Andrés Calamaro presentó su disco Bohemio. Diez canciones nuevas, seleccionadas de una producción incansable, con la impronta del Salmón: hacer que quien las escuche se sienta bien, aun hablando de soledades y despedidas.

Por Ángeles Benedetti

Hablemos de Andrés Calamaro.

Es tan fácil criticar al Calamaro de las rimas innecesarias y ademanes nobiliarios en el programa de Tinelli como idolatrar al héroe gaucho de corazón roto que creó, a partir de sus propias cenizas y otros polvos, un álbum doble como Honestidad Brutal: al que no le sobra ni una de sus 37 puñaladas.

Un poco más complicado, menos tajante, más arriesgado y menos injusto es hablar del Calamaro en el que se exacerban esas dos caras: la “situación de estupefacientes, rock, fútbol y sala de ensayo” y Bailando por un Sueño, el hit inocente Te quiero igual y la insalubre Hay en un mismo disco, el discurso peronista con una cadencia inusual, Palermo para comer y Avellaneda para alentar, cumplir años el día de la Masacre de Trelew y festejarlo con Micaela Breque. Es este Calamaro, esta totalidad calamaresca integrada por un lado bien A y otro muy B, el que creó la fórmula de la nostalgia feliz más perfecta e infalible de la música nacional: letras tristes + melodías alegres. Y la explotó hasta el cansancio.

Su nuevo álbum, Bohemio, llegó a las disquerías tres años después que On the Rock (en el medio editó Salmonalipsis Now con cinco canciones inéditas del disco ¿más largo del mundo?) y reafirma la elección de esta vereda por la que Calamaro quiere caminar. Lejos de la complejidad lírica de Honestidad Brutal y de la cumbita constante de La lengua popular, Bohemio es un disco agradable, de esos que te hacen sentir inevitablemente bien. Y eso no es poca cosa. Porque, vamos, hay que sentirse a gusto con canciones que reivindican la ausencia. En eso, Calamaro es un maestro.

La primera canción de diez es un homenaje urgente y necesario: “Belgrano”, dedicada al rey del Bajo, Luis Alberto Spinetta. Es un tema precioso, en el que Calamaro se pregunta “Si sabemos que nacimos condenados ¿Por qué somos tan sensibles al amor?”, seguida por el corte de difusión “Cuando no estás”, que –imagino- para este entonces ya debe ser un hit al estilo estalló-el-verano en Mega 98.3. “Tantas veces” transita por el mismo camino que la anteriormente nombrada, para dar paso a dos de las canciones con más identidad del disco: “Rehenes”, en la que Calamaro se luce en su faceta de cantor grave, y “Nacimos para correr”, el pico de emoción que divide el álbum en dos.

Así, llega el momento de la canción que da nombre al disco, “Bohemio”, una composición porteña hasta la médula, con unas teclas tan bien puestas que las estamos esperando desde antes de que suenen por primera vez. El juego se abre a “Plástico fino”, su versión de “Buen día, día” con menos hippies y las persianas del departamento bajas. Porque adentro siempre es de noche y Calamaro lo sabe.

“Inexplicable”seguramente sea el tema más rockero, “Dentro de una canción” la forma en que el Salmón debería cantar siempre y “Doce Pasos” ese cierre “bien arriba” al estilo de “Mi Cobain (Superjoint)” al que ya nos tiene acostumbrados, donde se da permisos como “Quiero ser el patrón de tu estancia” y qué tal si salimos todos a bailar.

El gaucho de Palermo lo hizo una vez más: salió airoso con su eterna fórmula que nunca deja de lado grandes músicos y productores que saben acompañarlo, en este caso, el otro ex-Abuelo Cachorro López. Le guste a quien le guste, Calamaro es uno de los músicos que marcan el pulso de la vida en Buenos Aires. La ciudad y él se retroalimentan en su propia dialéctica, y si todo sigue como hasta ahora, tiene canciones para rato.

Que vengan de a uno.//z

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