Como un presagio de lo que el verano traerá, la primera madrugada de diciembre nos encontró viajando entre las canciones de Bestia bebé y la masa de sonidos imparable de La patrulla espacial.

Por Ángeles Benedetti

Fotos de Manuel Yomal

“Situación de estupefacientes, rock, fútbol, sala de ensayo”.

Conociéndonos o no, somos varios los que guardamos un secreto compartido: siempre hay una nave esperando por nosotros en Balvanera, ese lugar de Buenos Aires donde el tiempo no pasa, suspendido entre el verdadero significado del kitsch, plaza Miserere y el Congreso de la Nación. En ese barrio, a la madrugada, comienza la hora de las bestias, de los monstruos de Cortázar y de todos los demás. Entonces ya no quedan dudas: es momento de subir al espacio. Saludar gente y beber, repetir el procedimiento. Gente impensada, gente de siempre, gente que conocés pero al final no. Una vez más, es sábado a la noche y todo lo importante que pueda llegar a pasar en una ciudad está pasando ahí, sobre la calle Moreno, donde se juega una nueva partida en un ajedrez de baldosas blancas y negras. Las piezas somos todos y lo que pasa afuera no existe mientras dura el viaje, el juego.

Un Kentucky a pocas cuadras, cerveza al precio que tiene que estar la cerveza y un lugar que es como la casa de tu tía; porque si bien no vivís ahí, el Zaguán te recibe siempre de la misma manera: Zeppelin, Fernet y la foto de Evita (“guisos de madre, postres de abuela y torres de caramelo”, en una versión noctámbula de la argentinidad). Apenas pasada la 1, apareció sobre el escenario la Bestia bebé, el caballo de Troya comandado por Tom, Chicho, el Polaco y el Topo, que arremetió con las canciones de su álbum homónimo presentado a mitad de año. La noche recién empezaba pero todos se sentían cómodos: las chicas bailaban y los chicos coreaban letras que hablan de futbolistas, boxeadores, submarinos y de vivir a secas, que es lo que mejor nos sale. El show tuvo varios puntos altos como la agitadora “Omar”, “La mentira del verano” con su sonidito tan particular y “No me importa verte perder”, que en letra y música encierra mucho de lo que Bestia Bebé parece querer transmitir a un público curioso.

Por su parte, La Patrulla Espacial y el ZAS son una dupla invencible. Subjetividad a cuestas, la banda de La Plata tocando en Balvanera es uno de los mejores shows para ver en el lado under de Buenos Aires. Esta vez, casi como un llamado de atención a los borrachines distraídos, la ceremonia empezó con una zapada que dio paso a la primera canción del disco, “Días futuros”. De ahí en adelante, de “Carretera perdida” como posible definición del rock a la psicodelia elegante de “La luz” para escuchar con los ojos cerrados, el viaje se puede extender por todo el tiempo que ellos cuatro quieran. Y así lo viven todos, bailando como si no hubiera un mañana y ni siquiera un dentro-de-un-rato esperando el colectivo por Once con las primeras luces del domingo. Bien adelante, una pareja se abrazó en “Desorden”, como si esa canción de excesos y calor fuera una balada secreta, y no se soltó nunca más, girando a tiempo entre la gente pero disfrutando visiblemente de ellos mismos. Ese y muchos otros momentos de intimidad mental, conviviendo bajo el mismo techo.

Para el cierre, casi como una autofoto de lo que estábamos presenciando, “Noche espacial” y “Toda la noche”. Llegamos a destino, y una vez más, todos tienen esa expresión de satisfacción que sólo puede significar una cosa: haber visto y oído una gran banda en vivo.