Dos libros publicados recientemente permiten dar a conocer a aquella ciencia ficción japonesa que, por diversos motivos, nunca llegó a esta parte del mundo. Entre el ensayo y la imaginación, el género atraviesa la historia de la isla y forma parte de la identidad de un pueblo.

Por Gonzalo Gossweiler

La literatura de ciencia ficción japonesa es, al menos para Hispanoamérica, el escaso corpus de su traducción: o sea, casi nula. Pero al ver la profusión del género en el cine, animé, manga y videojuegos llama la atención que no exista su contraparte literaria. Bueno, sí existe, pero no está traducida y es prácticamente inhallable. En Japón la ciencia ficción (o ficción especulativa, dependiendo el caso y el punto de vista) tiene una tradición tan antigua y prolífica como la de los países que fueron pioneros del género (Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Rusia). La barrera del idioma hace que el material literario que exporta el archipiélago sea una porción ínfima y por eso muchas de esas historias nacidas en prosa nos llegan a través de adaptaciones cinematográficas. Las excepciones que se suelen conseguir en narrativa vienen de autores consagrados que abordan lateralmente el género como Haruki Murakami con 1Q84 y el nobel Kazuo Ishiguro con Nunca me abandones, entre otros casos

La editorial española Satori, dedicada a publicar clásicos de la literatura japonesa, se ocupó también de la ciencia ficción de la nación de las reverencias, los trenes puntuales y los samuráis. Primero, en 2016, editó Destellos de luna. Pioneros de la ciencia ficción japonesa y el año pasado Japón especulativo. Relatos asombrosos de fantasía y ciencia ficción. Ambos libros –el primero de ensayo y el segundo la traducción de una antología en inglés de cuentos de autores japoneses- son para los entusiastas de estas lecturas como dos tragos de Gatorade en el mediodía del desierto.

En El cuento del cortador de bambú (Taketori Monogatari, de principios del siglo X) nace la historia de la princesa Kaguya. Descendiente de un linaje real de seres selenitas, es resguardada en la Tierra para protegerla de una guerra celestial. Un humilde hombre la descubre, apenas bebé, al cortar un bambú, y la cría hasta que se convierte en una belleza tan deslumbrante que el emperador se enamora de ella. Pero no puede ser, y desde la Luna la vienen a buscar. En medio del relato romántico aflora esa proto ciencia ficción de la antigüedad de la que habla Isaac Asimov, donde la fantasía disputa el lugar de la ciencia. Kaguya da cuenta de un antecedente japonés del género e inspira mil años después a Naoko Takeuchi para crear el manga de Sailor Moon (1992), además de varias adaptaciones de la historia original al cine, entre ellas El cuento de la princesa Kaguya (2013), del fallecido cocreador de Studio Ghibli, Isao Takahata. También hay quienes hablan de otros ejemplos de esa línea precientífica con las también antiguas Urashima el pescador (viaje en el tiempo) y la primera novela del mundo La historia de Genji, de Murasaki Shikibu (se la puede catalogar como una ucronía).

Aquellos antecedentes los menciona Daniel Aguilar, autor de Destellos de luna, y hace una elipsis hasta la Restauración Meiji (1868). Japón vivió casi en la Edad Media hasta fines del siglo XIX, cuando comienza un proceso de apertura al mundo y en especial a Occidente. La cultura europea no solo ingresa sino que es imitada, y los japoneses se lanzan a copiar a las potencias mundiales en una época que marca un desarrollo industrial y un cambio en la sociedad frenéticos. Entre los libros que arribaron en los barcos estaban los de Julio Verne, los cuales tuvieron excelente acogida. En esta época de virtuosos cambios tecnológicos para la mirada nipona surgen las primeras obras autóctonas de ciencia ficción teñidas de fantasía, geopolítica y futurismo.

“El nuevo siglo se despierta en Japón conservando el calor de las teorías expansionistas y lo único que se discute es si es preferible extender el Imperio hacia el Norte o hacia el Sur”, escribe Aguilar, y da cuenta del militarismo reinante en el inicio del siglo XX en la isla. En la guerra ruso-japonesa, que terminó en 1905, el otrora retrasado país triunfaba sobre el Imperio Ruso y la atmósfera expansionista y militar inundaba la ciencia ficción. Si en Occidente fue común ver a científicos animarse a la literatura a través de la ciencia ficción (Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Boris Strugatsky, y otros menores), en Japón sucedió lo mismo con militares que escribieron obras pulp con buques de combate voladores. En el imaginario japonés se creaba una obsesión por la tecnología bélica. Las revistas pulp difundían estas historias al igual que en Estados Unidos hacían Amazing Stories y Astounding Science Fiction, muchas veces plagiando y adaptando historias. Mientras, aparecía el cine y le daba espacio a aquella fronteriza ciencia ficción de científicos locos y space operas. Aguilar da un intensivo detalle de la gran cantidad de autores y obras de esta época que, al contrastarlos con una búsqueda en Google, rozan con la casi inexistencia, al menos en el alfabeto latino.

Entre lo hallable para leer de este período, a veces en la frontera del género, está el truculento Edogawa Rampo. Entre lo inhallable está Shunro Oshikawa y Juzo Unno, este último, según Aguilar, “el escritor japonés de ciencia ficción más prolífico de la primera mitad del siglo XX”. La catarata de elogios que recibe Unno deja al lector con una necesidad que Internet no va a satisfacer. Al menos, el libro incluye tres relatos de Unno para paladear: macabros experimentos humanos, extraterrestres capturados en laboratorios y una invasión marciana en ciernes.

En la década del ’30 se huele la pólvora en el aire y se enciende el patriotismo nipón mientras se suceden enfrentamientos armados en las zonas ocupadas de China y Corea. “Ya desde comienzos de la década, en casi la totalidad de novelas sobre guerras futuras se daba por cierto que estallaría una guerra entre los Estados Unidos y Japón”, dice Aguilar sobre el conflicto que empezaría en 1941. Muchas veces la capacidad predictiva de la ciencia ficción pareciera ser un don ocultista del autor, cuando en realidad es su capacidad para llevar a una consecuencia lógica la coyuntura de sus tiempos. En esta época la censura prohíbe ciertas lecturas, sigue el vía libre a las tramas bélicas y una generación de japoneses crece leyendo historias en las que Japón siempre resulta vencedor. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki precipitarían una rendición que sería recibida por la población con incredulidad.

La posguerra trae sentimientos de culpa y mensajes antibelicistas. En ese contexto nace Godzilla (Gojira, 1954), producto de pruebas nucleares en el Pacífico. Es el inicio del kaiju eiga (películas de monstruos gigantes) y un auge de las producciones de ciencia ficción. Aguilar, especialista en cine japonés, da cátedra del nacimiento y evolución de estas películas. El libro tiene ilustraciones de afiches de films y actores de la época. Son también años de la explosión del manga y el animé, empezando con Astro Boy (Tetsuwan Atomu, 1952) y llegando en los ’70 a Mazinger Z. Aparecen, así, subgéneros que formarán los gustos de la nueva generación.

Sin embargo, la huella de la Segunda Guerra es muy profunda. Más que una continuidad del rico legado de los precursores japoneses, nace una nueva etapa que se alimenta de los grandes autores surgidos de la Edad de Oro de la ciencia ficción en Estados Unidos.

Se menciona también al gran Kobo Abe, que entra en escena en los ’50. Aunque no se desarrolló dentro de la ciencia ficción tuvo algunos acercamientos, entre ellos el cuento “El huevo de plomo”, presente en la antología Los cuentos siniestros, editada por Eterna Cadencia.

En Japón especulativo se retoma la posta donde quedó Destellos de luna, pero a través de los cuentos de sus protagonistas. Los editores de la antología en inglés son Gene van Troyer y Grania Davis, quienes cuentan en la introducción las peripecias de los traductores que en los ’70 se dedicaron a traducir y publicar a autores nipones. “La mayor preocupación de la ciencia ficción japonesa ha sido descubrir cómo los japoneses llegaron donde están reflejando su pasado contra el espejo de futuros imaginados o mundos alternativos, un punto de vista acorde con la obsesión nacional de los japoneses por descubrir, o quizás redefinir, quienes eran tras la segunda mitad del siglo XX”, dice Troyer antes de presentar quince relatos que dan cuenta de la evolución de la literatura de ciencia ficción y fantasía en Japón.

Sakyo Komatsu (1931-2011) es el autor del bestseller de los ‘70 Japón se hunde y uno de los grandes maestros del género en el país del sol naciente. Participa en la compilación con “Fauces salvajes” (1969), un cuento con mucho morbo sobre un hombre que se amputa partes del cuerpo y las reemplaza por implantes cibernéticos. De paso descubre en la autofagia un placer supremo y abre el juego a debatir los límites de la individualidad que está dispuesta a soportar la sociedad japonesa. “La hora de la revolución” (1963) es un relato de Kazumasa Hirai (1938-2015), un famoso novelista y guionista de mangas.  Su historia habla de un mundo contaminado y arrasado, bajo el control de las máquinas. El fracaso de la humanidad. Allí un grupo de artistas que son desechados por el pragmatismo mecánico se rebela a su destino en medio de referencias a Lord Byron y viajes al pasado para evitar un destino funesto marca Matrix y Terminator.

Después está Tensei Kono (1935-2012) con su cuento “Hikari” (luz), de 1976, sobre un contagio inhumano que disgrega los patrones normales de la familia. Taku Mayumura (1934) intenta en “Me desharé de tu pesar” (1962) una versión tecnológica del clásico “La pata de mono” de W.W. Jacobs, con un oficinista agobiado como protagonista. “El sendero hacia el mar” (1970), de Takashi Ishikawa (1943), es un relato corto con ese habitual giro final de la ciencia ficción que tiene la posibilidad de desplazarse por todo el universo. Koichi Yamano (1939-2017) fue, además de escritor, un impulsor de la New Wave de la ciencia ficción en Japón a través de la publicación de libros y revistas. Está presente en la antología con “¿A dónde vuelan ahora los pájaros?” (1971), una nouvelle de realidades paralelas y quiebres temporales que se construye desde una narración segmentada que puede ser reorganizada a lo Rayuela de Julio Cortázar.

El autor de “Otro Prince of Wales” (1970) es Aritsune Toyota (1938), quien tuvo un modesto paso por el cine, el manga y el animé (en algunos episodios de la legendaria Yamato de Leiji Matsumoto). En su relato sarcástico propone un futuro en el que las guerras entre países son el espectáculo de moda. Sin embargo, los enfrentamientos están burocratizados por una ONU que habilita conflictos por causas pretéritas para llevarse a cabo a menor escala, con las armas de aquellos tiempos y repletos de regulaciones ridículas. Masami Fukushima (1929-1976) fue otro de los maestros de la ciencia ficción en el archipiélago y pieza clave del impulso en la reintroducción del género en la década del ’60. En “La vida de las flores es corta” (1967) aparece una artista ikebana del futuro que realiza su arte con hologramas. “Chica” (1985) es un cuento de la autora Mariko Ohara (1959), mucho más atrevido que los anteriores, sobre la identidad sexual en un futuro lejano.

Yasutaka Tsutsui (1934) es uno de los grandes escritores japoneses vivos. Dueño de todos los premios literarios importantes de Japón, sus historias populares llegaron a Occidente a través de adaptaciones. La más conocida es Paprika, film de Satoshi Kon de 2006 inspirado en la novela homónima de Tsutsui de 1993. También en 2006 Mamoru Hosoda adaptó a la pantalla grande su novela de 1967 La chica que saltaba a través del tiempo. La editorial española Atalanta le editó a Tsutsui, además de Paprika, Estoy desnudo y Hombres salmonella en el planeta Porno, transformándolo en uno de los autores más accesibles en español. En Japón especulativo resplandece con el relato más llamativo, “Mujer de pie”, sobre un Japón que castiga a los ciudadanos que cometen faltas contra la sociedad plantándolos para que se conviertan lentamente en árboles.

En “Caja de cartón” (1975), de Ryo Hanmura (1933-2002), se cuenta la fascinante biografía en primera persona de una caja. En tanto, Tetsu Yano (1923-2004) fue un autor que tradujo las obras de Robert A. Heinlein (eran amigos), Arthur C. Clarke y Fredrick Pohl, entre otros. “La leyenda de la nave espacial de papel” (1975) tiene a una mujer que es propiedad pública de los hombres de una aldea, un ser extraño que engendra a un niño especial. Shinji Kajio (1947), como tantos otros de los mencionados, comparte una carrera exitosa como guionista de manga, en su caso con la aclamada Emanon (2001), la historia de una chica que guarda los recuerdos de 3.000 millones de años de la vida terrestre. Su cuento en la antología es “La caja universo de Reiko” (1981), en el que una ama de casa que viene arrastrando su matrimonio escapa gracias a una resolución muy Twilight Zone.

La segunda escritora presente es Hiromi Kawakami (1958), multipremiada y de las más populares en Japón. En “Mogera Wogura” (2002) se nota claramente la frescura de la ficción en contraste con muchos de los anteriores, y vemos la rutina de un topo oficinista que colecciona humanos y analiza nuestro mundo (o el japonés, que es otro mundo) con ironía, al estilo de Soy un gato (1905) de Natsume Soseki. El prolífico poeta Yoshimasu Gozo (1939) cierra el volumen con el poema “Adrenalina (1976).

En conjunto, la selección de Japón especulativo logra abarcar un variado espectro de los principales escritores japoneses, aunque quedan afuera algunos nombres importantes como Shinichi Hoshi (1926-1997). Además, el recorte temporal se estanca en los ’60 y ’70 y se nota la atmósfera acartonada previa al cyberpunk. De todas formas, la colección original en inglés se compone de cuatro tomos, por lo que ambos defectos podrían subsanarse con la traducción completa. Las temáticas permiten visualizar una identidad propia de la ciencia ficción japonesa, preocupada por el empleo de los oficinistas, las relaciones familiares y la tensión del individualismo con las férreas ligaduras sociales.

En cuanto a Destellos de luna es notorio el esfuerzo e investigación sobrehumanos que realizó Aguilar, solo posible a partir de un exhaustivo estudio de las fuentes japonesas. Peca, eso sí, de ser extremadamente enciclopédico, y su lectura se dificulta además por las referencias a autores, libros, películas y nombres inaccesibles en la web y en nuestro alfabeto.

Los libros cubren una evolución de la ciencia ficción japonesa desde su nacimiento hasta los ’80. Después vendría la verdadera detonación de la Cool Japan con las exportaciones de productos culturales que poblaron de animé y videojuegos nuestras pantallas y le dieron al género monstruos taquilleros (o kaijus) del tamaño de, entre otros, Akira, Ghost in the Shell” y Evangelion.

Japón especulativo y Destellos de luna consiguen un maridaje excepcional para presentar la literatura japonesa de ciencia ficción/ficción especulativa y difundir lo esencial. Hay tramas que parecerían precedentes o simultáneas de otras occidentales pero que, debido al oscurantismo de sus ideogramas, es probable pensarlas como desarrollos paralelos. En las historias, y en las reseñas de otras que no aparecen, se vislumbra el germen de un género que nació fértil, se secó o mutó y renació con la fuerza de un bambú transgénico alimentado con el fertilizante sci-fi del Nuevo Mundo. //∆z

Destellos de luna. Pioneros de la ciencia ficción japonesa, de Daniel Aguilar

Satori, 2016

416 páginas.

 

Japón especulativo. Relatos asombrosos de fantasía y ciencia ficción, VV.AA 

Traducción: Alexander Páez

Satori, 2017

356 páginas.