El aura del Flaco Spinetta sobrevuela buena parte de Canción Animal, el mejor disco de Soda Stereo, editado en diciembre de 1990, que marcó un antes y un después en la vida de la banda.

Por Matías Roveta

“El riesgo es el camino más intenso”, declara con cierto dramatismo Gustavo Cerati al promediar “Sueles dejarme solo”, esa pesada y explosiva marcha con toneladas de guitarras distorsionadas incluída como quinto track de Canción Animal. La mención no es gratuita, sino que define en buena parte a este disco y al Universo Soda: siempre se trató del cambio, de correr riesgos artísticos, de buscar nuevos horizontes estéticos. Casi una declaración de principios. Sí, Gustavo Cerati es quien probablemente mejor haya recogido el guante del legado Spinettiano. Eso de entregarse por completo a la obra y mirar hacia adelante tratando de superarse a sí mismo. Hasta cuando dispara “De las historias pasadas, ya no me aturde saber”, en “Un millón de años luz”, parace estar conectando con eso de “Mañana es mejor”, que Spinetta inmortalizó en su “Cantata de puentes amarillos” del inolvidable Artaud (1973). Incluso el riff luminoso de la canción suena a algo que podría haber escrito el Flaco.

Repasemos. Año 1990. Soda se encontraba en la cresta de la ola: giras maratónicas por todo latinoamérica, puestas en escena faraónicas y ventas millonarias de todos sus álbunes. Su disco anterior, Doble Vida (1988), había sido grabado en Nueva York con un equipo de elite y varias capas de sobreproducción decorando las complejas canciones. El trío había llegado a ser todo lo grande que podía. Esa sensación de salto al vacío desde la cima de todo, que percibían los Soda al encarar la producción de su nuevo disco -con un claro cambio de rumbo artístico-, cuando en junio de 1990 entraron a los Criteria Studios de Miami para grabar las canciones, quedó materializada en “Hombre al agua”: un hombre nadando a la deriva, entregado a su propio destino, al tiempo que descubre con éxito un nuevo mundo.

Pero en Canción Animal, como señaló el periodista Sergio Marchi en su reseña del disco para la revista Rock & Pop en 1990, había mucha más agua: “tiempo anfibio”, “lluvia derramada”, naufragios y tormentas que abren tierras son algunas de las imágenes que pueblan el disco. El agua inunda, arrasa. Pero también limpia y purifica. Algo de eso hay: borrón y cuenta nueva, “limpiar” el pasado y pensar en el futuro. De nuevo Spinetta. Soda estaba abandonando la new-wave y el post punk que había definido el sonido de sus primeros cuatro discos. Ahora la banda se había convertido en un power trio de hard rock, con un sonido limpio, directo y sin artificios de estudio. Las referencias a lo bíblico también tenían que ver con eso. Las citas al Diluvio Universal (otra vez el agua) en “Un millón de años luz” y al Big-Bang en “(En) el séptimo día”, refuerzan el concepto del disco: la creación de algo nuevo. Cerati redobla la apuesta y se autoesgrime como semi-dios al declarar que, en la realización de su Nuevo Mundo (disco), trabajará incluso hasta en el “séptimo día”, y Zeta y Charlie acompañan con una base rítmica asesina. Canción Animal es una obra clave y decisiva porque abre el segundo estadío exitoso en la vida de Soda, ese con mayor cantidad de hits y que sentenció un estilo musical que, según el crítico Pablo Schanton, terminó de ser “del todo personal”.

En ese volantazo estilítico que significó Canción Animal, el rock nacional de base se visualiza como un altar dorado al que se le rinde tributo. No sólo Spinetta, sino también Tanguito, Litto Nebbia y toda la escena de “La Cueva” en general, es homenajeada en este disco de Soda. Pero una canción definiría por completo todo: “De música ligera”. Cerati reconoce el peso e influencia de la generación beatnik y hippie que fundó nuestro rock nacional en los sesenta, en frases imborrables como “Nada nos libra”, pero al mismo tiempo asume que eso es tiempo pasado (“Nada más queda”). El video clip de la canción -con sus espirales psicodélicos y su estética sesentosa- refuerza ese concepto, y la versión en vivo incluída en El Último Concierto (1997) recupera gran parte de esa mezcla de nostalgia y despedida con sabor agridulce que originalmente tenía la versión de estudio.

¿Por qué Canción Animal es, no sólo el mejor de Soda, sino uno de los mejores discos en la historia del rock nacional? Sencillamente porque acá nació el verdadero Soda, el que conmovió a todo un continente. El pico creativo del trío Cerati-Bosio-Alberti debe ser situado acá. Pocos discos que integran esa preciada lista de clásicos exhiben tal colección de himnos como éste, al punto que el álbum asciende a la escala de Best of. Fue grabado con un plantel de lujo: el gran Tweety González sumó teclados, Andrea Álvarez cantó y tocó percusiones, Pedro Aznar acompañó a Gustavo en “1990” y Daniel Melero, consolidado como el “cuarto Soda”, ayudó en la producción y tocó algunos teclados. Canción Animal tiene además algunos momentos líricos brillantes, de los mejores en la carrera de Gustavo Cerati. Sólo un letrista privilegiado puede lograr congeniar en un mismo disco la ternura de “Té para tres” (escrita por Cerati luego de conocer la noticia sobre la enfermedad terminal de su padre, Juan José Cerati) con la perversión extrema de “Canción Animal”, donde el sadomasoquismo simboliza el deseo sexual más primal, registrado en el arte de tapa con dos leones procreando.

A treinta años del comienzo de Soda Stereo, y a más de veinte de Canción Animal, se puede seguir utilizando este disco para tener un registro vivo de lo que fue esta banda: un atropello voraz, rockero y ambicioso a las bases de nuestro rock. Lo crudo del sonido se traduce en la crudeza de esas ambiciones, en ver cuán alto se podía llegar. Un momento único e irrepetible en la carrera de una banda igual de única. Un instante de magia que, como expresa buena parte de la actitud artística de Soda, ya no vuelve. Tal vez sólo quede la esperanza de que las palabras de Gustavo en “Cae el sol”, terminen siendo algún día proféticas: “Querría despertarme y al fin con vos volver a jugar”.//z