La coyuntura actual, que obligó la toma de medidas de aislamiento social, representa un impacto fuerte para todos los sectores sociales y económicos. En ArteZeta recuperamos algunas voces de trabajadores de la cultura para conocer las particularidades y desafíos que enfrenta el sector frente al coronavirus. 

Por Carlos Noro

La industria cultural, como cualquier otra, incluye un conjunto diverso de ramas, segmentos y actividades auxiliares para la producción de una mercancía particular y distintiva: el resultado de todo ese proceso son productos y servicios simbólicos que luego circulan con distintas intensidades dentro de cada sociedad. Ese nivel de representación y muchas veces de intangibilidad hace que las posibilidades de subsistencia para este sector sean complejas. Muchos y diversos factores hacen que la industria cultural cobre relevancia o protagonismo en ciertos momentos y que en otros quede visiblemente relegada. Si a esto le sumamos que a grandes rasgos se divide en, por un lado, propuestas sostenidas por grandes capitales y, por otro, propuestas con una impronta más bien autogestiva, la disparidad de fuerzas y la posibilidad de sostenimiento favorece a unos y relega a otros a realizar grandes esfuerzos para bancar económicamente proyectos a largo o incluso a corto plazo.

Históricamente el sector de la industria cultural estuvo y está atravesado por distintos niveles de precarización que afectan a casi todos sus sub-sectores. En algún punto, la aparición del COVID-19, tan sorpresiva como vertiginosa, pareció terminar de romper con una burbuja que con esfuerzo se había sostenido durante los cuatro años del macrismo, sin prácticamente ninguna política pública en favor del sector. La sensación, casi literalmente percibida de un día para el otro, fue la de que sin mediar ningún aviso casi todas las posibilidades de sostenimiento se anularon, como un gran dominó en que cada pieza parece empujar a otra, cayendo sin ningún tipo de red o colchón que la sostenga.

Subsistir sin público

Afectados casi en su totalidad por las medidas de aislamiento que comenzaron el veinte de marzo, los centros culturales, y su función social de nuclear distintas propuestas artísticas, sufren desde los primeros días los efectos concretos de una cuarentena que todavía no tiene un fin establecido. “Nos afecta sobre todo en lo económico” dice Camila Zapata Gallagher, una de las directoras del Club Cultural Matienzo. “Se quiebra nuestro sistema ya precarizado y lastimado por los cuatro años de neoliberalismo que nos precedieron”,  continúa y explica que al ser un Club que recibe quinientas personas promedio por día los fines de semana y otras tantas durante la semana, construimos una planta de trabajadores bastante amplia, entre el personal de cocina, barra, programación, técnicos, seguridad, limpieza y coordinación general”. El equipo operativo del club depende de una concurrencia de gente que de un momento a otro desapareció: “No tercerizamos ningún servicio, por lo que la sustentabilidad económica de cada una de las personas que formamos parte del club se genera en gran parte a la gente que viene, a la birra que se toman, a la pizza que comparten en la terraza, el ticket que compran para ver su banda favorita”. La pregunta con la que cierra su testimonio es difícil de responder ahora: “¿Cómo vamos a sobrevivir sin el ingreso que generan nuestros contenidos?”.

En el caso del Centro Cultural Konex, con un espacio físico y una estructura de funcionamiento más amplia, la situación es bastante similar. Andy Ovsejevich, director ejecutivo del Centro, menciona la sensación de incertidumbre que afecta en mayor o menor medida a todos los espacios culturales: “Cuando comenzó la cuarentena, reprogramamos nuestra agenda de espectáculos contemplando la posibilidad de realizar algunos de ellos en abril y mayo. Pero los plazos serán mucho más largos que los que imaginamos al inicio”. La incertidumbre dificulta cualquier tipo de planificación: “Es todo muy difícil, la situación se modifica permanentemente y ya no podemos hacer proyecciones sobre cuánto tiempo durará. Lo que sí sabemos es que el sector cultural fue el primero en cerrarse y será el último en reabrir”, concluye y entiende que la situación no se resolverá rápidamente cuando se levante la cuarentena.

En relación directa a la cancelación de espectáculos aparece la situación de los y las agentes de prensa quienes vieron visiblemente afectada una fuente de ingresos cuya forma usual de trabajo es independiente o freelance. Esto ata a trabajos puntuales la posibilidad de una retribución, algo que no está sucediendo porque en mayor medida trabajan con artistas independientes que también dependen de los eventos para subsistir. Desde lo colectivo, el sector intenta nuclearse en un formato legal que incluya todas sus variantes, algo que tomó forma desde el 2016 en la Asociación Argentina de Agentes de Prensa del Arte y la Cultura, un proyecto que en este contexto pide más protagonismo. Tanto Mariana Stizza como Marcela Nuñez, integrantes de la Asociación, y Marisol Koren, contratada como free lance en Sony Music, coinciden en el diagnóstico: “Al ser independientes y trabajar en muchos casos con artistas que si no cortan tickets no tienen ingreso alguno, la cancelación de los eventos hizo que automáticamente se cancelaran las contrataciones, lo que en definitiva dio como resultado que varias de nosotras se quedaran sin trabajo”. Stizza suma un factor de precariedad del sector que parece casi una regla a la hora de ofrecer servicios: “El setenta y cinco por ciento somos monotributistas, por lo que no tenemos, por el momento, más ayuda que el Ingreso Familiar de Emergencia que brinda el Estado a través de Anses a monotributistas, siempre y cuando corresponda por la categoría de AFIP”.

Otro de los sectores más golpeados es el que nuclea a las Editoriales independientes, en donde el formato de libro físico tiene un valor concreto y tangible a la hora de permitir la subsistencia tanto de editores como de autores. “Nos afecta de manera concreta, no podemos ni imprimir ni comercializar nuestras novedades”, dice Marcos Almada de la editorial Alto Pogo y parte de La Coop, una cooperativa de editoriales independientes que posee una distribuidora y librería propias. “El aplazamiento de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, para la cual apuntamos con nuestras editoriales a tener un buen caudal de venta, y con ella la improbabilidad de que se realicen otras ferias similares, hacen que la perspectiva para este año sea muy complicada”. Un diagnóstico similar realizan Marcos Gras, editor de Santos Locos, y Paula Brecciaroli, una de las editoras de la Editorial Conejos, quienes también comparten el espacio de La Coop: “La cancelación de la Feria del Libro para nosotros es un impacto fuerte”, explica Gras, “es un evento que lleva un año entero de preparación y que supone un tercio de la ventas de la editorial”. Valora, también, la importancia de la relación cara a cara con el público: “Si a eso le sumamos la suspensión  de ferias menores, pero igual de importantes para nuestro circuito, el resultado es que tenemos el plan editorial 2021 virtualmente parado”, algo que Brecciaroli se encarga de reafirmar: “La caída de las ventas, el cierre de los comercios, la postergación de la Feria del Libro de Buenos Aires, la incertidumbre respecto a los pagos pendientes, generan una gran inquietud en relación al futuro de la producción editorial. No tenemos certeza de cómo podremos sostener los proyectos que teníamos previstos para este año”.

Nuevas opciones digitales

La opción de comunicación, difusión, comercialización y venta digital parecería ser una opción viable en tiempos de encierro y aislamiento, lo que daría una respuesta rápida a la ecuación que propone la cuarentena.  Sin embargo, no resulta tan fácil. Los distintos sectores han incorporado estas herramientas en mayor o menor medida, pero siempre como recursos de apoyo, algo que de ninguna manera puede transformarse de un día para el otro en el único medio de circulación de sentidos.

Leandro Donoso, Editor de Gourmet Musical, es muy claro en este sentido: “Estamos explorando la edición y venta digital, pero sin ninguna expectativa de que sirva más que como paliativo insuficiente”. Almada, de Alto Pogo, amplía la cuestión con una mirada a grandes rasgos del sector: “Muchos sellos estamos atrasados en todo lo que respecta a afianzar la venta online, del mismo modo en que nos preocupa la venta offline. Llegó el momento de trabajar en pos de eso, para que todo aquel y toda aquella que quiera un libro en cualquier parte del territorio nacional lo consiga”, mientras que hace una referencia concreta al momento actual: “La posibilidad de la venta online y entrega por delivery, en conjunto con varios proyectos de venta digital y a futuro con entregas post pandemia, posibilitan al menos que podamos vender y entregar libros, gracias a la fidelidad de nuestros lectores y nuestras lectoras”, así, el planteo sobre lo digital ya aparecía en agenda antes de la crisis, pero sin poder ser la única opción en lo inmediato.

En lo que refiere a los Agentes de Prensa, las tres entrevistadas coinciden en que “es un momento para probar distintos recursos”. Marcela Nuñez menciona que “Una de las cosas primarias es plantear a los productores diferentes modalidades de notas en distintas redes sociales para que no se corte la continuidad”, algo que Marisol Koren define “como un marketing más online”, con el peligro de saturación de propuestas sincrónicas casi las veinticuatro horas, lo que conlleva también todo un desafío de sustentabilidad y sostenimiento, con jornadas de trabajo a destajo sin un perspectiva clara de futuro y resultados.

El caso de los centros culturales resulta paradigmático en cuanto a la imposibilidad de que la virtualidad se convierta en una alternativa concreta a la hora de pensar la subsistencia. Las respuestas por ahora parecen ser minimizar costos o realizar pequeños movimientos que al menos generen una parte de los ingresos. Andy Ovsejevich, del CCKonex, al menos por ahora opta por la primera opción: “Estamos concentrándonos en tratar de minimizar las pérdidas reduciendo todos los gastos posibles y analizando los distintos escenarios y las alternativas que pueden aparecer en el medio de la crisis. No queremos apresurarnos y largarnos a producir cosas sin cuidar la calidad y la originalidad”. El Club Cultural Matienzo optó por realizar varias acciones concretas. “Lo primero que pensamos es en inaugurar un delivery de bebidas, que por ahora viene funcionando”, cuenta Camila Zapata Gallagher y agrega: “Hay que tratar de sensibilizar bastante a la gente y que comprenda que comprando bebidas en Matienzo, o en cualquier espacio cultural, sostienen el trabajo de artistas, gestores y trabajadores de la cultura. Son nuestros sueldos los que se pagan con esa compra, con precios similares o incluso más baratos que cualquier comercio de barrio”. Otras alternativas que plantean se vinculan más a la tarea usual del espacio: “La otra cuestión que pusimos en funcionamiento fue un proyecto de compra futura de tickets, cenas, obras de teatro y combos culturales que el público puede comprar o simplemente donar lo que les parezca. A eso le sumamos clínicas pagas con artistas o asesores culturales”.  La dimensión que tomó  la pandemia excedió cualquier proyección que tenían y obligó a tomas de decisiones rápidas: “Al principio pensábamos que en una semana podríamos retomar de manera cuidada nuestras actividades. Luego ya nos resignamos, pensamos en estrategias digitales para sostener la actividad cultural a través de nuestras redes y, de golpe, nos encontramos con una sobresaturación del espacio virtual. Preferimos concentrarnos en la discusión política sobre hacia dónde va la cultura y qué tipo de cultura podemos promover en esta época”, reflexiona Zapata, y propone considerar un conjunto de aspectos que van más allá de la sustentabilidad: “Hay algo del individualismo y exitismo que proponen las redes sociales en donde terminamos reproduciendo una arena política neoliberal que se mide por quién tiene más likes. ¿Ese es el tipo de cultura que queremos? ¿Cómo generamos un equilibro que respete a quienes tienen menos acceso a la cultura? Creo que es necesario que nos preguntemos estas cosas”, de cara a un futuro no muy lejano que tal vez obligue a repensar ciertas prácticas tal como las conocemos hasta ahora.

Políticas Públicas y Subsistencia

Si bien el Ministerio de Cultura de la Nación puso en funcionamiento una serie de políticas públicas como el Fondo Desarrollar (subsidio económico para Centros Culturales de hasta trescientas personas para ser utilizados en gastos corrientes u operativos), sumadas a prorrogas de contratos de alquileres, congelamientos de los mismos y algunos beneficios impositivos, desde el comienzo del aislamiento social y obligatorio el sector cultural permanece expectante sobre posibles medidas que ayuden a transitar está situación. Desde el punto de vista de las editoriales independientes lo más cercano en cuanto a ayuda económica parece ser el programa Libro% de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip), una iniciativa que otorga subsidios a las bibliotecas populares para la compra de libros a las editoriales y así llegar con literatura a todo el país, aunque existe cierta incertidumbre acerca de qué otras decisiones se tomarán para ayudar a sobrellevar la situación del sector.

Como bien lo afirman las integrantes de la Asociación Argentina de Agentes de Prensa del Arte y la Cultura hay una relación directa entre la idea de generar acciones en conjunto y la posibilidad de articular con las políticas específicas que favorezcan al sector. “Nos vemos en la urgencia de ser representados legalmente para poder interactuar con el Estado y otras instituciones, poder establecer diálogo y crear alianzas. Creo que es la forma de construcción que se tiene que dar en el futuro cercano”, dice Mariana Stizza respecto a la posibilidad de darle visibilidad a un sector que por su funcionamiento está directamente relacionado a otros eslabones de la industria musical. Frente a esto, Marcela Nuñez da un punto de vista bien concreto: “Todo es una cadena. Si el Estado otorga algún beneficio al ámbito de la cultura, para que genere alguna actividad esta, a su vez, contrata nuestros servicios, lo que genera una especie de circuito que nos favorece”

Las editoriales independientes Gourmet Musical, Conejos, Altos Pogo y Santos locos coinciden en la necesidad de que haya políticas culturales que puedan apoyar al sector editorial para garantizar la continuidad de los proyectos editoriales. Reclaman reivindicaciones concretas como que el papel libro no pague IVA y que los insumos no estén dolarizados. Marcos Almada de Alto Pogo menciona al plan Libro% de Conabip como la única política pública que por ahora ha beneficiado al sector: “Me parece que es una muy buena iniciativa, apoyada seriamente por el Ministerio de Cultura en cuanto aumento de los montos de inversión para las bibliotecas populares. Nos sirvió para recibir compras que tal vez se hubieran hecho en la Feria del Libro”. También, sostiene una visión optimista, siempre y cuando el sector pueda generar acciones colectivas: “Creo que hay que trabajar en conjunto para afianzar y fortalecer el sector. Pensarnos como un mismo sector y trabajar para que se impulsen políticas culturales a largo plazo. Una de esas posibilidades creemos que la dará El instituto del libro y la Ley del libro, algo que se hace necesario y, en estos momentos, imprescindible. De esto salimos entre todos”, concluye, y muestra un panorama concreto para un sector que ha generado grandes esfuerzos colectivos como la Feria de Editores Independientes realizada el año pasado en el CCKonex.

La incertidumbre es una de las variables que afecta a la actualidad y a las perspectivas a futuro del CCKonex y el CCMatienzo. Mientras Andy Ovsejevich de los primeros afirma que “todo lo que el Estado pueda hacer para acompañar al sector cultural y cuidar los puestos de trabajo va a ser fundamental”. Considera fundamental que se tenga en cuenta que “estaremos meses enteros sin generar ingresos y no sabemos con qué mercado nos encontraremos cuando la situación se empiece a normalizar”. Camila Zapata Gallagher se anima a realizar una particular lectura de la realidad que le toca vivir: “Si bien existen varias líneas de subsidios, pocas son especialmente para espacios culturales del sector independiente. Matienzo, a su vez, tiene una particularidad que lo diferencia ampliamente del resto de los espacios del sector: somos muy grandes. Las características físicas y económicas de nuestro espacio, se asimilan mucho más a espacios como Niceto, Beatflow, Konex, y no tanto a la mayoría de los espacios culturales con los que militamos en MECA [Movimiento de Espacios Culturales y Artísticos], la organización política que nuclea al sector independiente”. Esta brecha complejiza que las posibles soluciones para el sector sean suficientes en su caso en particular: “Un subsidio de cien mil pesos puede salvar un espacio y para Matienzo significa el diez porciento de su gasto fijo en sueldos por poner un ejemplo”, se sincera. “Entonces, hoy estamos en la disyuntiva de generar nuevas estrategias. Nuestro espacio político de militancia y activismo cultural seguirá siendo el del sector independiente pero, ¿de qué manera entendemos las dimensiones que ocupamos y buscamos recursos en otro lado para subsistir?”, se plantea como pregunta necesaria para subsistir a la coyuntura actual, una cuestión que, seguramente, todos los actores involucrados en la actividad cultural deben estar pensando.//∆z