Uno de los críticos más relevantes del país desentraña su propio pasado y presente a través de los libros, docentes y amigos literarios más significativos.

Por Pablo Díaz Marenghi

Daniel Link es una de las voces más lúcidas de la crítica literaria contemporánea. Impacta por varias razones: una formación interdisciplinaria, un fuerte compromiso político por la igualdad en todos los aspectos, un involucramiento en el campo del conocimiento no sólo en las altas esferas de la Academia (Filosofía y Letras, CBC UBA, Joaquin V. Gonzalez, Gino Germani), sino también en el barro de la escuela secundaria. Es un apasionado por la crítica literaria aunque también por la ficción. Un trabajador editorial arduo, aprendió de Daniel Divinsky, en De La Flor, encargado de la curaduría de la obra de Rodolfo Walsh. En La lectura: una vida… (Ediciones Ampersand) abre el placad de sus memorias que aún están siendo contadas, las ordena y las expone con la prestancia de un docente. ¿Dónde radica el valor agregado de esta obra? Funciona como un itinerario de formación, citas e influencias para cualquier apasionado por la literatura. Además, atraviesa con fuerza a cualquier estudiante de alguna carrera humanística y a cualquier docente que intente contagiar con rabia esa misma pasión que Daniel Link contagia en las páginas de este libro.

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La lectura… está dividida en diez capítulos. Cada uno dedicado a diferentes momentos claves de la vida lectora de Link, con la atención puesta en personajes que terminaron siendo influencias determinantes para el crítico y escritor que es hoy. Allí aparece su niñez bajo el flagelo de una enfermedad, que encuentra un refugio en el placer de la lectura, bibliotecas heredadas, la primera educación lectora de parte de la señorita de primaria y de una profesora de literatura del secundario que será fundamental para despertar su fuego interno. Luego, ya en la educación superior, vendrían los nombres con mayor peso: Enrique Pezzoni, Beatríz Sarlo, Ana Barrenechea, que le forjarían no sólo un criterio a la hora de leer sino también al hacer crítica, al estudiar y al dar clases. Describe sus aportes pedagógicos con una pasión que conmueve. Por ejemplo, así habla de Pezzoni, su gran maestro: “Esa persecución de lo que trastorna de un texto, de las revueltas silenciosas que promueven los mejores de entre ellos, es el rasgo más característico de la obsesión crítica que Pezzoni desarrollaba (…) constituye toda una política de la lectura, es decir, una pedagogía del texto, sus voces y sus sombras como experiencia de la renegación renovadora y, en cuanto tal, una ética completa”.

A medida que uno avanza en la lectura, va atando cabos entre la educación sentimental de Link y su forma de escribir o hacer crítica. Le dedica varios párrafos a destacar la influencia de los estudios culturales ingleses y uno eso lo distingue en su modo de problematizar la cultura pop. Link no piensa en términos de alta o baja cultura. Puede analizar ya sea una obra de español antiguo del Siglo XIX como un programa de televisión de la tarde en una columna de opinión. Su trabajo en Ediciones de la Flor junto con Daniel Divinsky también lo forjó como editor y lo acercó a la obra de Rodolfo Walsh, cuyo trabajo de rescate y curaduría de los papeles personales del periodista y escritor militante serían fundamentales para la historia del pensamiento argentino. En el medio, aprovecha para deslizar una interpretación formidable de cómo entender a Walsh: “Toda la obra de Walsh merece ser leída en ese abismo que se abre entre el límite (…) y el umbral (…) . De esas fronteras (…) Walsh se declaró testigo todo el tiempo, separando en esferas que pintaba con diferentes colores lo que, para nosotros, es a todas luces una constelación novísima y definitiva en el firmamento”.

A esa misma pasión desenfrenada por la lectura, la escritura, la edición y la crítica, se le sumaría la docencia casi desde el comienzo de la vida académica. Link realiza una bellísima semblanza de su paso por el CBC en la cátedra mítica de semiología de Elvira Arnoux. Allí relata cómo formar esa bibliografía y esa propuesta pedagógica fue casi una declaración de principios y cómo se metió a fondo en la enseñanza, incluso problematizando su propia práctica, escribiendo libros alusivos y llenándose de frustraciones al enseñar Comunicación y Letras en el nivel medio. Es muy curiosa la mezcla de Link: heredero de una tradición de crítica y de cierto canon literario (Sarlo, Pezzoni) se contaminó, enhorabuena, con teorías de la comunicación muy en boga entre 1960 y 1980, se enamoró del modo de hacer crítica y reflexión de Roland Barthes y logró cincelar un perfil de crítico mixturado entre un sujeto de las Letras y un sujeto de la Comunicación. Algo que podría emparentarse con Martín Kohan, quien suele reflexionar sobre cuestiones similares pero que se distancia de, por ejemplo, Ricardo Piglia, un estilo de crítico completamente diferente, más preocupado por indagar en cuestiones históricas que comunicacionales (en términos generales, claro, a Piglia rara vez se le escapaba alguna cuestión en sus reflexiones).

El libro se cierra con una apostilla dedicada a los amigos que las letras le dieron (Ana Amado, Sivia Molloy, Josefina Ludmer, María Moreno, entre otros) y sirve para arrojar luz sobre otro recinto del interior de Link: el modo en el cual entendió la literatura y el mundo académico. A pesar de que es evidente que nada le ha sido sencillo (se relata una historia de sacrificios y una propulsión al ir hacia adelante más bien movido por el ansia que por otra cosa) el ambiente de las universidades, la pesadez de instituciones paquidérmicas, todo eso es relatado de un modo natural, no como una carga o algo externo sino más bien algo que lo atraviesa al autor de cuerpo y alma. No vive para la literatura o de la literatura: Daniel Link vive en y con la literatura. Esto queda claro en las relaciones que forjó, los equipos de cátedra que armó, los cursos paralelos por donde transitó, los trabajos que tuvo. Al final les regala a aquellos lectores curiosos como él una lista con todos los libros citados a lo largo de esta obra. Previendo que el vértigo de la experiencia lectora lo devore todo, Link advierte sobre el final: “La lectura tal vez sea el hogar, acaso inesperado, acaso inmerecido, de la felicidad y el olvido”.//∆z