La película del director Cristian Jure aborda desde un costado poco frecuente la vida del santo popular Gauchito Gil. 

Por Pablo Díaz Marenghi

En tiempos de retromanía, es posible afirmar que la gauchesca y sus derivados gozan de buena salud. En la literatura, con novelas como Las aventuras de la china Iron de Gabriela Cabezón Cámara o cuentos como los de Indiada, de Osvaldo Baigorria. En el cine, con películas como Aballay (2010), de Fernando Spiner, y ahora, en 2018, con Gracias Gauchito, el primer filme dentro del lenguaje de la ficción realizado por Cristian Jure. El director de los documentales Pepo, la última oportunidad y Alta Cumbia es también antropólogo y siempre demostró un interés genuino por las discursividades en torno a las clases populares. Es por eso que decidió explorar uno de los principales mitos populares argentinos: la historia de Antonio Mamerto Gil Núñez, mejor conocido como el Gauchito Gil. El santo popular mesopotámico, cuyos altares inundan de color rojo punzó las inmediaciones de las rutas argentinas, es el protagonista de esta película basada en los múltiples relatos que el cineasta supo recolectar, y centrada en el libro Colgado de los tobillos de Orlando Van Bredam. Con interesantes gestos técnico-visuales, el director le da cuerpo a una historia que incluye venganza, mitología, guerras, pasión y misterios sin resolver.

Un encuentro en una pulpería, cuarenta años después de la muerte del Gauchito, es el disparador para volver atrás y que el espectador conozca su historia. Mediante un uso mesurado y justificado de la siempre compleja voz en off, se irá presentando la historia del Gauchito desde su nacimiento, alrededor de 1840, su infancia en Corrientes, la muerte de su padre, el secuestro de su hermana, su paso por el ejército federal (en pleno enfrentamiento con el bando unitario), su deserción, sus romances prohibidos, su combate en la Guerra del Paraguay, su accionar solidario con los más necesitados y su muerte. Pese a que el filme arroja una “historia oficial”, es necesario aclarar que las versiones en torno a la ¿vida? de Gil, un personaje cuya existencia no está del todo clara, son múltiples y variadas. Siguiendo el relato de Jure, sus buenas acciones hacia los más necesitados, y su búsqueda de justicia en torno a la desaparición de su hermana lo convierten en una especie de Robin Hood argentino y, ya en vida, se vuelve una especie de héroe popular. Otro personaje que se destaca es Salazar (interpretado por uno de los actores argentinos del momento: Diego Cremonesi), comandante del ejército federal, quien pasa de ser mentor a cazador del Gauchito. Este no solo se convertirá en un desertor, sino que se enredará también con la mujer equivocada, complicando un poco más su destino.

El valor agregado del filme radica en contar la vida de un santo popular sin ningún tipo de prurito ni necesidad de embanderarse en ninguna solemnidad. Refugiándose en lo profano de su entidad, Jure recurre a las herramientas narrativas que ya había explorado en sus documentales y profundiza una búsqueda visual que, por momentos, remite al cómic norteamericano o a las películas de superhéroes. El Gauchito Gil es, por momentos, un superhéroe y, a la vez, una mezcla entre Jesucristo y Juan Moreira. La música, a cargo de Gustavo Ferrer, tecladista de Amar Azul, aporta diversos climas y texturas al filme que oscilan entre lo desértico digno de un western, lo rural y lo trash. El relato no se preocupa por encajar con el arquetipo de “película histórica”. Recurre sin vergüenza a estructuras y recursos del melodrama, la comedia, la parodia o los filmes de acción clase B. No es el Martín Fierro (1968) de Leopoldo Torre Nilsson ni mucho menos. Su impronta es, más bien, la del Juan Moreira (1973) de Leonardo Favio: folletinesca, pagana y popular. Las mujeres tienen piercings en el ombligo, existen las luces de neón y los hombres tienen tatuajes. Nada de esto perjudica la verosimilitud. El autor, en una entrevista al diario Página 12, lo aclara: “Queríamos traer al Gauchito al presente, por la relevancia que tiene esta historia en la actualidad. Hoy el Gauchito sería un pibe de gorrita, llantas, equipo deportivo. Tratamos de salir del bronce, de la santificación”.

A pesar de ser un notorio homenaje hacia la figura de Gil, sus claroscuros están presentes. Si bien el director podría haber profundizado aún más respecto a las zonas grises del santo gaucho (y esta es la mayor crítica que podría realizarse a este relato), la película termina redondeando un balance positivo al no poseer un tono pedagógico en exceso, sino, más bien, cercano al entretenimiento digno y a la acción con destellos pop. Funciona como un complemento para todo aquel al que le interese saber más acerca del santo pagano más famoso de la historia argentina.