El sábado pasado tuvo lugar la última fecha del Festival de Invierno de Geiser Discos. Siete horas de música sin parar y una apuesta por una escena más viva que nunca.

Por Claudio Kobelt

Fotos por Gisela Arevalos

Cuando en la primer jornada del Festival de Invierno de Geiser me preguntaba acerca de la corta duración de los shows aquí dispuestos (15 minutos por banda), una explicación posible era que esa exposición fugaz de artistas emergentes era una especie de “muestra gratis”, pequeña, instantánea, y que debería ser el oyente el responsable de tomar un lugar activo en la búsqueda y el seguimiento de aquello que lo sorprendió con tan poco tiempo. Si esto es así, pues vaya mi voto para Mono, un devastador quinteto de velocidad fulminante y rabiosa oscuridad que allí estaba viendo por primera vez. Tres guitarristas tocan a la vez creando un muro de sonido que aplasta en avalancha, una capa espesa de distorsión que todo lo cubre. Una delicia de post-punk, garage y viaje sideral. A lo Interpol, o los locales Norma, Mono apuesta a la particular voz de su cantante y su sonido avasallante, furtivo, movilizador. Mi descubrimiento de la fecha, mi tesoro del festival.

La cuarta y última jornada del Festival de Invierno había empezado algunos instantes antes con Metal y su electropop de alta factura. Luego Trueno Blanco -que presentaron nueva formación, con Sol Marianela en bajo-  repasó temas de su primer disco y adelantaron algunos del que vendrá. Un sonido más grave y rockero que al que nos tienen acostumbrados, pero que encuentra un ingrediente único en la dulce voz de su cantante Claudia Buttignol. Gran show Trueno sin duda. Luego siguió Mono, y ese fuego del que les hablé hace un rato.

Terminados los quince minutos de Mono, el espacio es tomado por seis pibes vestidos especialmente para llamar la atención y divertirse a la vez: short floreado y gorro coya para el cantante, look culisuelta/wachiturra para la corista, corset ajustado y pollera de bolsas de nylon para el tecladista… y mucho más. Desparpajo trash puro, es decir, La Ola que quería ser Chau. Un show corto, alegre, punk y bailable de principio a fin. La lista de temas incluye los ya  conocidos y largamente celebrados “Tu día”, “Canción robada” y “Gustan de vos todos mis amigos”. Dejan para el cierre “Esteban”, el nuevo hit olero para cantar y tararear, que se pega en la memoria y la sonrisa durante días: “Yo soy Esteban/trabajo en El Imperio de la Pizza/reparto en la motito altas pizzas/la pizza que te vas a comer hoy”  Aplausos. Para la canción, para el triunfo del lo-fi y la diversión por sobre todo. Migue, el cantante, termina tirando su zapatilla al público en medio de una intensa zapada noise. Caos y alegría por siempre.

Los plomos y asistentes dispuestos por la organización son como esos mecánicos en las pistas de carreras, entre banda y banda invaden en bandada el escenario modificando y preparándolo en cuestión de minutos. No hay tiempo que perder, y mientras uno entra a boxes, otro sale al asfalto y todo vuelve a empezar.

Buenas noches… Buenos días quiero decir”, dispara Marcelo Moreyra desde el micrófono. Y su saludo no es una simple equivocación. Su banda, Mujercitas Terror, no sólo acostumbra tocar a altas horas de la noche, sino que construye su lírica y su sonido en la nocturnidad, acariciando lo lúgubre y lo salvaje que en ella habita. Héroes locales del psychobilly y el postpunk más aguerrido, como un surf rock a la luna llena, los MT regalan joyas tales como “Ojos de vidrio”, “Actriz” y la rabiosa “Besame la cicatriz”. Sus canciones son cuchillos que se clavan directamente al pecho, tonadas filosas, certeras, mortales. El cierre con “Excavaciones” deja el aire caliente y los cuerpos turbados de excitación. Le sigue Placer, la legendaria banda del sur del conurbano y sus melodías plagadas de psicodelia y ritmo. Aires manchesterianos con mucha personalidad y estilo, con su propio calor. ¿Cómo esta banda no tiene mayor reconocimiento y trascendencia?, me pregunto sin obtener respuesta, pero con sus discos y shows como alivio. “Quiero vivir por siempre en una fiesta” dicen. Pero que en esa fiesta toque Placer.

Sigue Guerra de Almohadas, quienes presentan algunos de los temas que conforman su nuevo disco Baladas para Telos del futuro, alejados ahora del estilo que habían mostrado en su primer disco, y acercándose a una línea musical y sonora bastante más Babasónica. En el pasillo de entrada se puede ver a Daniel Melero bailar y festejar cada canción de los Guerra como un fan más, hasta que ellos lo invitan al escenario y se despiden del mismo con una batalla de sonidos entre noise y galácticos que Melero dispara desde unas máquinas y que la banda se ocupa de apoyar desde sus instrumentos. Sonido de supernovas en implosión, cosmos puro.

Continúa Sobremesa con el Dos, un interesante y particular grupo con una propuesta de rock fusión con toques rioplatenses y jazzeros, lleno de matices y variaciones. Sus cambios de ritmo en pleno tema, las diferentes melodías y sonidos que van del blues al rock progresivo y su manejo del clima, hacen de esta una excelente propuesta para los amantes del rock nacional circa Pescado Rabioso o M.I.A. (agrupación de Lito Vitale en los años setenta), y un aire fresco para la escena. Luego de Sobremesa… sigue Walter Domínguez, y su rock & blues hecho y derecho, sin demasiadas vueltas ni enrosques. Rocanroles para patear y letras divertidas y de fácil identificación, a la manera de Memphis La Blusera. Un grupo de músicos experimentados haciendo lo que mejor saben hacer, y lo que más les gusta.

Le toca el turno a La Perla Irregular, que con sus canciones rockeadas se ganan a gran parte del público presente. Con su espíritu de naturaleza y búsqueda, de libertad sonora y creativa, repasan canciones de su último disco América, donde se destaca la ecléctica “Un gran color”, poseedora de una sensibilidad que conmueve. Enseguida nomás es el turno de Los Reyes del Falsete, quienes aprovechan sus 15 minutos de show para hacer algo distinto a lo que le conocemos: Un solo Track, una sola canción de un cuarto de hora de duración. Un delirio instrumental de múltiples climas, que sube y baja en diversos niveles. A veces bailable, a veces suave, reflexivo, feroz, la canción juega con la intensidad y la atmosfera hasta hacerla estallar. Un set diferente y un acercamiento inmejorable al arte de Los Reyes y su esencia viva de búsqueda y experimentación.

No mucho después, “Complejo adolescente” es la primera canción del infalible show del Viva Elástico. Le siguen “El Dato”, “Imágenes de amor” y “La Traición”. Su líder, Alejandro Schuster, salta, corre, vive cada canción elástica con pasión, y eso se transmite. Las canciones, rítmicas y sanguíneas, pop ardiente con estilo, parecen haber encontrado la fórmula para que la canción alternativa trascienda el ghetto y explote en la radio sin perder nada en el camino. Y el cierre con “Yo te quiero más” lo demuestra con creces.

Es el turno de la última banda en este auditorio: Rayos Láser llega entre aplausos y brinda un pop canción con pulso electro, impulsado por un beat justo y una impecable labor vocal. Tomando la ambigüedad y la esencia cancionera de los ochenta, mezclada con la actitud y modernidad de los noventa, crean un producto efectivo, preciso, con la fórmula secreta de los que van sabiendo que tienen todo para ganar.

Y no hubo que esperar demasiado: Daniel Melero sale a escena acompañado de su banda y entre ovaciones, gritos y flashes comienza con “Sagrado corazón”. De allí en más, la faceta electrónica-experimental tomará buena parte del set. Le siguen clásicos imborrables como “Sangre en el volcán”, “El mundo será nuevo”, y “Expreso Moreno” entre otros. Mientras canta, Melero recorre lento el escenario, posando, jugando con el piano, fraseando cada canción, cambiando el ritmo y la tonalidad a cada instante. Como un Nick Cave porteño, como un tanguero desafiante, Daniel Melero se para frente a su grupo sonriendo, dibujando melodías vocales frente al clima espeso, negro  y enérgico que crean sus músicos. Todas bestias implacables en lo suyo.

Luego de “Amazona”, muestra otra de sus múltiples caras musicales: la del crooner maldito y su pianista endemoniado. En este formato suenan “Quiero estar entre tus cosas”, “Descansa en mis brazos” y “Nena mía”, todos clásicos eternos, baladas letales grabadas a fuego, y con suma justicia, en la memoria musical del rock nacional. Al finalizar, Melero agradece y se retira ovacionado del escenario. Aplausos, gritos y silbidos funcionan como llamada y el artista que todos aclaman vuelve con su grupo para una tremenda versión de “Amor Difícil”, a la que le pegan “Líneas”, querida canción de su viejo grupo Los Encargados.  Ahora sí, esto es el final. Siete horas de música sin interrupción, maratón de bandas emergentes que buscan crecer, mostrarse, difundir lo que tanto aman y por lo que pelean hace tiempo. Diversos estilos, géneros, apuestas y riesgos. En la variedad está el gusto, dicen que dicen. Y todo en presentaciones tan breves como tomar una polaroid. ¿Era éste el lugar y la forma de hacerlo? Mucho para debatir, pero mientras tanto la escena pide a gritos expandirse, desarrollarse. Y depende de nosotros,  público/medios/lugares/sellos darles ese lugar. No hay más tiempo que perder.