El 45º aniversario del derrocamiento de Salvador Allende habilita a revisitar ¡Maldito Allende!, un comic que ahonda en la figura del presidente socialista a través de los ojos de un migrante chileno.

Por Gabriel Reymann

Recordá a Allende, y los días previos
previos a que el ejército llegara …

The Clash – “Washington Bullets” 

Sin edición directa en Argentina, pero llegado por medio de las importaciones –vamos a ver qué queda de todo esto, dados los hechos económicos de público conocimiento– de la mano de ECC España, apareció en las comiquerías del país el libro ¡Maldito Allende! (2017), producto de la colaboración entre el francés Olivier Bras y el argentino Jorge González. La presentación del libro es impecable: tapa dura, excelente papel, reproducción impecable del arte de González, y dos extras más que bienvenidos: una entrevista con los autores –mayormente centrada en su acercamiento a la obra– y una galería de bocetos.

Es en la entrevista que nos enteramos un poco más sobre Olivier Bras: el hombre no es guionista de historietas –este es su debut en una historia larga, al menos– sino que es un corresponsal y periodista que arribó a Chile a fines de los 90’s, esto es, en la época en la cual Pinochet quedó detenido en Londres para ser juzgado por sus crímenes de lesa humanidad. Él mismo cuenta que visitó el país por meras vacaciones y, dada la coyuntura histórica, terminó asumiendo la cobertura del asunto y permaneciendo en Chile por tres años. Para el 40º aniversario de la muerte de Allende, publicó en una revista francesa una historieta corta alusiva al tema en colaboración con González; este es básicamente el germen del libro.

La historia tiene tres ejes de lectura en cuanto a lo protagónico, repartidos en dos planos temporales distintos. El libro lo recorremos a través de los ojos de Leo, el protagonista-vehículo de la historia. Leo es chileno, nacido a principios de los 70’s, pero sabe poco de su país de origen porque emigró a Sudáfrica aún siendo un niño; su padre es ingeniero minero y se radicó en ese país por trabajo. Es a partir de los recuerdos de la infancia que Leo comenzará su esbozo de la figura de Salvador Allende: Mundial de Fútbol de 1978, la tapa de una revista chilena enmarcada con una fotografía de Augusto Pinochet, el militar que derrocó al presidente socialista. La primera vez que Leo –ya de adolescente– cuestiona esa visión paterna de Pinochet salvador de la Patria / Allende amenaza afortunadamente erradicada, es en un almuerzo familiar con amigos chilenos del padre como invitados: uno de ellos pone en duda todas esas nociones (para disgusto del padre) y le deja a Leo de regalo –camuflado en un ejemplar del Don Quijote– una copia del legendario último discurso que Allende, a través de un llamado telefónico a la Radio Magallanes, profirió el mismo 11 de septiembre de 1973, inmediatamente antes del asedio al Palacio de la Moneda.

Y el otro plano temporal va desde comienzos del siglo XX hasta la década del ’70 y pertenece a los otros dos protagonistas: Allende y Pinochet, claro. En ambos casos se busca dar una carnadura más concreta, humana y biográfica, en definitiva, a las que seguramente sean las figuras más determinantes de la historia de Chile en el siglo pasado. La historia no busca detenerse en exceso en lo biográfico, pero se ven todas las etapas importantes de sus vidas. Se destaca en el caso de Allende su curiosidad desde pequeño por los asuntos sociales (vale destacar su linaje político: su abuelo, médico, fue una figura emblemática del Partido Radical Chileno) y su largo peregrinaje (como Lula o Pepe Mujica) y construcción de consensos sociales sin claudicar en sus principios hasta llegar a la presidencia en 1970, previo paso por la senaduría y la cámara de diputados.

A Pinochet también lo seguimos desde su niñez, con una artrosis que puso en riesgo su pierna izquierda y la elección de la carrera militar ya en la juventud. En la caracterización del militar se lee a un individuo no necesariamente brillante a nivel intelectual, pero sí ambicioso y decidido a escalar para alcanzar sus objetivos (aunque curiosamente se lo presenta tutelado por figuras femeninas: en su niñez y adolescencia, su madre, luego su esposa). Para cuando Allende accede (¡en su cuarto intento!) a la presidencia de Chile, Pinochet tenía cierto posicionamiento en el escalafón militar, y más aún, margen para seguir ascendiendo; es por eso que, más allá de la porfía ideológica que le genera el triunfo de Allende, en primera instancia no presenta objeción –manifiesta– alguna.

Por supuesto que el comic no se priva de mostrar otros sucesos históricos de público conocimiento relacionados con la presidencia del santiaguino, como su legendario discurso en la ONU en 1972, o la visita de Fidel Castro al país vecino en 1971. Es curioso el acercamiento de Bras al tema de Estados Unidos: dedica dos páginas a un cónclave entre Nixon y sus funcionarios (incluido el tristemente célebre Henry Kissinger, Secretario de Estado del mejor país del mundo) mostrando la furia del presidente estadounidense por la victoria de Allende, hablando solapadamente de financiamiento de propaganda opositora y desestabilización económica y afirmando –como fue en la realidad, en definitiva– que no se podía permitir la menor imitación del modelo de la Revolución Cubana, pero jamás mencionando esas dos palabritas mágicas que conocemos tan bien todos (well, almost) los latinoamericanos: Plan Cóndor. Y esas dos páginas son toda la alusión existente en el libro a la (demostrada y documentada) injerencia norteamericana en el derrocamiento del presidente chileno: esta leve omisión puede que sea lo más endeble a nivel de documentación histórica rigurosa.

Si uno mastica un poco la lectura de la historieta, no dejan de aparecer numerosos paralelismos o similitudes entre hechos y procesos de las historias argentinas y chilenas. Varios botones de muestra: van del  tema central del desfasaje político-generacional entre Leo y sus padres (recuerden a los Montoneros de los 60’s, jóvenes católicos hijos de padres gorilas; y como la historia siempre se repite, miren a su alrededor la generación filo kirchnerista hija de padres gorilas) a un líder político llevado al suicidio por su intransigencia (José Manuel Balmaceda, presidente chileno a fines del siglo XIX; L. N. Alem en Argentina, misma época) por no mencionar el dialoguista método de asaltar con bombas una Casa de Gobierno (1955, el sangriento tirano depuesto en Casa Rosada).

La historia prosigue con todos los conflictos que sirvieron de carne de cañón para el golpe de estado. Las tensiones sociales, económicas (desabastecimiento, bloqueos económicos: business as usual) e inclusive militares que fueron propiciando el golpe de facto. Allende sale bien posicionado de las elecciones legislativas a mitad de su gobierno, pero los conflictos dentro de las Fuerzas Armadas terminan por llevarse puesto al Comandante en Jefe del Ejército, Carlos Prats, quien se mostraba contrario a la incidencia de asuntos militares en temas políticos y guardaba una relación de mutuo respeto con Allende. A Prats lo sucede un tal Augusto Pinochet, quien en primera instancia se muestra respetuoso de la investidura presidencial, pero las sucesivas presiones –como mínimo– a deponer al primer mandatario, cede en artero acto de traición. Prats muere víctima de un atentado en 1974 en Buenos Aires cuya autoría le correspondió a la DINA, la agencia de inteligencia de estado chilena. Años después, cuando el cuerpo sin vida de Pinochet pasee por Santiago para que lo despida la parte del pueblo capaz de hacerse cargo de ese legado, su nieto Francisco Prats aguardará durante horas para estar junto al ataúd y poder asestarle, finalmente, un justo, poético y maravilloso escupitajo.

Las líneas temporales se cruzan lógicamente en 1998, con Pinochet siendo juzgado en Europa y Leo imbricándose cada vez en el tema; a esta altura de su vida se halla en pareja con una francesa periodista residente en Londres y el tópico lo tocará de cerca inclusive por sus suegros, que tuvieron contacto en su país de origen con varios exiliados chilenos (incluso él siente una suerte de culpa por encontrar a su suegro, que tiene una óptica más amplia de la historia reciente de su propio país). Ya en el 2000, Leo y el ex dictador coinciden en su país natal, el primero acompañando a su pareja periodista en el seguimiento del tema, el segundo regresando impune a su terruño. Peor que impune, en verdad: vitoreado por buena parte de la sociedad. Y este es un punto nodal de la historia de Bras. A diferencia de nuestra sociedad, la argentina, en donde salir a vitorear a Videla no gozaría de mucho quórum (haya “grieta” o no), la polarización en Chile hace que el mismo discurso que se utiliza aquí (los desaparecidos están viajando por Europa) sea mucho más sentido común y aceptado (facts: el Proceso de Reorganización Nacional se habrá caído fundamentalmente por su propio peso; Pinochet estuvo al mando de Chile por… diecisiete años).

Seguramente el principal atractivo para muchos con este libro haya sido el trabajo gráfico de Jorge González, el argentino radicado en España, poseedor de un curriculum harto prestigioso y conocido (Hate Jazz, Fueye, Dear Patagonia, Mendigo, entre otros) y que se encuentra a la altura de las expectativas. González echa mano a cantidad de técnicas de vieja escuela: carbonilla, lápices, pasteles, entre lo identificable a simple vista. También se perciben texturas y ediciones digitales, que ayudan a volver más homogéneo el resultado final visual. Lo digital también se nota en scans de fotografías o documentos de la época, muchos de ellos a página completa, funcionando a manera de separadores entre tramos de la historia.

La representación humana tiene un carácter abocetado, sketchy, pero realizado al estilo de un artista plástico; como un estudio de caracteres. González en ningún momento sucumbe a la tentación de poner el énfasis en retratar de manera hiperrealista por tratarse mayormente de protagonistas existentes en la vida real; respeta fielmente los rasgos básicos icónicos (Allende, Pinochet, Castro, Prats, Víctor Jara: algunos de ellos parecieran retratados por medio de fotografías pintadas) sin resignar nunca su potencia sintética y expresiva. Pero donde mejor se aprecia la intensidad plástica de González es en su rendición de los ambientes: la primera página, en la costa chilena, es sencillamente apabullante; las minas de cobre (nacionalizadas por Allende, decisión respetada por Pinochet, porque la ideología tiene a veces sus límites) y carbón por dentro, o la doble página puramente abstracta que acompaña el texto que narra la derrota de Allende en las presidenciales de 1958 son puro deleite de color, luz y textura. Hay también sutiles distinciones tonales en cada época: en la que coinciden Allende y Pinochet predominan el sepia, el blanco y el gris (este último gana mucho terreno en la secuencia del derrocamiento propiamente dicho); en la que coinciden Leo y Pinochet la paleta es mucho más variopinta, pese a seguir predominando el blanco.

Por último, en el plano narrativo González se maneja con solvencia y libertad en partes iguales. En la grilla de viñetas va de las mentadas splash pages a páginas con ¡16! cuadritos, y en el medio recurre a todo lo que haga falta al servicio del relato, una ficción histórica: abundancia de planos medios y cortos (tener en cuenta que acá hay muchas de las famosas talking heads) -quedando los planos grandes para el escenario que realmente lo requiere, el ataque a la Casa de la Moneda- o páginas completas sin viñetas definidas, en un acercamiento más cercano al collage o al diseño gráfico. Como en el apartado visual, la disponibilidad de herramientas está en función de la historia y sus posibilidades de enriquecerla.

El guitarrista estadounidense Henry Kaiser tituló a unos de sus discos, no sin cierta ironía seguramente, Aquellos que conocen la historia están destinados a repetirla. En estos tiempos de billetes argentinos con horneros, yaguaretés y ballenas, ¡Maldito Allende! resulta una invitación perfecta a adentrarse en la sangrienta historia reciente latinoamericana tanto para el desconocedor como para aquel que esté interiorizado en el tema, por no mencionar la chance ideal para conocer/seguir a uno de los mejores dibujantes de comic activos en la actualidad. //∆z