LO MEJOR 2020: DISCOS INTERNACIONALES
Pauta 2021

La música nos ayudó a sobrellevar la pandemia. Estos son, según ArteZeta, los diez discos internacionales más destacados de 2020.

Por Pablo Díaz Marenghi, Luciana Miranda, Sebastián Rodríguez Mora, Matías Roveta Joel Vargas Ilustración: Paula Rosa

10- 3.15.20, de Childish Gambino (RCA, Sony Music)

¿Quién es Donald Glover? ¿Un actor? ¿Un cantante? ¿una estrella de Hollywood? ¿La voz de una generación? ¿Un rapero? Es todo eso y más. Es uno de los artistas más influyentes del momento, ya sea desde la serie Atlanta o desde los escenarios como Childish Gambino.

La primera vez que el mundo sabe de él es en la comedia Community en 2009. Desde ahí, todo se vuelve cada vez más inmenso. El pico de popularidad llega con el video de “This Is America”, un retrato vertiginoso de la vida de los afroamericanos en la era Trump, mejor dicho en toda la historia estadounidense. Una canción llena de momentos, una suerte de ópera, donde Gambino marca el desenfreno y la calma. En 2020 saca un disco con tapa blanca, 3.15.20. El nombre es la fecha en la que salió. Gambino juega, se arriesga y crea al parecer un único track. Las canciones llevan por nombre los minutos y segundos de cuando comienza. Solo dos tienen nombre, son las mejores: “Algorhythm” y “Time” con Ariana Grande. Muestras de por qué Childish Gambino es la nueva bestia pop. Joel Vargas

9- Rough and Rowdy Ways, de Bob Dylan (Columbia Records, Sony Music)

“Crucé el Rubicón en el día catorce del mes más peligroso del año, en el peor tiempo y el peor lugar”, canta Dylan al promediar Rough and Rowdy Ways. La canción es “Crossing the Rubicon”, un blues poderoso que parece encajar perfecto en el contexto de crisis mundial y pandemia. ¿Dylan una vez más leyendo los tiempos? “Solo sé lo que sé”, ladra con voz rasposa en “False Prohet” —otro de los grandes pasajes bluseros del álbum—, mientras de fondo las notas que dejan suspendidas al final de cada verso los guitarristas Charlie Sexton y Bob Britt generan placer. Y lo que Dylan sabe es mucho: Rough and Rowdy Ways está plagado de guiños y referencias a músicos o escritores que admira y, así, el disco invita a conocer una infinidad de mundos posibles.

Es el reconocimiento a una cultura de la que él es testigo y sobreviviente (o “el último de los mejores”, como canta en la citada “False Prohet”), de parte de alguien que se sabe cerca del final. Porque la muerte ronda algunos pasajes del álbum y está presente en “Key West (Philosopher Pirate)”, una hermosa balada con guitarras que arropan con calidez y el sonido reconfortante de un acordeón, y en la que Dylan canta sobre cuando escuchaba la radio pirata Luxemburgo, que educó a toda la generación que sentó las bases del rock, y recuerda a quienes, como él, nacieron del “lado equivocado de la vía” para luego romper con el mundo anterior y crear uno nuevo: escritores beat como Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Gregory Corso, o pioneros del blues y rock and roll como Buddy Holly, Louis Jordan y, de nuevo, Jimmy Reed. Dylan canta emocionado, como si se estuviera despidiendo y finalmente llegando a destino luego de tantos años de recorrido: Key West es un espacio de luz, un paraíso divino y el sitio perfecto “si estás buscando inmortalidad”, dice el cantante. Su discografía ya lo puso en ese lugar hace mucho tiempo. Matías Roveta

8- I am not a dog on a chain, de Morrissey (BMG)

En su grandilocuente y voluminosa autobiografía, editada en la exclusiva colección Penguin Classics, Steven Patrick Morrissey escribió, respecto a una gira dentro de todo reciente: “Mi cuerpo cambia una vez más y ahora tengo un aspecto benévolo y ya no hay remedio, ya no soy capaz de calibrar si el amor que inspiro es sexual o paternal”. ¿Qué pasa cuando un artista comienza a verse acechado por el paso del tiempo? ¿Y qué pasa cuando ese artista, como lo es en el caso del ex vocalista de The Smiths, fue durante tanto tiempo un nostálgico empedernido (alcanza con ver las tapas de los singles y discos de su banda homenajeando actores/actrices del cine clásico) y un sex symbol freak homoerótico? Ya con 61 años, Moz ya no es el pibito flaco como un alfiler, de jopo eléctrico que arrojaba rosas en el escenario. Luego de dos discos con altibajos, que pasaron sin pena ni gloria (World Peace Is None of Your Business, 2014, Low In High-School, 2017) encontró en I Am Not a Dog on a Chain (2020) un momento bisagra. Un compendio de buenas canciones que lo expone en una encrucijada: alejarse un poco de quien supo ser y la figura que supo cultivar y/o entregarse al paso del tiempo, la madurez y la adultez a ultranza (tal como vislumbra en el último track, “My Hurling Days Are Done” —”Mis días arriesgados/lanzados terminaron”)

Producido por Joe Chiccarelli, grabado entre Francia (La Fabrique) y Hollywood, California (Sunset Sound) se escucha a un Morrissey que continúa en una veta de experimentación instrumental que excede al rock, algo que lo diferencia de su ex partenaire Johnny Marr. Hay alguito de guitarra española en “Love Is On Its Way Out”, arreglos de vientos en “Darling, I Hug a Pillow”, y un piano con arreglos de comedia musical en “The Truth About Ruth”. También hay momentos de ritmos que remiten a sus canciones más clásicas, como el jangle pop con letra irónica en “What Kind of People Live in These Houses?”, uno de los hits, o la nostalgia con ritmo postpunk/dark y letra ambientalista en “Once I Saw the River Clean”. Otro punto notable es la colaboración de la cantante de Motown Thelma Houston en “Bobby, Don’t You Think They Know?”. Pero el tesoro oculto aparece, recién, sobre el final. En el último tema. En “My Hurling Days…”, Moz parecería desnudar sus preocupaciones de Midlife Crisis. Parecería, utilizando una estructura retórica que le habla a su madre, asumir que cuelga de forma definitiva el saco de aquella rebeldía tan añorada para posicionarse desde otro rol. ¿Un padre? ¿ Un viejito piola? Quien conoce al bocón más célebre de Manchester sabrá que esto no significa una transformación radical ni una metamorfosis plena. Si bien la última palabra estará en su próximo lanzamiento, es sabido que siempre podrá atacar de nuevo. Pablo Díaz Marenghi

7- Letter to you, de Bruce Springsteen (Columbia Records, Sony Music)

“¡E Street, E Street!”, le lanza como indicación Bruce Springsteen al pianista Roy Bittan, a la hora de arreglar una de las canciones, durante una de las escenas que registró Thom Zimny en el documental que acompañó la salida de Letter To You. Ese pedido mínimo del Jefe, en realidad, puede servir para identificar el estilo del nuevo disco que Springsteen grabó junto a la E Street Band: de forma deliberada, la obra busca rescatar ese sonido clásico de la banda, hecho de guitarras eléctricas vigorosas, melodías de piano, solos de saxo y sutilezas de glockenspiel. 

A lo largo de ese mismo film, Springsteen habla bastante sobre la química interna de la banda, el entendimiento de memoria conseguido a lo largo de los años y los lazos de amistad que los unen como miembros de un grupo legendario. Solo así es posible entender cómo (en apenas cuatro días en el estudio casero que Bruce tiene en su casa de New Jersey) fueron capaces de registrar un álbum que exhibe un sonido tan orgánico y contundente: algo palpable por ejemplo en el clímax de la gran “If I Was The Priest” (el estallido dylaniano de la armónica que conduce al solo de guitarra, mientras de fondo la banda es una máquina calibrada) o en los coros a dúo entre Bruce y su esposa Patti Scialfa en el estribillo de “Song For Orphans”, una poderosa balada que suena (de nuevo) como una versión actualizada del Dylan eléctrico de los ’60.      

La canción que da título al disco está montada sobre un riff agresivo de guitarra junto a un colchón de órgano y plantea un diálogo con los oyentes de tantos años, pero a lo largo del álbum Springsteen también reflexiona sobre la pérdida: el fallecimiento de su amigo George Theiss (compañero de Bruce en The Castiles, su primera banda) inspiró “Last Man Standing”, un rock emotivo de pura cepa E Street (mezcla el rasgueo sentido de una acústica junto a las descargas de acordes explosivos de las guitarras eléctricas y fraseos huracanados de saxo); “Ghost”, según el autor, es sobre el “dolor de perder a alguien a causa de las enfermedades y el tiempo”, y es imposible no pensar en dos soldados caídos de la E Street como Danny Federico o Clarence Clemons. El cierre con “I’ll See You In My Dreams” dispara melodías cálidas de guitarras como efecto de contención para una letra que habla sobre perder amigos y encontrarlos en los sueños. Tantos golpes pueden invitar a pensar que el propio final del camino quizá esté cerca, pero la respuesta de Sprinsgteen tan llena de energía en Letter To You tal vez indica exactamente lo contrario. Matías Roveta

6- folklore, de Taylor Swift (Republic Records, Taylor Swift Productions)

¿Cómo fue que Taylor Swift ya cumplió 31 años? Mientras sobrevivimos y envejecemos en este siglo extraño, Taylor hace lo mismo pero recolecta, retiene, guarda, atesora. Un camino largo la ha traído hasta este momento y algo de eso hay en las letras y la música de folklore, uno de los ¡dos! discos que editó en 2020. Junto con evermore, Taylor compone un tren cargado de canciones que, sin abandonar la línea que la hizo famosa y la llenó de problemas, la ubican en la categoría de american singer

Su nacimiento musical aconteció en ese viaje a los catorce desde la Pennsylvania natal hasta Nashville, Tennessee, capital universal del country. Un género (e industria) que promueve el estrellato de solistas y, por sobre todo, premia a los cantautores/compositores que logran tocar esa fibra íntima y cotidiana de millones sin pretensiones grandilocuentes. folklore / evermore son la confirmación de que el camino recto no es el más corto: la producción de ella, Jack Antonoff y Aaron Dessner de The National entrega un disco que no es pop, en absoluto, pero usa sus herramientas y arriba al country por madurez compositiva y narrativa en sus letras. 

The National suena a lo largo de las 34 canciones de ambos discos (y la banda colabora con ella en “coney island” evermore), con esa identidad tan marcial y dolorida de la banda pero sin depresión, sin dolor presente. Taylor escribe sobre todo acerca del desamor, sobre lo que no pudo ser, sobre lo que se rompió, sobre lo roto que seguimos transitando: canciones para quienes de pronto estamos en la treintena, nos duelen los huesos y ya cargamos con un par de vidas pasadas. Música para abrigarse con el cuero de los años y disfrutar del grandísimo momento vocal de esta artista que, por esta época, está regrabando sus primeros discos porque, en pocas palabras, se los afanaron al mejor estilo Andrew Loog Oldham con los Stones. Qué mejor manera de hacerse adulto. Sebastián Rodríguez Mora

5- Fetch The Bolt Cutters, de Fiona Apple (Epic Records, Sony Music)

Le dimos play a “I want you to love”, canción con la que abre Fetch the bolt cutters y nos dimos cuenta de que estábamos frente a un disco. Un disco que no es un rejunte de tracks lanzados para Instagram, sino que tiene la homogeneidad de los que saben lo que quieren decir. 

En cada una de las canciones el piano amable se junta con la voz de Fiona Apple que parece enloquecer. Parece estar conectada con cada una de sus terminaciones nerviosas. Y con su pasión. Las letras invitan a pensar sin exprimirte el cerebro. Es una invitación no una imposición. 

Se puede dividir el álbum en lado a y lado b. A partir de “Ladies” se da rienda suelta a la oscuridad, se baja la emocionalidad y los ladridos de perros callejeros desaparecen. Es así: hay un gran manejo del clímax en la operación escuchar. 

Todavía se discute si Fetch the bolt cutters es un gran disco, si los 10 de la crítica especializada son puro hype o si estuvo ayudado por el contexto de pandemia. Lo que no puede discutirse es que es un disco que tiene tanta cobertura como relleno. Te explota de vida en la cara como si fuese un Bubbaloo.

Lo único que queda a cargo del paso de los días es saber si este disco va a seguir sumando reproducciones o si quedará al lado de la ropa que ya no usa. Luciana Miranda

4- The New Abnormal, de The Strokes (RCA Records, Sony Music)

The New Abnormal (2020) aparece casi veinte años después del estallido de ira, potencia, nostalgia y esperanza que fue Is This It (2001). Aún imaginamos la aparición del primer disco de The Strokes como un momento al que regresaríamos sin dudarlo. Pero las agujas del reloj corren impiadosas sin que nada ni nadie las pueda detener. Aunque no lo parezca, aquel glorioso debut cargaba sobre sus espaldas un sinfín de preguntas y reflexiones acerca de tamaño problema. Unos muy jóvenes Julian Casablancas, Albert Hammond Jr., Nick Valensi, Fabrizio Moretti y Nikolai Fraiture se convirtieron en portadores únicos de las ilusiones, angustias y miedos de toda una generación de fanáticos y de artistas que añoraban los tiempos en los que las guitarras y el caos dominaban el mundo.

El regreso a los primeros planos de The Strokes los encuentra sumergidos en una nueva y vigorosa etapa artística y creativa. Sus nueve canciones comparten la cualidad de generar una sensación de cercanía y lejanía al mismo tiempo, una dicotomía aplicable a lo que ha sido una gran historia llena de encuentros y desencuentros. Una historia que comenzó con el quiebre del siglo de la mano de una simple pregunta: ¿Esto es todo? Inauguran ahora la tercera década del Siglo XXI con una respuesta igual de clara y revoltosa. Rodrigo López

3- After Hours, de The Weeknd (Republic Records, UMG)

En estas catorce canciones, Abel Tesfaye (alias The Weeknd) le dio forma a un álbum conceptual luego del éxito mundial de Starboy (2016). Construyó un personaje —confundir persona, narrador y autor sería un error garrafal ahora y siempre— el cual se puede ver caracterizado por un traje rojo que homenajea al tono bermellón de la campera que utilizó Michael Jackson en el videoclip de Thriller. El rey del pop, junto a Prince y Daft Punk, quizás sean las mayores influencias sonoras que sobrevuelan este álbum. Cada vez que le tocaba subir a recibir un premio lo hacía vestido de ese modo y, además, maquillado como si lo hubieran molido a trompadas. Sus fotos se hicieron virales y, luego, explicó a la prensa que intentaba dar un mensaje de concientización respecto al alcohol al volante. Sí, un mensaje tal vez algo extremo pero fiel a la búsqueda que exploró en estas canciones y que se representa en el videoclip de su mayor hit, “Blinding Lights”. Algo que también, por qué no, puede leerse como una metáfora del 2020: el año que molió a golpes a todos.

Respecto al concepto del sonido de estas nuevas canciones de The Weeknd, podrían sintetizarse con la figura de un necrófago. Algo que se refuerza desde la portada: se lo ve al músico sonriente, con la mirada levemente inclinada hacia arriba, como en señal de poder o satisfacción, y se observa sangre chorreando de su boca. Esto mismo hizo este cantautor en pos de su propia oxigenación: se comió a sí mismo. Metafóricamente, claro está. Tomó sus raíces e influencias —asentadas en el pop clásico, el soul, el funk y el rhythm and blues— y las fusionó con sonoridades actuales, posmodernas, como el rap, el trap, el dream pop y el hip hop del siglo XXI. El mensaje subyacente sería que pese a los golpes y la sangre derramada (podría agregarse, por qué no, la pandemia), el músico sigue de pie ofreciendo canciones que pueden hacer bailar a los muertos. Pablo Díaz Marenghi 

2- McCartney III, de Paul McCartney (Capitol Records, UMG)

“Aprovechá el día”, repite Paul en la letra de “Seize The Day” y la frase tiene un doble significado: en un sentido general, puede hacer referencia a la condición de workaholic del artista, que a sus 78 años decidió no quedarse quieto y editar otro disco fundamental; en un sentido más concreto, se refiere a sacarle el jugo al tiempo de encierro durante la pandemia. El lockdown obligado por el coronavirus (Paul se refirió a este tiempo de cuarentena como rockdown) encontró a McCartney viviendo junto a parte de su familia en su casa de campo en Sussex (Inglaterra) y el músico, en lugar de quedarse de brazos cruzados, sacó rédito del tiempo libre yendo diariamente a su estudio personal para registrar una serie de canciones que darían lugar a McCartney III

 Desde el título, asociado sencillamente a su apellido, se pueden establecer continuidades pero al mismo tiempo diferencias con los otros dos álbumes de la saga: en los tres casos Paul produjo las obras en soledad y tocó todos los instrumentos, pero el sonido hi-fi de McCartney III se aleja del aura hogareña de McCartney (que Paul registró en 1970 en una consola de cuatro canales en el living de su casa londinense mientras los Beatles se estaban separando) y, antes que los coqueteos experimentales con la música electrónica en McCartney II (grabado en 1980 mientras los que se desintegraban eran los Wings), el tercero en cuestión ofrece un abanico amplio de géneros musicales.

 Así, el folk sesentoso (“Pretty Boys”, “The Kiss Of Venus”) puede convivir con baladas de piano (“Women And Wives”), grooves rockeros (“Lavatory Lil”), ritmos negros (“Deep Down”) o hard rock (“Slidin’”). Pero lo mejor de la obra reside en un par de canciones con mucho clima: el remolino lisérgico de guitarras acústicas de “Long Tailed Winter Bird” o las cuerdas misteriosas de la epopeya de ocho minutos “Deep Deep Feeling”. El dado que ilustra la portada remite obviamente al III y cabe la pena preguntarse si habrá tiempo para un póker en el futuro; por lo pronto, McCartney III cierra la trilogía y se sitúa bien arriba en un catálogo solista que tiene 50 años de vida. Matías Roveta

1- Future Nostalgia, de Dua Lipa (Warner Music)

A veces, para hablar de un disco notable alcanza con un puñado de buenas canciones, un concepto potente, una batería de hits o una peculiar lectura de época. ¿Qué pasa cuando todo eso se da de forma conjunta? Algo de eso ocurre en Future Nostalgia (2020), segundo disco de la joven británica de veinticinco años de origen albano-kosovar nacida como Dula Peep, mejor conocida como Dua Lipa. Al igual que The Weeknd en EE.UU, desde las islas británicas la cantautora decidió sacudir los moldes del pop y retrotraerse a los sonidos que la formaron. A ella y a sus padres. Retoma sonoridades, ritmos, texturas y programaciones de la música de los ochentas (es muy notorio el guiño a “Another one bites the dust” de Queen en “Break My Heart”), soul, funk, disco y música negra de todo calibre (resuenan Gloria Gaynor y Donna Summer en “Don´t Start Now”).También se luce el bajo, por momentos bien postpunk, aparece la canción pop del siglo XXI y resalta su voz, quebrada, enfatizando el drama (“Cool”). Vale la pena repasar el episodio dedicado a “Love Again”, hitazo, de la serie Song Exploder (Netflix) para aproximarse a la arquitectura compositiva que cruzó a Dua con 18 productores, 14 vocalistas, 20 instrumentistas y 35 técnicos (!).

Con un rápido googleo alcanza para anoticiarse de que el disco batió todos los records en Spotify, ganó premios y fue ampliamente reconocido. ¿Es suficiente para destacarlo dentro de un año en donde la producción musical, pandemia mediante, fue notable? Lo interesante, quizás allí radique su valor agregado, reposa en la interpretación que podría hacerse de esta obra en su totalidad. En tiempos en donde el disco como formato e, incluso, como objeto, se vuelve cada vez más discutible, donde todo es cada vez más evanescente, es un gesto interesante el de esta joven cantante que dejó de ser promesa hace rato para convertirse en realidad. Entregó un disco de desamor, nostalgia, melancolía y retrofuturismo. Pop retromaníaco, en términos del sociólogo cultural Simon Reynolds. Tal como canta en la letra del tema que da nombre al disco: “You want a timeless song, I wanna change the game”. Transformó los días del futuro pasado en una canción pop que se propone sin tiempo. El porvenir es, como siempre, incierto, pero su trabajo ya está hecho. Parafraseando la célebre cita de Emma Goldman, Dua Lipa parecería decirle en la jeta a la pandemia del Covid-19: “si no puedo bailar, no quiero ser parte de tu apocalipsis”. Su trabajo ya está hecho. Pablo Díaz Marenghi

Ilustración: Paula Rosa (Instagram: @paularosapintura)
Pauta 2021