En su nueva novela, Unamuno retoma a un personaje de su libro anterior y le pone voz a una personalidad psicopática y misógina.  

Por Pablo Díaz Marenghi

En los últimos tiempos la militancia feminista se ha robustecido y ganado notoriedad a niveles exponenciales. Palabras como “femicidio”, “patriarcado” o “violencia de género” forman ya parte de un amplio vocabulario popular. A lo largo de la historia los libros se han hecho cargo de trabajar sobre la muerte femenina y el sometimiento de sus cuerpos. Es inevitable que la polifonía social no se cuele en las mentes permeables de aquellos que escriben. A veces desde un lugar más existencial (El túnel de Ernesto Sabato), mediante un género como el policial, La Pesquisa de Juan José Saer, o bajo un tono casi de “non fiction”, Racimo del chileno Diego Zúñiga. En el caso de Lila, de Gonzalo Unamuno (1985), la apuesta roza la incorrección política. Editado recientemente por Factotum, este libro corre el eje y se posiciona no en la víctima sino en el victimario. Inmiscuye al lector en la mente de un femicida que acaba de asesinar a su novia y, con el cadáver aún tibio y la sangre fresca, cuenta su historia con una frialdad absoluta, que no es otra cosa que una manifestación posible y verosimil de un machismo social latente.

El mayor acierto de la novela es la voz narrativa de Germán Baraja, personaje que el autor ya había presentado en Que todo se detenga (2015). En Lila su carácter cínico, psicópata e irritante se potencia. Se convierte en un nihilista elevado a la enésima potencia, desequilibrado y sin filtro, que no tendrá ni el más mínimo pudor ante el otro y no dudará en pulverizar cualquier ego al que se enfrente. Al mismo tiempo, la novela establece guiños con cierta literatura contemporánea hecha por escritores sub 35, hijos de la década del noventa, criados en ambientes de televisión por cable, exportaciones, pizza con champagne e investigaciones de Horacio Verbitsky. Ese caldo de cultivo emana en el sentido del humor ácido de Baraja, en su pulsión hacia los excesos (sexuales y alucinógenos) y en algo que cierta crítica adormilada bautizó como “el reviente”.

En el segundo capítulo, quizás el menos logrado de los tres que estructuran este relato, se cuenta la historia familiar de Lila. Un pasado tormentoso emerge y ayuda a que el lector comprenda mejor su relación con los hombres y los problemas que la acompañarán en su presente, hasta su encuentro con Germán Baraja, que no tendrá otro destino que el desbarrancadero. Pesa a esta intención narrativa correcta, el ritmo vertiginoso que plantea el relato en un comienzo se frena o, por lo menos, da un viraje algo brusco a la hora de construir este gran flashback que explica mucho pero muestra un poco menos.

Sobre el final, en el último acto, Unamuno ata los cabos sueltos que quedaron en torno al femicidio cometido por su protagonista. Es su versión argentina de Patrick Bateman, el personaje de American Psycho (1991) de Breast Easton Ellis inmortalizado en el cine por Christian Bale. En la última escena de Lila, el femicida confiesa su crimen a modo de chiste y la respuesta, “ya no se jode con eso, imbécil”, cristaliza el valor de esta obra que, como sintetiza Gabriela Cabezón Cámara en la contratapa, “revela las esquirlas de una sociedad enferma de patriarcado”. //∆z

Lila, de Gonzalo Unamuno (Buenos Aires, 1985)

Factotum Ediciones, 2018

120 páginas.