Jack White propone en Boarding House Reach una nueva aventura en su carrera y toma, una vez más, los riesgos que lo erigieron como uno de los artistas más interesantes de la actualidad. 

Por Matías Roveta

Al frente de los White Stripes Jack White actualizó géneros clásicos –blues, sobre todo, pero también folk y country- con una mirada moderna y en un envase minimalista: su cruda versión del blues era explosiva y linkeaba con el auge de la movida revival garagera de fines de los ’90 y principios de 2000, y tenía en su guitarra valvular y en la batería pesada de Meg White (con pianos, órganos o armónicas como acompañantes de ocasión) las dos armas letales con las que construir un paisaje musical fascinante y lleno de energía.

Para su aventura solista, White replicó esa experiencia de una compañera femenina en batería –Carla Azar, que grabó la mayoría de las bases de Blunderbuss (2012) y Lazaretto (2014)-, pero, si bien el blues de garage parecía seguir siendo el norte, el sonido general era más musculoso, con mayor presencia de teclados y un enfoque de banda completa. La ruptura con el pasado estaba dada también desde lo estético. El estricto rojo, negro y blanco que decoraba las portadas y la ropa de los White Stripes fue reemplazado por tonos azulados y oscuros.

Pero White nunca antes se había animado a una aventura tan riesgosa como la que propone Boarding House Reach, una obra experimental que impacta de entrada para luego ir ganando en cada nueva escucha. Están, claro, las referencias a la obra anterior del artista: el blues amargo de “Why Walk a Dog?”, conducido por una batería electrónica en el que White se despacha con un solo de guitarra procesada que suena como una erupción; el festival de guitarras sobre un amor salvaje (“Ella tiene todo mi respeto y yo no puedo proteger mi corazón de su control”, canta) que propone “Respect Commander” con su veta progresiva (un riff doom en plan Black Sabbath, después un poco de aceleración hardrockera y en el medio un blues como amenaza nocturna del que decanta el mejor solo de White, que da signos de virtuosismo con ese típico estilo suyo de notas castigadas y desprolijas); también, el entrañable paso de folk acústico de “Ezmeralda Steals the Show” o, de nuevo, el blues lento “What’s Done is Done”, en el que White canta a dúo con la vocalista Esther Rose (el maridaje de voces masculinas y femeninas como recurso conocido).

Pero, aún en esas citas a los géneros de raíz, White propone un acercamiento actual y sin pretensión vintage. “Connected By Love” habla de un amor esquivo (“Mujer, ¿no ves que estoy sufriendo? / Aliviá mi dolor, hacé que se limpie con la lluvia”) y abre el disco con una carga de sintetizadores como base para que se luzcan los coros gospel y un solo de hammond.

El disco, con el correr de las canciones, se va poniendo cada vez más interesante y da muestras de un volantazo estilístico colosal. “Yo realmente quería encontrar músicos que tocaron en vivo con artistas de hip hop, que fueron la backing band de Kendrick (Lamar), Jay-Z o Kanye (West)”, le explicó en una entrevista Jack White a Lars Ulrich en el programa Beats 1, sobre la grabación de Boarding House Reach y sobre un tipo especial de músicos capaces de replicar en vivo todo lo que suena sampleado en un disco de hip hop. La excelente “Ice Station Zebra”, punto alto de la obra, parece el resultado lógico de toda esa búsqueda, a partir de sus guitarras machacantes, el piano jazzero, una batería exuberante y un leitmotiv que suena como un mosquito sintetizado: sobre esa base, White rapea una melodía que declara su oposición a que todo sea etiquetado y que defiende la idea de tránsito libre de influencias recíprocas (“Vivo en un vacío, no estoy copiando a nadie / Todo aquel que está creando es miembro de una familia, pasando genes e ideas en armonía … Todos estamos copiando a Dios”), y la letra es un gesto tanto inteligente como irónico en el contexto de un disco que, por la amplitud misma de sonidos, obliga a clasificar y a ordenar los muchos estilos presentes. Casi en sintonía sigue “Get In the Mind Shaft”, con los coros sampleados, sus voces robóticas y un piano eléctrico lleno de misterio que suena como si la versión más hip hopera de Gorillaz desnudara influencias funk.

Pero hay más. En “Corporation” White construye una zapada con tintes setentosos y clima psicodélico que respira entre los ritmos latinos onda Santana de las percusiones y los riffs funk que remiten a Stevie Wonder; “Abulia and Akrasia” es extraña y ofrece el repiqueteo de un piano que suelta notas como gotas de rocío, y el llanto de un violín y una trompeta dejan ráfagas de derrota: en ese contexto C.W Stoneking prueba una spoken word alla Tom Waits con tono sureño y una letra sobre renunciar a algo con elegancia; “Hypermisophoniac” mezcla un piano de jazz vanguardista con una guitarra eléctrica y ruidos de sintetizadores que parecen salidos de un arcade de video juegos, sobre los que White repite que “no hay lugar al que correr cuando estás robando un banco” y además habla de sonidos que explotan como dinamita o de cómo sus propios dedos se curvan (una linda metáfora para que quien escucha pueda forzar una interpretación posible sobre su modo de tocar la guitarra).

Parecen demasiadas ideas para un solo disco, pero el mérito total de Boarding House Reach es que todas esas ideas funcionan muy bien y cada canción es independiente de las demás.

“El volcán está soplando”, canta White en “Over and Over and Over”, y la frase sirve para definir el sonido arrasador de su guitarra con citas a Led Zeppelin en una canción que vuelve a poner el foco en su sonido más clásico (de hecho, es un track recuperado de la etapa White Stripes), como balanceando la variedad de recursos que explora el álbum. En “Everthing You’ve Ever Learned”, en el medio de un estallido post punk, White grita preguntas desafiantes: “¿Vos querés cuestionar todo? Bueno, entonces pensá una buena pregunta (…) ¿Vos querés aprender? Entonces, callate y aprendé”. Nunca es fácil probar un cambio artístico tan grande que barra con el pasado. Siempre se valora el gesto, pero eso no siempre se traduce en buenas canciones o discos que realmente valgan la pena. White logró las dos cosas. Y, por si alguien tiene dudas al respecto, él se encarga de sonar más seguro que nunca. //∆z

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