Un falso documental  muestra como Joaquin Phoenix  deja su ascendente carrera actoral para entrar al mundo del Hip-Hop

Por Mauricio Pérez Gascué

Es una original propuesta cinematográfica encabezada por Joaquín Phoenix. Filmada con los mecanismos estéticos y narrativos propios de la realización documental, la película registra las desventuras del mismo Joaquín a partir del momento que decide abandonar su carrera como actor y empezar de cero una nueva como cantante de rap, sin poder deshacerse de la mochila de ser quién es. Esta transición es registrada por su cuñado Casey Affleck, director de la película y también co-escritor del film junto a JP. Curiosamente, el mismo Phoenix logra una de las mejores interpretaciones de su carrera, haciendo de sí mismo.

La historia no es tan interesante como lo es la cuestión de fondo que se plantea a partir de este falso documental (mockumentary) y las estrategias que utilizaron para hacer creer que se trataba de una historia verdadera, a punto tal que durante su estreno en el Festival de Cine de Venecia, el público y la crítica seguían sin saber la verdadera naturaleza de este proyecto. A priori, no resulta muy atractivo el derrotero de un actor retirado en su afán de ingresar al mundo de la música, por más conflictuado que pueda llegar a estar el personaje. Presenta imágenes y situaciones de una crudeza extrema, que por momentos nos recuerdan a Borat, pero en una clave mucho más oscura.

Este film generó varios debates acerca de su veracidad primero y acerca de su propósito después. Es una obra que invita a reflexionar sobre muchos tópicos: desde su concepción acerca de la representación de la realidad o de la delgada y confusa línea que separa la realidad de la ficción (sobre todo en el género documental, que suele ser tomado como absolutamente verídico). Generalmente, la realidad es manipulada mediante su forma de representación, o sea, es modificada desde el “cómo se muestra”. Pero en este caso los protagonistas fueron más allá, manipulando la realidad misma, interviniendo en eventos públicos y registrando la reacción de los medios y la opinión pública ante estas intervenciones, donde cabe destacar la habilidad del protagonista para mantener la credibilidad y del realizador para ir acomodando el relato a partir de estos episodios. Con cómplices involuntarios como David Letterman -que entrevistó a JP en medio del proceso, generando uno de los momentos más sorprendentes dentro de todo este lío- o de dudosa voluntad en la coparticipación, como el rapero P. Diddy y Ben Stiller.

Quizá lo más interesante sea el trabajo de Joaquín Phoenix como actor, no solo por la actuación en sí, sino por el proceso interior y exterior que debió atravesar para lograr semejante performance. En primer lugar, teniendo en cuenta que es él haciendo de él mismo, mostrando un nivel de autoconciencia y autoconocimiento impresionante. Pero aún más impresionante es el análisis que hace de su realidad en relación al medio en el que se desenvuelve: desde la primer escena plantea que quiere dejar de ser “Joaquín Phoenix”, el actor que todos conocen por sus personajes y no como la persona que es. Para eso, compone a JP, su “nuevo yo”, y a lo largo de toda la película demuestra por qué sus prejuicios con respecto al “medio” no son infundados. A pesar de que las maquetas de sus raps son buenas, de que las letras de sus canciones están bien logradas, demostrando potencial para dedicarse al hip-hop, a lo largo del proceso, pocos son los que se atreven a escuchar su música desprejuiciadamente, con la seriedad que él reclama. Hasta que al final, como sospechaba desde el principio, nunca consigue despegarse de Joaquín.

Si bien fue todo una gran mentira por parte del señor Phoenix, en el momento de hacer la película, todo era una gran verdad en la piel de JP, que no consigue ser tomado en serio por la prensa o el público, en lo que respecta a su retiro o a su nueva carrera. No solo va acumulando frustraciones -algunas auténticas, otras sobreactuadas-, sino que se ve víctima de las burlas y el acoso mediático. Lo que planta algunos interrogantes: ¿Y si hubiera sido verdad? ¿Es ese el trato que merece tanto Joaquín como cualquiera en su lugar?

En todo caso, la película sirve para desmentir el viejo dicho de “el cliente siempre tiene la razón”, trasladado al contrato audiovisual. El público no siempre tiene la razón, puede equivocarse y por eso tiene que aprender a ver más allá.