Le Premier Enfant sorprende con su disco debut Himno Madrugada. Su esencia es anacrónica, su espíritu es electrónico.

Por Joel Vargas

Hace ya más de cuatrocientos años que Novalis, gran poeta romántico, editaba su mítico Himnos de la noche. Hijo directo de la belleza nocturna, la carne de la instropección. Ya desde el titulo se lo podría emparentar con el disco debut de Le Premier Enfant: Himno Madrugada. Un álbum lleno de sutilezas pop y mugre noctámbula.

La banda oriunda del sur del conurbano bonaerense nace en el año 2010 y desde esa época que son campeones del beat y del revival de la electrónica de los ochenta.  Justo ahora que estamos en una era donde los DJ’s son amos y señores de las pistas de baile, que aparezcan bandas con propuestas diferentes, fusionando y reciclando géneros, es una buena señal.

El disco empieza rockeando duro con la canción que le da su nombre: “Himno Madrugada”. Los loops te sumergen en las burbujas lunares creadas por los violentos sintes. Del sonido nace una dialéctica de sensaciones. En “Impulso y noción” y en “El Encuentro” se vislumbra la influencia de Melero: te prenden fuego la ropa.  Un incendio retro.

Siguiendo en la misma línea voy a citar a Borges con una frase hermosa: “a la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”. Esto encaja perfectamente en “Perfecto Amante”, un justo anacronismo. Una reliquia ochentosa que suena muy actual. El viaje al pasado sigue con “Una forma”, donde la cámara de la voz te abstrae. La canción va mutando, se construye de a poco hasta estallar. Pegadita a esta explosión llega la garganta poderosa del juglar de Longchamps, Ale Schuster de Viva Elástico, que juega en “No te voy a enseñar” en el medio de truenos venenosos.

Le Premier construye una Buenos Aires que no duerme en “Puede Cambiar”, una metrópolis llena de mugre sónica y calles que te comen. Tipos y tipas con mucho reviente desfilan sobre pequeñas montañitas creadas por un bajo furioso. Un desdén eufórico.

Las chicas chetas llegan en “Ansiedad”, donde estos guerreros del colchón desnudan la soledad de otros tiempos y bardean a las amiguitas de tu chica por “repetir la palabra mal traducida”. #MalditasHipsters.

La razón instrumental vuelve en forma densa en “Es el tiempo que quiero”. El protagonista es la máquina que va digitando los ruidos que golpean las puertas de un cielo electrónico. Ese mismo edén llega en “Desesperar”, un mar de guitarras acústicas es el descanso necesario en el medio de la gira. Y si querés un poco de nostalgia, escuchá los recuerdos gigantes que diseccionan a “Banfield”: un viaje en tren al sur del lado oscuro de la luna. El ocaso de la fiesta introspectiva llega con la oscura “Alucila”, un final elegante para una noche muy larga.//z

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