Con muchos invitados y un ritmo ramonero (casi un tema tras otro) Mi Amigo Invencible celebró sus diez años de existencia en Niceto. Algunas reflexiones acerca de su presente.

Por Pablo Díaz Marenghi

Fotos de Nadia Guzmán

Los caminos que elige un artista para expresarse son amplios y complejos. Desde la introspección hasta el género, desde el homenaje, la parodia, la experimentación o la obra conceptual. Uno elige desde donde plantarse en el mundo para crear y darle forma eso que tiene que decir. Parecería ser que Mi Amigo Invencible tiene bien en claro cual es el recorrido que forja desde hace una década en  la escena rock independiente. Canciones incendiarias, mutantes, que se nutren de la nostalgia como concepto principal. Sin embargo, sería un reduccionismo pensarlos sólo desde este lugar. Porque los mendocinos le cantan a la migración, a sus raíces andinas, deforman la canción al compás del folklore, la distorsión, la oscuridad y el más puro rock alternativo.

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El indie, aquella categoría que habla más de un modo de producción que de un sonido, tiene en MAI a uno de sus principales referentes. El  sábado pasado un Niceto repleto fue testigo de un repaso por toda su obra (centrado en su trilogía nostálgica) y de las herramientas con las que cuentan para defender el espacio que se han ganado: mucho talento, evidente trabajo y esfuerzo por repensar sus melodías y una fuerza volcánica que parece no tener límites.

Desde aquel disco solista en 2007 – Guaper, la tenaza que corta el alambre del corral – hasta hoy, la banda creció en cuanto a lo sonoro, lo compositivo y lo performático. Se convirtieron en una banda que no sólo traspasa sus temas de los discos a los escenarios sino que los repiensa, los reformula y los condimenta todo el tiempo. Así se vio en, por ejemplo, “Los lobos”, con más intermitencias y silencios que alteraban el ritmo o en “Bajo trincheras” con un bajo con más efecto y densidad. Las canciones se entrelazaban una tras otra y los invitados aparecían casi de manera furtiva. Como fantasmas que se acercaban con timidez y se sumaban a la fiesta. Primero Facu Tobogán en “Hacernos Extraños”, cantada a los gritos y saltos por el público. Luego Fran Saglietti (de Francisca y Los Exploradores) o Los Reyes del Falsete como coristas en “Bahía do Point Olive” y las guitarras ignífugas de Nico Voloschin y Mariano Di Cesare rasgueando con rabia. Cada uno le aportó su carisma y distinción a cada tema, dándole forma a nuevas versiones que quedarían atesoradas en la memoria y en algunos videos grabados con celulares en el medio del pogo.

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Los invencibles están de camisa. Todos. Parecería ser que no sólo querían sonar bien sino estar engalanados para la ocasión. “Descanso sobre ruinas” fue otro punto alto del show, con Arturo Martín reventando los parches como una especie de Keith Moon endemoniado. También fueron parte del festejo Juampi DiCesare, Simón Poxyran y Anabella Cartolano de Las Ligas Menores (que abrieron la velada generando pogo y mosh con sus canciones bien indie de estribillos hipnóticos y amores frustrados arriba de un Renault Fuego). Lo sagrado y lo profano, la electricidad del rock o la suavidad de la canción cuyana se apersonaban entre tema y tema casi sin dar un respiro. Es que la noche debería terminar alrededor de las 00.00 hs por pedido del lugar. “Igual nos gustan Los Ramones así que no importa” dice Di Cesare entre risas, quien junto con Mariano Castro hacen las veces de frontmans y dúo compositivo del grupo.

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“Me cuidé tanto”, “Los pájaros”, “Mansa Curda” agitaron el ambiente con el agregado de una perla como “Destruir” (un clásico) y el estreno de “Nuestra Noche”, tema de su último EP lanzado hace pocos días. Allí, valiéndose de un sintetizador, dieron muestras de su amplio caudal musical. Párrafo aparte para las percusiones de Leo Gudiño, quien no paró un segundo de jugar con sus bongoes y demás artilugios. Jopo Quatrini sorprende día a día con su destreza en el bajo, con sobriedad y casi alienado en su tarea, le da forma y soporte rítmico con un estilo que coquetea con el dark y el post punk.“Días de Campos Minados” es otra grajea que los fans saborean con pasión, con ese ritmo de bombo leguero que le da forma a esa alquimia tan propia del grupo entre el folklore argentino y rock and roll ruidoso, psicodélico y distorsionado. Mientras tanto no había una sola persona que no moviera alguna parte de su cuerpo, salte, sonría e interactúe con una banda que dejaba todo.

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Sobre el final, los Amor Elefante aportaron voces, “Edmundo Año Cero” con su “hombre caminando” repetido en el estribillo como un mantra generó uno de los pogos más furiosos de la noche (con círculo incluido) y sobre el final, la sorpresa. De pronto, casi con timidez, aparece Shaman Herrera vestido casi como un payador venido del festival de Cosquín y agrega voces que oscilaban entre lo fantasmal y lo andino. Como si su garganta fuese un erke que convoca a las tribus a aunar fuerzas. Para algunos esto es el manso indie, término que intenta denominar a la escena mendocina que avanza en franco crecimiento con los MAI como mascarón de proa. Para otros, no vale la pena intentar forzar etiquetas y categorías. Su obra habla por sí misma.

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Se dieron el lujo de tocar ante un Niceto Club lleno como pocas veces se ha visto. También de estar acompañado de todos sus amigos. Hasta metieron un homenaje a Flema con “Bienvenido el vino” que algunos punkies nostálgicos captaron. El cierre emuló al ocurrido en 2015, en la presentación de La danza de los principiantes: todos al escenario y a delirar en “Nada peor que la sed” y el ya clásico “oh eh oh” que se vuelve carnaval. El Tifa de los reyes junto con Arturo dirigiendo la percusión. Simón Poxyran en cuero poniéndose un corpiño y agitando los brazos. Todos corren, cantan, saltan y ya uno no logra distinguir quién toca cual instrumento. Todo se vuelve una gran masa de cuerpos, colores, luces y gritos. El público también se funde. Se vuelve uno.

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El filósofo Ludwig Wittgenstein acuñó el concepto de “juego de lenguaje” para explicar la mediación de las palabras en el pensamiento. Para desterrar la idea de la transparencia de las mismas. Decía que el significado se construye entre el sujeto, el elemento y la acción. Es un proceso. Con la música pasa algo parecido. Uno puede distinguir, a primera escucha, algunas expresiones de una banda y empatizar o no. Uno puede ver a una banda en vivo e identificarse o no.  Puede clasificar, etiquetar, armar una playlist en Spotify. Los invencibles parecerían no conformarse con ninguna primera impresión o etiqueta. Ellos toman la canción, la nutren de su sensibilidad, su nostalgia, sus historias y sus influencias. La muelen a palos y le vuelven a dar vida tanto en el estudio de grabación como arriba del escenario. El significado jamás es el mismo. Está en constante movimiento. Aquel viaje que comenzó en 2007 y que aún promete continuar con un nuevo disco en 2018, giras y más proyectos, parecería no tener límites. “La única fuerza que me guía es la oscuridad” canta Di Cesare pero también advierte que “sin aire ni agua nadie sale vivo”. El incendio sonoro que desataron en Niceto será difícil de apagar. Mientras Mi Amigo Invencible así lo decida, las llamas de la buena música independiente seguirán ardiendo.//∆z

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