Otra vez hablamos de temas infinitos con el escritor independiente Gastón Malgieri. Periodismo, fotografía, militancia, diversidad sexual y letras son los tópicos de una charla riquísima.

Por Joel Vargas

“Qué bueno ¿no?, que en el medio de todo esto, las cosas hayan cambiado”, me dijo Gastón Malgieri vía mensaje de Facebook. Hace unos días se sancionó la Ley de Identidad de Género. Una gran deuda pendiente que tenía el Gobierno argentino.  Hace un tiempo cuando publicamos la primera parte de la entrevista era algo impensado.

Esta segunda parte estuvo cajoneada un tiempo por culpa del huracán que arrasó a nuestra ciudad y al jardín primitivo. Se hizo desear. Esta vez nos centramos en el periodismo, una de las facetas ocultas de Malgieri,  un vicio que despunta de vez en cuando.  Es uno de esos cronistas que dejan la mugre de las calles en sus letras.  Tinta y sangre. Tampoco dejamos escapar la oportunidad de bucear por la actualidad de la literatura independiente. Pero eso no es todo, en Malgieri también hay política, militancia por la diversidad sexual y un ojo clínico para retratar el mundo.  Otra vez hablamos de temas infinitos en una nota minuciosa.

AZ: ¿Cómo es tu relación con el periodismo?

GM: El periodismo. Yo haría una primera distinción que me parece vital, a la hora de hablar de periodismo: una cosa es el/la periodista y otra cosa muy distinta es la lógica de las corporaciones que lxs emplean.

Tengo una relación de amor-odio con el género. O con alguna parte del género: el periodismo político/social. Creo que desde hace algunos años hay textos, autores, investigaciones, palabreríos que se adjudican el mote de periodismo, pero no pasan de ser ejercicios mecánicos de plumas renombradas que luchan entre sí para ver quién gana las batallas imaginarias que ellxs mismo se construyen. Esto en el marco del simplismo del que hablaba antes, respecto a la pelea entre el Gobierno y las patronales agropecuarias. Lo peor, de lo que no termino de tener plena conciencia por qué sucede, es que lxs lectorxs, lxs consumidorxs de esos medios, toman partido, como si fueran lxs medios quienes les aseguraran el bienestar a los pueblos. Si tal diario dice lo que yo tengo en mente, políticamente hablando, pues no leo otra cosa.

Y no hay nada que me aburra más que las batallas de poder de otrxs.

A esto súmale que hoy, las redes sociales, la posibilidad de comentar las notas en los portales de noticias y la inmediatez 2.0, han convertido al periodismo en tribunas futboleras, donde todo se dirime en dicotomías reduccionistas, a mi parecer, insoportables. Si bien parecía que en algún punto (hace dos o tres años atrás) comenzaban a desnudarse los mecanismos de las corporaciones periodísticas, a raíz de la discusión por la llamada “Ley de Medios Audiovisuales” y (quienes no pertenecemos al medio), empezábamos a tomar conciencia de los reales intereses de dichas corporaciones, creo que una vez pasada esa “euforia” volvimos a lo peor del periodismo vernáculo. Y esto no tiene tanto que ver con la labor de lxs periodistas (labor que reivindico, por supuesto) sino con la lógica de las líneas editoriales de cada corporación. Entonces tenés, por un lado, panfletos políticos sin un ápice de originalidad, escritos desde el berrinche absurdo de una criatura con caprichos, por el otro, grandes periodistas subordinadxs a lo que su “línea editorial” les exige, y algunxs laburantes de la información que hacen lo que pueden para mantener el empleo.

Por supuesto, hay excepciones. Pero, a grandes rasgos, creo que eso es lo que sucede con los medios nacionales.

Como contrapartida a esta cuestión que planteaba antes, la diversificación de posibilidades de acceso a la información que se produjo los últimos años con la masificación de internet (hablando siempre de los grandes centros urbanos del país y de determinado sector social medio, por supuesto), permitió la proliferación de espacios alternativos de noticias, y esto es algo que celebro. En lo personal, cada vez más elijo para informarme “medios alternativos” o “no oficiales”. Lamentablemente, esos formas de comunicación no están masificadas, dado que no todo el mundo tiene acceso a una computadora y conexión a internet. Pero es un panorama a tener en cuenta, me parece, al momento de ver la hegemonía de algunas líneas periodísticas.

AZ: ¿Y más específicamente con el periodismo cultural?

GM: Con el periodismo cultural me pasa algo que creo interesante, al menos para mí, en tanto lector/espectador. Pasé casi toda mi adolescencia leyendo “Los InRockuptiles”, “El Amante”, la primera etapa de “Rolling Stone Argentina”. Mis “consumos culturales” (por llamarles de alguna manera), o más bien, mis elecciones artísticas estaban signadas por  las recomendaciones musicales, teatrales, cinematográficas y literarias de esos medios. Hoy, que hace años que no leo esas publicaciones, los “medios alternativos” ocupan un lugar primordial en mi “educación sentimental” artística. En principio porque mis elecciones se alejaron cada vez más de la mirada “mainstream” a la que responden hoy esas revistas y por otro lado porque las ediciones alternativas congregaron una nueva camada de críticxs y periodistas muchísimo más interesante, con menos automatismos, y más elaboración en sus redacciones. No creo, para nada, que se trate de una simple cuestión generacional. Me refiero a que no hablo aquí de que algunxs cronistas/criticxs hayan crecido (y yo con ellxs) y por eso no poseen el mismo afán al desmenuzar, por ejemplo, una obra musical o teatral, como tenían hace unos años. Lo que digo es, los medios en donde estas nuevas camadas escriben, están menos sujetos a las hegemonías y a los cánones artísticos de los grandes espacios de difusión.

Hablando un poco del periodismo como género, yo creo que hay una proliferación de textos de opinión que funcionan con la lógica de la que hablaba antes, la línea editorial y esas cuestiones; una exacerbación de la espectacularidad (la noticia como show) y un morbo inaudito que, reiteradas veces, nos han querido vender como lo que la gente consume: yo informo así, porque así comprás la noticia. No lo sé. Elijo otras formas de llegar a la información, tengo esa posibilidad. Trato de evitarme, como lector/espectador, los golpes de efecto, los “somos todos X” (que duran, lo que dura la primicia), la histeria colectiva fogoneada desde algunas conglomeraciones periodísticas. No es fácil. Es un laburo diario.

AZ: ¿Cómo ves a la literatura independiente en la Argentina? ¿Notas un progreso? ¿Ves alguna estética en común? ¿Puede ser que sea una moda o quizás una necesidad?

GM: Tiene cierta relación con lo que hablamos antes de los medios de comunicación. Creo que la lógica de las editoriales, digamos, de renombre y por lo tanto, una parte de nuestra literatura (y de las manifestaciones artísticas en general) no escapan, lamentablemente a ésa lógica. Lo interesante con la literatura es que, más allá del espacio virtual (repleto de sitios más que recomendables al respecto), existen muchísimas editoriales que supieron entender el cambio de paradigma de la circulación de las creaciones literarias, grupos de escritorxs que se han asociado para generar movidas alucinantes (la FLIA en CABA y Gran Buenos Aires, por citar un ejemplo. O Libros Son, acá en Córdoba); no quisiera hablar tanto de la “calidad” de las obras, porque no me siento con capacidad para hacer un análisis desde esa perspectiva, pero sí me interesa rescatar eso: la proliferación de nuevos espacios. Eloísa Cartonera en Capital fue una de las pioneras, hace años, en entender ése cambio de paradigma (y de circunscribirlo, además, en el marco de un proyecto social muy interesante con lxs cartonerxs) y te podría nombrar miles de editoriales independientes. Eso es un progreso. Un progreso muy interesante porque además de acercar a la gente autores noveles, o que circulan poco por los espacios, digamos, oficiales, se han abaratado los costos de producción de los libros, lo que los hace más accesibles a esa misma gente.

Ni hablar de los espacios de difusión. De la proliferación de bares, teatros, lugares alternativos donde cada vez más se hacen presentaciones,  lecturas colectivas, eventos donde la literatura convive o se mixtura con otras artes (la fotografía, el cine, la música, etc.). Yo creo que es un avance increíble, y no lo veo como una moda, sino como una necesidad. En principio, de lxs autores, de llegar de otra manera. Antes entre lxs autorxs y sus posibles lectorxs, había una distancia inaudita; creo que hoy, con ese cambio de paradigma, además, se derribó esa cosa canónica, enciclopédica que tenía para algunxs, la literatura como expresión artística. Y por supuesto que lo celebro.

AZ: ¿Alguna promesa literaria para recomendar?

GM: ¿Promesa literaria? Demasiada responsabilidad. Vamos a hacer lo siguiente: digamos que voy a tomar la idea, y aplicarla a una escritora que admiro, y que me ha maravillado por las más diversas razones y que no cuenta con apoyo de grandes grupos editoriales: Susy Shock. No es una “promesa literaria”, porque hace años que se dedica a la escritura. Pero tiene esa cosa chamánica, imperceptible, que se te cuela en la piel en cada uno de sus recitales. Va mucho más allá de lo meramente literario. Recomiendo que, quienes anden por Buenos Aires se hagan una escapada a Casa Brandon, Luis María Drago 236. Creo, espero no equivocarme, que se presenta viernes por medio. Y quienes puedan, lean “Relatos en Canecalón” y “Poemario Trans Pirado”, de su autoría.

Como toda nómina arbitraria, hay muchísima gente a la que recomendaría, pero elijo a Susy Shock porque resume gran parte de mis búsquedas artísticas como lector y como espectador.

AZ: Hoy en día la diversidad sexual de a poco se está aceptando en la sociedad, la aprobación del matrimonio igualitario marcó un precedente como nunca de esto, pero también evidenció cierta discriminación que estuvo ahí siempre latente, al pie del cañón. ¿Qué opinión tenés al respecto? ¿Es más fácil hacerse escuchar y respetar hoy en día o no?

GM: Yo empezaría por cuestionar varias cosas dentro de esa mirada que encierra tu pregunta, entendiendo que es una mirada interesante porque me interpela y porque me permite generar un repaso menos eufórico respecto a lo que se vivió por los medios de comunicación antes, durante y después de la sanción de la ley.  Menos eufórico, respecto a cómo esos medios dieron cuenta de este debate. Y menos eufórico de cómo lo viví en ese momento.

La primera cuestión tiene que ver con el concepto de “aceptación”. Aceptación es sinónimo de aprobación, admisión, conformidad. Y lo que yo plantearía es quiénes son lxs que dan ese certificado de aceptación, quienes son lxs que prestan conformidad para que otrxs (donde me incluyo) hagamos con nuestro deseo, con nuestros cuerpos y con nuestros géneros, lo que nos plazca. Parecía, a primera vista, que, entendiendo las sexualidades, los cuerpos no hetero-normativos como “lo otro”, “lo raro”, “lo excluido”, alguien, la heterosexualidad en este caso, representada por el poder del Estado, nos dada el visto bueno, para acceder a la “sagrada institución matrimonial”. Es evidente que para algunas instituciones, hay compartimentos estancos que hay que llenar. Son años de adiestramiento religioso (la separación de la Iglesia y el Estado en este punto, me parece vital), de programas educativos vetustos que siguen planteando a la familia como el órgano nuclear por excelencia, y atribuyéndole escaparates de colores rosas y celeste a lxs niñxs. Cualquier cuerpo, deseo o género que interpele a esos compartimentos, que intente plantear otra cuestión respecto a esos escaparates binaristas, tendrá que esperar en la cola de las necesidades de “progresismo político” de lxs gobernantes de sus comunidades.

Después “matrimonio igualitario”. Intuyo dónde nace. Lo veo como un simple eslogan que tiene su raíz en cierto sector de lo que se denomina militancia o activismo LGTTTBI (Lesbianas, Gays, Travestis, Transexuales, Transgéneros, Bisexuales, Intersex), que luego fue tomado por la prensa. De igualitario tiene poco. En principio el Estado, con la sanción de la ley, lo que hizo es dar cuenta de un Derecho que las personas que no respondemos a la hetero-norma, no teníamos, justamente porque el mismo Estado nos lo había negado hasta ese momento. Y esto me parece vital tenerlo en claro. La lucha por el “matrimonio igualitario” no empezó con el actual gobierno, ni formó parte de su agenda. Tener esa mirada, es negar la lucha de muchísimas agrupaciones que, durante años, le pusieron el cuerpo a ése reclamo, comiéndose detenciones, torturas y humillaciones de todo tipo.

El Estado tenía que dar cuenta de estas formas de afecto, de familia que existen hace siglos y a las que se les venía negando las cargas sociales, y otros derechos y deberes inherentes a dicha institución.

Quizás debería haber empezado a responderte por algo más básico: nunca me interesó la institución matrimonial.  Por supuesto, celebro a quienes se quieran casar, o a quienes ya lo han hecho, poco importa lo que opine en este sentido. Me alegra que quienes no pudieron visibilizarse antes, a partir de todo el debate y de la sanción propiamente dicha, pudieron poner en palabra, pudieron apaciguar un poco el miedo a la discriminación, recalcando, una vez más, que esto no fue masivo, ni mucho menos.

Mi cuestión con el matrimonio, no es en términos de inclusión (o no) de la denominada “comunidad LGTTTBI”, sino como institución.

No sé, en medio de toda la algarabía “diversa”, durante y después de la sanción, Torres asesina a Pepa Gaitán, en Córdoba. Luego vendrá el juicio, donde no se reconocerá legalmente que la motivación de Torres (padrastro de la novia de la víctima) para cometer el crimen fue su propia lesbofobia; Carlos Agüero se colgó en la ciudad de Chepes, La Rioja porque todo el pueblo, incluso sus docentes, le decían “puto”; aparece el cuerpo del prefecto Octavio Romero tirado en el Río de la Plata, y aún hoy, entre otras cosas por el silencio estatal, no se sabe qué sucedió; las personas transexuales, travestis y transgénero (femeninas) siguen siendo objeto de todo tipo de vejaciones por parte de la cana, en las calles donde se prostituyen porque el Estado no da cuenta de las necesidades educativas y laborales que padecen, justamente como parte de un sistema perverso que las consume (en caso de que se prostituyan, el porcentaje es, dolorosamente, altísimo) y luego las descartan, mientras “los machos” vuelven a sus casitas a alimentar al canario y darle un beso en la frente a sus hijxs. O podríamos hablar de la patologización de la que siguen siendo presas (por la medicina, la psicología, y otras ciencias anexas), junto con los varones trans, absolutamente invisibilizados, incluso, dentro de la misma “comunidad”. O de las condiciones de mierda de la atención sanitaria. O de los modelos establecidos para “gays” y para “lesbianas”, modelos que excluyen otras representaciones posibles de género y deseo.

Es un tema muy extenso Sinceramente siento que había reclamos muchísimo más urgentes que “el matrimonio”. No digo más o menos importantes. No quisiera ponerme en el papel de determinar qué luchas son válidas o cuáles no. Simplemente digo que, teniendo en cuenta, los índices de mortandad de las personas trans femeninas, la invisibilización de los chicos trans, la falta de oportunidades laborales, o educativas, el matrimonio me parece un tema menos urgente.

Ya en términos políticos, lo que la pelea por la ley de matrimonio evidenció, según mi mirada,  es que otras batallas, de las que venía hablando, son menos “rentables”. Que, dentro de eso que algunos llaman diversidad, hay jerarquías. Es interesante ver cómo el mercado se apropió de la lucha por el matrimonio y florecieron (siempre en grandes centros urbanos) boliches, wedding planners, eventos exclusivamente para ése “nicho” que antes descartaban, pero al que le vieron la posibilidad de sacarle rédito, muy a pesar de sus fobias.

Quizás algunos aspectos positivos de toda esta cuestión, sean, al menos desde una visión personal; las líneas de interrelación que se trazaron entre distintas agrupaciones, entidades o proyectos que la vienen peleando y que, a partir de esta discusión pudieron hacer visibles sus laburos para gente que, de otra manera, quizás no sabría de su existencia (desde programas de radio, hasta bachilleratos para travestis, o cooperativas de trabajo, etc.) O que, a partir de comenzar a hablar en otros espacios masivos de “diversidad sexual”, hubo universidades que aprobaron estatutos donde se reconocen las identidades auto-percibidas de sus alumnxs. No tengo claro si esto es consecuencia del debate por la “ley de matrimonio igualitario”.  Es probable.

Un capítulo aparte merece la institucionalización de la “diversidad”. El aprovechamiento que hicieron algunxs burócratas para tratar de convencer a sus  bases militantes/activistas que, ocupando puestos en el Estado, podrían pelear por “nuestros derechos” desde adentro de la maquinaria legislativa.

No sé.

Tengo una mirada pesimista si se quiere, respecto a la cuestión de la “comunidad”. Coincido con vos que, al menos (otra vez) en algunos lugares que te podría nombrar sin miedo a omitir ninguno (Buenos Aires, Rosario, Córdoba, y quizás, Mendoza), la discusión por la llamada “ley de matrimonio igualitario”, evidenció o magnificó, gracias a los medios masivos de comunicación, y a la lucha de algunas organizaciones, la discriminación latente en un amplísimo sector de la sociedad. Pero no cambió un ápice el nivel de fobia hacia las identidades que escapamos a la hetero-norma.

GM: Se nota que siempre querés imprimir una imagen en el papel a través de las palabras. Quiero que analicemos un poco esa relación tuya de la imagen y la palabra: tus descripciones precisas. ¿Fotobruta de dónde surge? ¿Es un desprendimiento de esto que te dije antes? Por más que sea una frase muy hecha: ¿una imagen vale más que mil palabras?

Mi relación con la imagen tiene que ver con el cine. El cine representa una materia pendiente, respecto a mis modos de producción artística. Pendiente porque nunca estudié cine (salvo un taller de guión que hice hace 4 años en Mar del Plata) y por lo tanto, se me escapa el oficio, las formas de producción cinematográficas. Pero digamos, el cine es una forma de representación que me marca el norte, al momento de escribir.  Me he valido de la música (esto que hablábamos antes del soundtrack) y de las imágenes para escribir. No puedo pensar un escrito sin tener presenten los espacios donde se desarrolla la acción (en el caso de lo narrativo) o confeccionarme imágenes mentales de las voces de mis poemas. Mi poética está dicha siempre por alguien. Digo, cuando escribo poesía hago un ejercicio mental que consiste en imaginarme quién diría esas palabras, qué aspecto tendría, cuál sería el tono de su voz, su mirada, su postura física, qué espacios ocuparía, quiénes serían sus interlocutorxs. Me quedo con eso que decís de las “descripciones precisas”, es una de mis búsquedas como autor.

Respecto a las descripciones, también tienen que ver con un trabajo que he aprendido a hacer en mis tiempos de estudiante de teatro: la observación de lxs otrxs. Para componer un personaje con determinadas características, es necesario observar. Al menos eso me enseñaron mis maestrxs teatrales hace muchísimos años atrás. Salir a la calle, como ejercicio, y estar atento a lo que sucede delante de nuestros ojos. Cómo se comportan, como se mueven aquellxs a lxs que observamos. No concibo otra manera de trabajar con la escritura. Creo que el saber de unx escritorx se construye de esa manera, no exclusivamente leyendo a otrxs, sino saliendo a la calle a ver qué sucede con aquello de lo que quiero hablar. Esto lo aplico cuando coordino Di/Verso. No me interesa tanto el firulete, el palabrerío vacuo, como sí la mirada que tienen lxs talleristas acerca de aquello de lo que hablan en sus textos. Me interesa esa mirada, digamos, antropológica, que puede desmenuzar el objeto sobre el que se habla.

Y en ese sentido, Foto Bruta, es un desprendimiento lógico de esta forma de concebir el hecho artístico. Desde siempre me interesó la fotografía como lenguaje. Y decidí entonces, hacer algo al respecto. Con el mismo acercamiento que tuve en su momento con otras formas de registro o creación artísticas: el desparpajo. Quiero decir, no me considero un fotógrafo profesional, hay millones de cuestiones técnicas que ignoro. Por lo tanto, elijo plantarme como alguien que, con la cámara como instrumento, encontró en la fotografía, un nuevo lenguaje para seguir indagando al mundo.

No creo que “una imagen valga más que mil palabras”. Intento que mis fotografías no sean objetos acabados que no permitan ningún tipo de interrogación. Para eso ya hay otras imágenes dando vueltas, otrxs artistas, otros cánones fotográficos que me exceden. Por el contrario presiento que mis fotografías son hechos artísticos inacabados, en constante búsqueda, que, de alguna manera, dialogan con mis escritos. Por esto, supongo que, en algún momento, lograré conjugar ambos registros (me refiero al literario y al fotográfico) para que formen una unidad discursiva. Me encuentro reformulándome esa exploración, como método de trabajo futuro.