Repasamos Cube, peculiar cinta de terror canadiense que en menos de dos décadas pasó de ser considerada una obra menor a alcanzar el status de película de culto.

Por Martín Escribano

En 1996 Wes Craven revivió por segunda vez el género de terror con la magistral Scream. Al año siguiente las carteleras se poblaron de slashers como Sé lo que hicieron el verano pasado y Leyenda urbana que intentaban repetir sin éxito la fórmula de su antecesora. La película que hizo la diferencia fue la ópera prima de Vincenzo Natali (norteamericano, a pesar de su nombre), que se destacó por la originalidad de su premisa. Junto a Tape, de Linklater o la más reciente Buried, de Rodrigo Cortés, Cube es de las pocas cintas que transcurren en un mismo espacio de principio a fin.

Como se lee en el título, la acción se desarrolla en un cubo unido a otros  de tamaño similar por compuertas que ofician al mismo tiempo de entrada y de salida. Seis personas que desconocen por qué están allí, tendrán seis opciones (una por cada cara del cubo) para iniciar su camino con la esperanza de llegar al final del frío laberinto geométrico. Les costará caro descubrir que la principal diferencia entre los receptáculos que se ven obligados a habitar no es el color (los hay azules, verdes, amarillos, rojos). Algunos cubos son seguros. Otros poseen trampas.

Lo que a primera vista se plantea como una lucha entre el hombre y la máquina será en realidad una lucha entre el hombre y el hombre, no solo porque el sexteto deberá permanecer unido para sobrevivir sino porque es evidente que el cubo es una construcción humana. Además de las trampas, el tiempo juega en contra. Sin agua ni comida las fuerzas se desvanecen y el encierro potencia los desacuerdos presentes en cualquier convivencia.

Lo interesante de Cube no es solo su ascética puesta en escena sino que la posición de cada uno de los personajes frente al enigma del artefacto en el que han despertado se basa en distintas corrientes filosóficas. Rennes, ex convicto de renombre que ha alcanzado la fama gracias a sus escapes, tiende al pragmatismo privilegiando la acción en desmedro de las especulaciones que presentan sus compañeros. Quentin, oficial de policía,  es un voluntarista que más allá de cualquier razonamiento quiere seguir adelante sin importar las consecuencias. La doctora Holloway se posiciona bajo la bandera del humanismo y es por ello que parece ser la única interesada en que Kazan, quien padece el síndrome de Savant (como Dustin Hoffman en Rain Man), no sea expulsado del grupo. El diseñador Worth, por su parte, es el nihilista que se refugia en la indiferencia al dar por perdida la contienda desde el vamos, y Leaven, estudiante de matemática, se ubica en las filas del racionalismo, apelando a la deducción como método para resolver los problemas. La meta será descubrir desde adentro la lógica que le da sentido al funcionamiento del artilugio para poder servirse de ella y poder salir.

Ganadora en los festivales de Toronto y Sitges allá por 1998, la película de quien dirigiera años más tarde Splice y el corto Quartier de la Madeleine, con Elijah Wood y Olga Kurylenko en modo vampírico, polarizó la opinión de la crítica. Su lento pero sostenido reconocimiento por parte de los espectadores hizo posible una continuación (Cube 2: Hypercube en 2002) y una precuela (Cube Zero en 2004), ambas muy por debajo del nivel de la original.

Si Dante Alighieri imaginó al infierno como un embudo dividido en nueve círculos apartados del mundo de los hombres, los guionistas Bijelic, Manson y Natali le responden que se trata de un rompecabezas mecánico manufacturado por seres semejantes a quienes lo habitan y al que solo se puede acceder antes de morir. Que los apellidos de los personajes remitan a cárceles que existen en Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Rusia refuerza la idea de un encierro que no solo va más allá de sus fronteras físicas sino que es productor de identidad.

Quienes la tilden de ridícula o absurda deberían ser cautelosos y mirar a su alrededor con mayor detenimiento. Después de todo, un mecanismo de tortura en forma de poliedro no tiene por qué ser más coherente que un cúmulo de seres bípedos orbitando alrededor de una pelota caliente en medio de la nada.//z

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