Viernes de detonación en Niceto: Humo del Cairo y Poseidótica en otra edición de un show doble que tiene olor a clásico.

Por Sebastián Rodríguez Mora

Fotos de Flor Videgain

Año 326 antes de Cristo, orillas del río Indo. Desplegados entre la arboleda, Alejandro Magno y su ejército multicolor de viejos rostros macedonios curtidos, cruzados de cicatrices, entremezclados con persas de barba retorcida y bactrianos semialfabetizados. En la frontera del mundo conocido, el ilustre discípulo de Aristóteles es algo parecido a un rockstar: bellas y exóticas esposas viniendo desde los bordes de países salvajes y profundos; bellos y viriles hombres griegos en sus lechos, banquetes de festejo que acaban en borracheras asesinas y un culto desmesurado por la divinidad encarnada. Algo está por acabarse en el desenfreno de curiosidad conquistadora para este mil veces rey de medio planeta. El temblor en el suelo anuncia El Terror. Derribando árboles, pisando incluso tropas propias, 200 elefantes cargan de frente contra los heitaroi. Los caballos transpiran parados, hunden la nariz en el aire húmedo para adivinar qué viene allí delante. Las trompas y los cuernos artillados barren la primera línea de monturas mientras una lluvia de flechas parte de las almenadas monturas de los mahouts enardecidos. Bucéfalo, negro veterano de cien batallas, temerario las más veces como su ilustre jinete, reacciona como cualquiera de su especie: se encabrita, se hiergue en dos patas y emprende la huida. Los elefantes del rey Poros ponen a correr al más grande conquistador de la Historia antigua. En las puertas de la India no hay lugar para los débiles.

Ahora pongamos play sobre esta escena. “Tierra de Rey” en vivo es el soundtrack perfecto.

Humo del Cairo, el trío liderado por Juan Manuel Díaz, es quizás la más potente demostración de lo que el rock puede lograr hoy en día en este país. No hay sutilezas, no hay vacilaciones: el sábado les tocó abrir una nueva edición del clásico Humo del Cairo vs. Poseidótica / Poseidótica vs. Humo del Cairo. Ya hemos estado allí antes, allá por fines de 2012, el día en que parecía que se terminaba el mundo, finisterre, this is The End, my friend. Hubo algunos temas nuevos presentados, pero lo que más hubo fue poder, la sensación de estar participando de una demostración atómica. La fórmula es sencilla y eficaz: tomemos como base el blues, ahora agreguemos un standard muy alto de distorsión, y batamos los ingredientes muy lento pero sin parar. Obtengamos lo que Sabbath quiso en sus primeros discos y no pudo. Sale caliente con mucha verdura para acompañar. Antes no viene mal tomarse un omeprazol mental, para poder llegar a ver a Poseidótica, que ya se va acomodando tras el telón.

La pantalla se abre y la batalla vuelve a comenzar. Ahora Alejandro lleva claramente las de ganar a bordo de Bucefalus, su drone erizado de misiles. Las hordas del Daario III son nubes de pods pintarrajeados con arabescos. Apuestan a superar en número a la flota galáctica helénica, que penetra el sistema Gaugamela. Alguien en el centro de mando pide silencio de radio, pero Alejandro exige un viejo tema de una banda terrícola: “Elevación” es el grito de guerra. Nosotros somos apenas espectadores, desde el ventanal del transbordador Niceto. “El alma de las máquinas” es controlada por el ataque sorpresa de un aliado inesperado: el Crudo Villagra (ex Natas) se hace cargo de los bajos que suele comandar Martín Rodríguez. El ataque de Poseidótica hoy es brutal, sanguinario. La precisión prusiana de movimientos a la que nos tienen acostumbrados parece entorpecida por momentos, pero es pura efectividad. Las filas del enemigo caen como moscas irradiadas de rock veloz.

Aclaremos que estamos adentro de un videojuego, del fichín que Poseidótica tiene en pantalla gigante. Somos ese juego. En el escenario la violencia se esparce cuando sube Fede Terranova de Fútbol  armado de su violín maldito. La rockea sin remera y saltando desde un parlante sin parar de tocar. Un poco antes “Tiempo y Espacio” da el puntapié para el rumbo de esta crónica, así como “Las Cuatro Estaciones” vuelve a exhibir el talento jazzero de Walter Broide en la batería.

Para cerrar la noche, volvamos a meter una ficha, apretemos start. Martín agarra el micrófono y dirige a la hipnotizada flota hacia “Tormenta Mental” de Los Natas. Sí, es noticia: Poseidótica tiene un cantante. Gonzalo Villagra sigue en el bajo. Esto ya es demasiado. El poder derrite algún cable o enchufe y de pronto el sonido muta a algo extraño. Algo se rompió. La gente tolera el desperfecto, aunque no se escuche ni la mitad de lo que pasa en el escenario. Poseidótica destruye el sonido en Niceto, literal. Todo termina entre merecidos aplausos. Ganamos todos, matamos al jefe del último nivel y nos pasan los créditos. Esperamos que pronto estas dos enormes bandas vuelvan a abrir la dimensión paralela a la que transportan en fechas como la del último viernes.