Foals visitó nuevamente Buenos Aires coronando una presentación memorable en el Teatro Vorterix.

Foto por Tomás Correa Arce

Tipear algunos caracteres en el celular como ayuda-memoria para no olvidarse algunos detalles pelotudos. Pero lo que en este preciso momento inquieta es que no hay adjetivos precisos que alcancen para describir lo que es Foals en vivo en el Teatro Vorterix. La Real Academia Española no tiene uno que permita definirlo. Y tal vez no lo tengan nunca porque son un vejestorio anquilosado. Foalstástico podría andar. No importa.

No sabremos si es parte de su herencia griega o las ganas que tiene de romper todo, pero Yannis Philippakis estuvo conectado a 220 volts toda la noche. ¿Quería limpiar la imagen de su banda? La última vez en nuestro país las cosas no habían salido muy bien para ellos, pero esa es otra historia. Por suerte el martes fue otra noche. “Me estoy estallando mis oídos por ustedes”, diría en un rapto de sinceridad. Inquieto, electrificado, el carismático líder de Foals vivió el show a pleno ya sea bailando junto a sus compañeros, dando vueltas sobre su propio eje con su guitarra o  arengando al público con sus brazos a más no poder.

Ayer, embebido por el sonido, se acercaba al borde del escenario con los brazos en alto, haciendo una cruz con unas baquetas que le acercaron desde el costado del escenario. Se había sumado al ensamble rítmico ejecutando una chancha en sincronía con la batería, pero necesita otra cosa. Se acerca al público un poco más ¡Gritos! Se aleja ¡Gritos! Se acerca nuevamente ¡Gritos! parece que se va a tirar: amaga uno, amaga dos, toma envión y sí, otra vez lo tenemos sobre nuestras cabezas. Saltó, lo tomamos y por algún designio extraño, le estamos agarrando el orto al cantante de Foals. ¿Buen Karma? ¿Es bueno? ¿Es malo? Seguro alguna de las muchas chicas del público quisiera estar en mi lugar. Otros, como muchos de los que lo sostenemos ahora, queremos que vuelva al escenario para terminar esa versión demencial de “Electric Bloom” que vaticina el inminente final de una noche memorable.

Adentro, un caos. Afuera, la ciudad seguía descubriendo las consecuencias y dimensiones reales del temporal que la azotó desde la madrugada. Sí, una jornada convulsionada para ofrecer un recital de rock. Además, por supuesto, en este mismo momento el Festival más…Pepsi Music está finalizando su primera jornada hecho que suponía una merma de público en el Teatro de Colegiales. Pero no: previsores (o por divina casualidad), el show de Foals arrancó a las 23hrs cuando en el predio de Costanera Sur ya había tocado el plato fuerte de Queens of the Stone Age y era posible que el público abandonara el campo de Catupecu Machu para ir a ver a la nueva joya del rock inglés. Hasta Gustavo Olmedo lo había sugerido en la transmisión oficial del festival, previo a presentar el recital de QOTSA por Vorterix.com. Después fue cosa de mirar al piso a la salida del Teatro y comprobar, sin mucho esfuerzo, algunas zapatillas y botamangas embarradas para confirmarlo.

Lo cierto es que mientras más se acercaba la hora del comienzo más se poblaba la pista principal en Colegiales. En todo caso hay que destacar el buen tino de Ban Bang e Indie Folks, asociación de productoras independientes, que posibilitaron que Foals tuvieran su primera gran noche en Buenos Aires lejos del circuito itinerante festivalero que, por lo general, a menos que una banda toque en horario central y se conjuguen otras variables – desde técnicas hasta climáticas –, entregan sets escuetos y con sonido mediocre.

Todo el esfuerzo valió la pena cuando minutos después de las onces salió solo Jimmy Smith, un pibe desgarbado, con pelo y barba prolijamente descuidados, la remera entallada y los chupines de oficio – a las que sumaría una camperita de Nirvana que un fan le tiró –, se paró en el centro del escenario con su Fender Jaguar y ejecutó los primeros acordes de “Prelude”, mientras juntaba sus rodillas y bailaba chueco en una baldosa, tirando magia con su sola presencia. Ni hablar cuando aparecieron los cuatro miembros restantes y terminaron completando un comienzo ideal para devastar la ansiedad y desatar el baile y el salto generalizado: el comienzo obligado con la ya nombrada “Prelude”, seguida por “Total Life Forever” y “Balloons”, una de cada disco, Holy Fire (2013), Total Life Forever (2010) y Antidotes (2008), respectivamente.

El Teatro en ese preciso instante era lo más cercano a estar adentro de un videoclip de Daft Punk: una banda sonando a todo volumen entre la neblina del humo y las luces rojas, azules y verdes que alternaban con los flashazos de las intermitentes blancas, mientras algunos marcianos bailaban enajenados. ¡Olé olé olé fo-ols, fo-ols! Sí, ganaron. Sí, ganamos: “Olympic Airways”, “Blue Blood” y las más nuevas “My number”, “Milk & Black Spiders”, “Late night” y “Providence”, coreadas por el público como si fueran clásicos de siempre. Así son los tiempos del mainstream, inmediatos.

Después, “Red Socks Pugie” y “Electric Bloom”, dos del disco debut, donde la tensión matemática de las bases era la regla, pre-configuraron el final a la vez que engrandecieron aún más las figuras de Jack Bevan (batería) y Walter Gervers (bajo), dos seres que forman una sola bestia peluda – el todo es más que la suma de sus partes – y son el verdadero motor de este quinteto.

Luego sí, el viejo sketch de los bises – me voy, el público canta, histeria cuasi-beatle, vuelvo –: primero la climática “Moon” con Jimmy en los teclados, único momento de calma en la hora cuarenta de show; después la locura de “Inhaler”, el hit por excelencia; y por último un final proto-hardcore con “Two Steps, Twice”, donde, en otra de sus escapadas, Yannis terminó tocando arriba de la barra frente al escenario, repartiendo alguna cerveza e intentando colgarse de las molduras del balconcito vip sin demasiado éxito.

Cuando por fin el telón rojo se cerró los más insistentes mendigaron por algún recuerdo. Es sorprendente como los muchachos de prevención se vuelven ávidos exploradores y mejores comerciantes. No importa qué, una púa, una lista, media baqueta, un pañuelo, un documento ajeno –¡dame algo! ¿Cuánto tenés?- A su vez, en la puerta, la parcialidad femenina esperaba a sus amados sin resignación, con la esperanza de poder llevarse, aunque sea, una instantánea evocativa (o para la foto de perfil). Sin souvenir y eludiendo charcos por Lacroze. Otros sólo nos llevamos en nuestros oídos la más maravillosa música (sumado a un zumbido interesante que el General nunca pronosticó). Y eso es suficiente.

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