El jueves 27 de septiembre, con actuaciones de Gux, Atrashaytruenos y Go-Neko! culminó el ciclo Laptra en el Club Cultural Matienzo.

Por Emmanuel Patrone

Fotos de Pablo Lakatos

“¿Quién toca ahora?”. El interrogante de una chica hacia su amigo/pareja/hermano/vaya-a-saber-qué flotó en el aire por unos segundos, hasta que halló la respuesta esperada. “Eehhh… Gux o algo así”. Los relojes apuntaban sus agujas indicando las 11. O 23, mejor dicho. Tal como todos los jueves de septiembre anteriores a ese, empezaba una nueva emisión del ciclo del sello platense Laptra en el Club Cultural Matienzo. En este caso, la última.

Un tipo escuálido, casi con la cabeza gacha, mirando al piso, sube al modesto escenario del club. Se sienta mostrando su perfil derecho, toma su guitarra acústica y empieza a pisotear una serie de pedales que inauguran un festival de sonidos etéreos. “Pero ese es el Niño Elefante”, retruca la chica del primer interrogante. El guitarrista de El Mató Un Policía Motorizado, bajo su nuevo pseudónimo, fue –efectivamente- el encomendado a realizar la tarea de abrir la última fecha del ciclo. Como ya dejó entrever en su EP en solitario como Niño Elefante (1984, de 2005), en su proyecto musical hay poco y nada de la arenga rockera apocalíptica de la banda creadora de “Chica rutera”, “El día del huracán” y unas cuantas más tonadas estimadas por el séquito del indie nacional. Media hora continuada de sonidos de otra galaxia, lindante con lo onírico y lo fantástico, con Gux manipulando y repitiendo mantras sónicos graves que retumbaban por el lugar, provenientes tanto desde los pedales programados, los efectos de su guitarra, su voz distante o el sintetizador a su izquierda, y que captaron la atención de los primeros asistentes, quienes, en su mayoría, apenas atinaban a observar con atención sentados en el piso frente al escenario procesando aquello que estaban oyendo.

Es curioso el jueguito semántico que se puede hacer a partir de esta última fecha en el ciclo Laptra en el Matienzo. Un “ciclo” tiene que ver justamente con un conjunto ordenado de operaciones relacionados entre sí que se unen o se repiten. Si Gux hizo alarde de esa reiteración en su propuesta a partir de una serie de sonidos de ensueño y casi inorgánicos, los que siguieron en la lista viraron el timón hacia sitios un poco más cercanos a la Tierra. Los neuquinos Atrás Hay Truenos, con formación clásica de banda de rock (dos guitarras, bajo y batería) continuaron con la veta de la repetición como arma de expresión.

Después de un “lime” (como aparece anotado en los papeles que sirvieron de recordatorio de la lista de temas entre los propios músicos) breve, caótico y deforme, iniciaron con su rock enérgico mayormente instrumental, de sangre kraut y espacial y con el espíritu de las orillas del río Limay, que ocasionalmente era acompañado por las voces de los guitarristas Roberto Aleandri e Ignacio Mases, que más que reflejar poesía intervienen como un instrumento más. Entre la lista aparecieron, por supuesto, piezas de su álbum Romanza (se destacaron “Ruego” y “Gato de los cantos”) y otras de diverso origen, como aquella dedicada a un músico amigo/enemigo, apodado como “el cheto”. Su set terminó con mitad de la banda tirada en el piso sacándole notas penetrantes a sus instrumentos, dejando el terreno preparado para la banda que tuvo el honor de clausurar la noche.

¿Dijimos que Atrás Hay Truenos es una agrupación con sangre kraut y espacial? ¿Qué podemos decir de Go-Neko! entonces? Con la fiel compañía de ese monstruo luminoso de cartón conocido como “La máquina fantasma” al fondo del escenario, el quinteto creador de Los malos de verdad llevó su potente rock experimental combativo sobre los tablas, que desató por momentos un intenso pogo mudo que avanzó sobre los menos preparados para los empujones vehementes. Intercalados con un par de temas inéditos, dejaron su huella esa noche en el Matienzo –entre otras- “8th Man”, “No tengo otra alternativa”, “Ask Matusa What to Do!”, “Go-Kraut!” y, para finalizar, el demoledor tándem “Salen kombis” y “Tumba rancho”, este último con la participación especial (¿e inesperada? No lo sabemos) de Niño Elefante/Gux embistiendo la viola. Y todo terminó como empezó, entonces: con Gux sobre el escenario sacudiendo su cabeza con la música que sale de los parlantes. Ritmos circulares, melodías repetitivas, armonías insistentes en el fin de un ciclo que, esperamos, volverá a empezar, en otro tiempo y, quizás, en otro espacio.