Con El Proyecto Florida (The Florida Project), una de las sorpresas del cine independiente en la temporada de premios pasada, el director Sean Baker hace otro relato de la periferia norteamericana.

Por Iván Piroso Soler

En la entrevista que dio para el suplemento Radar de Página 12, cuando le preguntaron por su tendencia a reincidir en las historias que corren al margen de la Historia (con mayúscula: etnocéntrica, blanca, generalmente autopercibida como masculina), Sean Baker respondió sobre cómo le gustaría que lo representaran a él:

 –  Con todas mis debilidades y fortalezas, con las fallas y también los dones.

Esto se ve reflejado a lo largo de toda su obra. Tanto en su anterior película, Tangerine, sobre unas prostitutas trans de la baja California, o en Starlet, sobre la vida de una actriz porno y su amistad con una anciana, Baker nunca cae en ese falso progresismo que se enfoca en darnos una lección moral sino que pone la mira en contar las virtudes y miserias de determinado grupo social.

Moonee es una nena de seis años que vive en un conglomerado de habitaciones en las afueras del Magic Kingdom, el titán turístico del ratón Mickey. En una escena, mientras se atraganta con las delicias que ofrece el buffet de un lujoso hotel del centro de Florida, su madre, la veinteañera Halley, la mira complacida, canchera, segura.  Claramente no pagaron un centavo por hospedarse en ese lugar. Lo que comen, básicamente, está siendo robado. Ambas pertenecen a una periferia a la que fueron echadas, y se están dando un lujo para volver a ser, de alguna manera, expulsadas de vuelta a su hogar, las habitaciones del Magic Castle, un edificio barato que emerge a las sombras de Disney World. Este es el mundo que nos presenta Sean Baker en The Project Florida, un relato que flota sobre los pantanos húmedos del sur de un Estados Unidos que no decide qué hacer con su destino manifiesto.

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Halley no la tiene fácil. Su hija Moonee es un tornado que se lleva puesto todo lo que se le para adelante. Tiene una fuerza capaz de absorber todo lo que hay en el Magic Castle. Moonee se hace de su propia tropa: los pequeños Scooty y Dicky son sus laderos en las andanzas infantiles, así como Jancey, la principal aliada, reclutada luego de que su madre los retara por bañarle el auto a escupitajos.

Alrededor del campo de batalla anda Bobby, el conserje del hotel interpretado por un exquisito Willem Dafoe, que por su actuación recibió la nominación como Mejor Actor de Reparto en los últimos Oscars. Bobby hace el papel de enemigo, pacificador y aliado de un ejército de cuatro chicos que juegan en un mundo que quizá, por momentos, y aunque ellos no lo sepan del todo, tenga más amenazas que aventuras.

Baker representa sabiamente este universo. Sin fisuras y de manera clara, genera la amenaza que ronda la cabeza de los chicos como ese helicóptero que en la película aparece cada tanto sobrevolando el hotel. La amenaza, claro, es superestructural. Los niños van a vivir relegados en un mundo que todavía no conocen, pero ellos se la rebuscan. A su edad, Moonee, en el cuerpo de esa promesa que es la ínfima actriz Broklynn Prince, sabe cómo manguear un helado en un puestito callejero y se las ingenia para que su amiga Jancey pueda salir a jugar aunque esté castigada. Quizá, por una de esas cuestiones, alguna que otra vez se desata una catástrofe, pero ¿qué puede significar eso en un mundo que no la perdona?

A diferencia de Tangerine, The Florida Project fue filmada de forma analógica, en el clásico formato de 35 mm. Alexis Zabe, el director de fotografía, logra que el rosa de las paredes del Magic Castle salte de la pantalla y tape las miserias de un edificio que no logró integrarse a la lógica que ofrece el Reino Mágico a pocos kilómetros de allí.

Más allá de su obra en particular, Baker responde con su Proyecto Florida a una larga tradición de frescos sobre la infancia. Quizá uno de los primeros recuerdos que se nos venga a la cabeza sea Los 400 golpes de Truffaut. Y en Latinoamerica, y Argentina puntualmente, tenemos nuestra propia épica sobre los primeros años en Crónica de un niño solo, de Favio. Allí nos deslumbra, también, una historia de la periferia, una infancia arrebatada que crece de golpe.  Un hilo rojo las une a ambas a través de las palabras de Moonee: “Este es mi árbol favorito – dice en un momento – porque aunque esté torcido sigue creciendo”. //∆z

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