Alejado de su romance con el indie de guitarras, Hernán Martínez exhibe un registro de fino tecnopop en Fuera de Foco, su último disco.

Por Claudio Kobelt

Un haz de luz atraviesa la oscuridad dibujando un aterrizaje circular en el suelo. De a poco, ubicándose en el medio de ese plato lumínico, entra en imagen una figura delgada de anteojos que se oculta bien pegado tras un micrófono de pie, a la vez que sostiene una guitarra blanca que vibra tierna, radiante y frágil. Una bola de espejos gira esculpiendo rectángulos lumínicos en todo el set, mientras un sintetizador de cola gotea un ritmo sintético y pequeño como un murmullo. Así podría describirse el clima atemporal y nostálgico de “Efectos especiales”, la balada que abre Fuera de Foco (Fuego Amigo Discos – 2015), el último disco a la fecha de Hernán Martínez, que sorprende con un álbum completamente diferente a sus trabajos anteriores y que lo exhibe como un crooner de synthpop, cándido y melancólico.

Luego de la delicada intimidad que envolvía a El Prestidigitador (2006) y la potencia clara y luminosa en Revolución de Verano (2011), Martínez entrega un disco extraño, pero en el mejor sentido de la palabra, ese que la define como “distinto de lo habitual”. En el primer tema, el mencionado “Fuera de foco”, comienza a percibirse algo de esta extrañeza. Es una balada clásica americana, con aires cercanos al bolero y el clásico doo wop de los años sesenta, pero con una batería electrónica marcando firme y mecánica la cadencia, que le otorga así un espíritu de edad imprecisa y gracia exquisita.

Si queda alguna duda del nuevo rumbo sonoro de Martínez llega “El camino de las lagrimas”, un tecnopop de alegre mid tempo pero con una lírica donde ruega que lo dejen llorar, que ya no quiere sonreír. Su voz es una caricia tibia, cálida y suave, entonada con la fuerza de un secreto, que se convierte en la protagonista indiscutida al momento de aparecer, siendo tanto el norte como el viento que sopla las velas de la canción. Esto sucede en todos los tracks del disco, como por ejemplo en “El Fondo del mar”, otra perla de encanto sin tiempo gracias a cierto hálito Twee pop y un aroma cercano a Sarah Records.

“En sus marcas” vuelve a llevar al disco por los caminos de la canción electrónica, cuestión que se profundiza con el beat puro y duro de la bailable “Hay una chica en mi cuerpo”. Luego el clima vuelve a mutar para esa especie de country susurrado que es “Las aguas bajan turbias”, la canción que más remite a sus registros anteriores. Por su parte, “Opus Dei” es otra balada poderosa cuya trágica y poética letra recuerda por momentos a la obra de Lorca. Y este es otro punto a tener en cuenta, Martínez escribe letras que son poemas, poemas que son letras, a veces en rol protagonista, otras contando la historia como un narrador, pero siempre con un afecto, un apego por lo narrado, y una verdad en la voz que convence sin más.

El fin del álbum llega con “Ya está echada la suerte”, canción decididamente electropop que pregona eso de “nadie puede escapar de lo que siente / completamente”. El disco pasa veloz, grácil, y ágil, con sus ocho temas de climas bien diversos pero unidos en la voz diáfana y envolvente de Martínez, quien pone en Fuera de foco su oficio de cantautor sensible bajo una piel de bits, cambiando su conocida pasión guitarrera por una pared de sintetizadores y ritmos digitales, para demostrar su gran versatilidad compositiva y certificar su enorme talento. Y si empezamos diciendo que este era un disco extraño, cabe agregar que es de una rareza encantadora y etérea, como un ave exótica de mil colores, hipnótica e irrepetible.//z