pero eso es muy personal, ¿viste?, es muy difícil de decir.

– Para terminar, Manuel, en estos tiempos siempre sale la pregunta por la política, sobre todo en tus canciones. Hay artistas que tienen referencias directas y otros lo hacen de forma más elusiva, captan el clima de la época. Vos sos un tipo de posturas claras, te interesa la política.

– Sí, por ejemplo, algo en lo que estoy muy metido, y que no está bueno, es que vivo en Twitter, y sigo a todos periodistas. Me parece patético porque me come crudo. Por las angustias, los enojos. En realidad son épocas sociales en las que uno aprende que la realidad es dinámica y que lo importante es ser lo más constructivo posible, y que está bien que te afecte, que te pase, y es normal que cuando te angustia algo te resguardes en algunas cosas. Qué se yo, yo vuelvo a algunos libros, a algunas canciones, a algunas películas, a caminar solo. Y lo que te decía antes, desde que tengo la casa en Villa Elisa, por ejemplo. Yo vivo en un parque con árboles grandes y descampado y con hectáreas atrás de mi casa en las que hay caballos y eso, y es raro que en días primaverales, como dice Charly García, eso de  ‘Nos divertimos en primavera…’, es raro que yo me quiera ir de ese lugar. Es muy grato ese lugar. Pero también me gusta estar enterado de lo que pasa. Me sale, mejor dicho, y me doy cuenta de que a veces me come crudo. Y con respecto a la música en ese aspecto, por ejemplo, “Los lagartos mueren en familia” es una canción del ’98 y es recontra política. Hay que ver quién la lee, eso es otra cosa.

– Y siempre decís, en broma y con cierta culpa, que a veces te gustaría irte del país.   

– Si, y varios directores de cine que me gustan son italianos, y tengo ciudadanía italiana, y digo que quiero ir a escuchar también a intérpretes italianos, hay muchos cantantes de los ’70 italianos que  me encantan, de la canción popular italiana, entonces a veces digo que me gustaría ir. Son pequeñas falacias. Tengo dos niñas, una de 3 y la otra de 12, y son argentinas. Y seguimos todos acá, ¿no? //∆z