El power trío presentó en Zaguán Sur su disco Mugre, una de las grandes obras nacionales de los últimos tiempos: noche de rock crudo y melodías tangueras.

Por Matías Roveta

Fotos de Gonzzalo Iglesias

Acorazado Potemkin tomó su nombre de una emblemática película muda sobre la histórica rebelión de marinos rusos ante el poder zarista en un muelle de Odesa en 1905, que funcionó como expresión propagandística para la revolución bolchevique iniciada en 1917. Siendo coherentes con esa elección, los miembros de esta superbanda conformada por Juan Pablo Fernández (voz y guitarra), Federico Ghazarossian (bajo) y Luciano Esaín (batería), encararon su carrera con procedimientos bastante revolucionarios: para hacerle frente a las corporaciones discográficas, colgaron el genial disco debut Mugre (2011) en la web para descarga “a la gorra” y con precio a criterio del comprador.

Aunque no sólo desde la elección de cómo distribuir su arte los Acorazado Potemkin rompieron con los moldes, sino también desde su música. Para esta colección de héroes anónimos del under porteño, que integraron bandas post punk y sónicas como Don Cornelio y Los Visitantes (Ghazarossian), o Pequeña Orquesta Reincidentes (Fernández) con su folk rioplatense, la verdadera Revolución es haber abrazado ese rock crudo de riffs filosos y solos demoledores que atraviesa a los catorce tracks de Mugre y relució con contendencia en el show de anoche en Zaguán Sur. Es ese ingrediente punk, no tanto desde el género mismo –salvo cuando arremetieron con la furiosa “Caracol”-, sino desde la actitud hacia la música: como si después de años de experimentación con texturas, quisieron conectarse de nuevo con la pasión y frescura que el punk le devolvió al rock a fines de los ’70.

A partir de ahí es que Acorazado Potemkin suena como suena en vivo. Como son un power trío, se trata de pelar y de llenar espacios. Los riffs de Fernández dominan la composición y hay varios que son para coleccionar: así pasaron “Gloria” –que abrió el show-, “Algo” y “Desert”. Ghazarossian se mueve con soltura arriba del escenario, con la confianza necesaria que le da el amplio manejo de su instrumento, ese capaz de disparar líneas de bajo profundas (como sucedió en la mencionada “Algo”) y hasta solos (un gran diálogo de bajo-guitarra que se dio al final de “Lengua Materna”). Esaín ordena desde el fondo con su machaque de batería, sus poderosos redobles y sus coros, que se suman a la voz de Juan Pablo Fernández con sus melodías tangueras y su fantástica poesía: historias de amor desesperado, arrabal porteño, crónicas suburbanas y metáforas geniales conviven en su obra.

El show además ofreció matices más allá del rock rabioso característico de Acorazado Potemkin. Juan Ravioli subió como invitado en “Desayuno” y coloreó con su teclado la atmósfera rockera general hasta el final del show. Al promediar la noche, Fernández presentó “Las piedras”, una canción nueva que nació como un homenaje al militante Mariano Ferreyra, asesinado por una patota sindical a fines de 2010. También dejaron lugar en el set para canciones como “Smiley Ghost”, con su marcha lúgubre a lo Tom Waits y otra historia de desamor, “Quiero” y “Los Muertos”, ambas con elementos de punk rock en la música y tono lúdico en la letra, que recuerdan la primera época de los Ramones. El cierre fue con “Puma Thurman”, con sus guiños cómplices a la obra de Tarantino y sus ribetes psicodélicos. Todos los presentes se fueron con una certeza: detrás de las marcas, los grandes sellos y los festivales, se esconden perlas como ésta.