Russ Meyer, realizador independiente, marginal y transgresor. A fuerza de violencia y unos buenos escotes, consiguió el carácter “de culto” para su obra y su influencia trascendió el cine al convertirse sus películas en inspiración de un puñado de letras de nuestro rock nacional.

Por Mauricio Pérez Gascué

“Tura Satana anda buscando su sombrero allá, allá en Las Vegas” cantaba Adrián D’Argelos promediando los 90’ convirtiéndose en una de las canciones más celebradas de los circuitos alternativos de aquella época. Si de circuitos alternativos se trata, la película que inspiró la lírica de esa canción  nació en ese ámbito cinematográfico convirtiéndose inmediatamente en un film de culto que trascendió épocas y barreras culturales. No sólo sirvió de inspiración para esta canción sino que la cinematografía de Meyer influenció fuertemente a realizadores como Tarantino que la homenajeó muy efusivamente en su Death Proof. Para cerrar con lo anecdótico, cabe destacar que fue realizada y estrenada en 1965 cuando todavía estaba implementado el código Hays de censura, era un código de producción que contenía una serie de reglas que limitaba lo que se podía ver o no en una película. Como muestra les dejo uno de sus tres principios generales: “No se autorizará ningún film que pueda rebajar el nivel moral de los espectadores. Nunca se conducirá al espectador a tomar partido por el crimen, el mal, o el pecado”.  Mientras que por Las Pampas comenzaban a hacer furor las películas de la coca Sarli, en Hollywood se debatían para encontrar un sistema que reemplace un código tan restrictivo. En ese momento aparece en escena (entre otros) Russ Meyer que desde fines de los 50, de manera independiente y con una distribución muy restringida comenzó a hacer filmes eróticos al límite del código de censura, en los años previos a la legalización de la pornografía en los Estados Unidos, lo que le da un valor histórico nada despreciable. Sus primeras películas tenían el valor de ese “atrevimiento” pero las historias eran bastante flojas y formalmente lo único interesante era el ingenio puesto en producir a un muy bajo costo.

Protagonizada por Tura Satana, “Faster Pussycat Kill Kill” es el film más celebrado por sus fans, en el que por primera vez logra conjugar lo que venía ensayando: erotismo, mujeres voluptuosas, violencia, autos a grandes velocidades, asesinatos, actores no profesionales, bajo presupuesto, etc. con un resultado redondo, consigue una película, entretenida, con una historia atractiva, bien narrada, con bellas imágenes (no sólo referidas a los atributos de sus protagonistas) y una banda de sonido que acompaña muy bien. El film y la historia, formalmente tienen un gran nivel, los conceptos básicos de narración y los recursos cinematográficos se hacen presentes bien utilizados.  La naturaleza malvada de su protagonista no es obstáculo para que las motivaciones sean trasladadas al espectador permitiéndole empatizar con ella (aunque al código hays le pese) todas estas razones, las condiciones de producción y su origen marginal, le valieron el carácter “de culto” y hoy en día su público se sigue renovando y extendiendo.

La película narra la historia de Varla (Satana), la líder de un trío de strippers que recorren las carreteras desérticas del sudoeste norteamericano a toda velocidad, cada una en su propio auto deportivo, en busca de problemas y estos no se hacen esperar. Cuando entra en escena un nuevo grupo de personajes (un trío masculino) la situación se convierte en un juego en el que se alternan constantemente los roles de cazador y presa incrementando los niveles de tensión en el relato una escena tras la otra.

Al espectador moderno hay detalles que le puede parecer inverosímiles en cuanto a la historia o incluso hay recursos (como los planos de los conductores filmados con los autos detenidos) que los puede distanciar de la obra pero en el conjunto resiste cualquier tipo de análisis. La película alcanza un giro muy interesante cuando estos dos rivales, llenos de maldad, se disputan (además de la supervivencia sobre el otro) a una inocente y atractiva víctima.

El film, formalmente, no es innovador en lo que a lo estético visual respecta, el manejo sonoro, especialmente el acompañamiento musical es, en todo caso, lo más jugado (la introducción de la película es uno de los rasgos que mejor supo asimilar Tarantino para sus películas). A excepción de los planos que sólo se encargan de resaltar las virtudes físicas de las protagonistas, en general tiene una puesta en escena bastante clásica y muy efectiva. Vanguardista resulta, si se me permite, el darle un tratamiento formal y narrativo, clásico, serio y tan bien cuidado a una historia cuyas situaciones y protagonistas transgredían los usos y costumbres del establishment cinematográfico sometido al código de censura.

Meyer trabajaba con actores que no eran profesionales por eso las performances resultan un poco acartonadas pero aún así funcionan bastante bien, los intérpretes comparten un código en común entre ellos y no hay diferencias de nivel en el registro de los actores lo cual es todo un logro, más aún teniendo en cuenta que los diálogos están cargados de una poética poco frecuente en el cine y hasta los actores más experimentados suelen hacer agua con líneas tan complicadas de enunciar y seguir sonando verosímil (Incluso hay ediciones en DVD que con su subtitulado no le hacen justicia). Conformadas por juegos de palabras de doble sentido, sin caer en el mal gusto y con una métrica cuasi musical, esta poesía es otra de las claves del éxito de Russ Meyer. ¿Será por eso que sus películas fueron fuente de inspiración de más de una canción en los anales del rock nacional? Porque más allá de la recurrente aparición en la discografía de Babasónicos, el mismo año que se estrenó esta película, RM dirigió otra intitulada “Motor Psycho” ¿Les suena?, pero ese será el objeto de otra reseña.