Skay despidió un gran año para él con un show demoledor en el Teatro de Colegiales

Por Matías Roveta

Afuera llovía torrencialmente, adentro también. Lo que caía en las calles del barrio de Colegiales era agua, a modo de bendición, luego de un pesado día de calor agobiante. Y dentro del Teatro, desde el escenario, estallaban descargas eléctricas de guitarra, toneladas de riffs y la precisión de una banda ajustada. El Capitán Beilinson zarpaba a bordo de su nave rockera al mando de su tripulación (Oscar Reyna en guitarra, Claudio Quartero en bajo, “Topo” Espínola en batería y Javier Lecumberry en teclado), con una sola misión: ofrecer, durante casi dos horas, un show de rock soberbio y a la altura de la legendaria entelequia de la guitarra llamada Skay, nombre artístico del guitarrista, pero más vinculable a una verdadera institución de las seis cuerdas acá, en Argentina.

De religiosa vincha roja, remera a rayas y anteojos amarillos, el flaco tocó los primeros acordes de la balada “Lluvia sobre Bagdag” (para estar a tono con el ambiente), dando comienzo a la noche. También sonaron la Zeppeliana “Suelo Chamán” y la rockera “El viaje de Mary”, dos canciones que recuerdan las primeras épocas bravas de Los Redondos. La excusa era despedir el año; un año que tuvo de todo: gira por España en febrero y marzo, shows locales por todo el país y la edición del flamante ¿Dónde Vas?, casi con seguridad el mejor álbum que compuso Skay, por lo compacto, por lo conceptual y por las canciones, claro.

Aunque hablar solo de Skay sería una injusticia. Lo que acompaña al flaco, como vitorea su público, dejó de ser una simple backing band. Al contrario, se trata de una banda verdadera y con nombre propio (Los Seguidores de la Diosa Kali), donde hay roles importantes en cada uno de sus componentes – Reyna se luce con su slide y hasta toca el solo de “JiJiJi”, Quartero participa, junto a Skay, en la composición de algunas canciones, como en “Lejos de casa” o “Territorio Canibal” -. La precisión, la justeza y la enorme química rockera entre ellos, se traduce en un sonido potente y calibrado; una de las mejores experiencias en vivo que se puede tener en el panorama del rock nacional por estos días. Gracias al largo recorrido y al tiempo que llevan tocando juntos, hasta se permiten versionar sus propios temas. Así es como “La Rueda de las Vanidades” suena más downtempo, y “Kermesse” (recordado himno del primer álbum A Través del Mar de los Sargazos (2002)) más acelerada, evidenciando el secreto personal de Skay: tocar las notas justas, las que la canción pide. Dejando de lado el virtuosismo, el artista acude al corazón, intentando dar con el nervio humano a través de acordes y punteos (a propósito, es imposible no asociar una Gibson SG roja con las manos de Skay, reconocible por su sonido inconfundible).

Tras diez años de carrera solista a base de buenos discos, el público comenzó a tomar en dimensión real (y con cierta justicia), la calidad de aquello que compone el guitarrista. Es por eso que el inevitable canto “solo te pido que se vuelvan juntar” cede ante el grito de algunas canciones del repertorio solista de Skay, ya asimiladas como clásicos. Así es como “¿Donde estás?”, “El Golem de Paternal” o “Astrolabio”, canción que resume el estado actual del espíritu de Skay (“las olas del destino, a esta playa me trajeron, la madera está partida, ahora es tiempo de tallar”), son muy festejadas. Claro que cuando tocaron “La Parabellum del buen psicópata”, gema del redondo Bang Bang… estás liquidado! (1989), el delirio y el fervor nostálgico se tornaron incontrolables: con el “haber si se acuerdan de esta” por parte de Skay y con su guitarra sonando más punzante y filosa que nunca, pudo observarse cómo con solo un par de acordes y alguna linda melodía puede darse tan profundamente en el inconsciente de toda la gente, para tranformarla en seres irreconocibles. Como si el alma de Patricio Rey bajara a la tierra y poseyera a esos chicos, para generar un oportuno climax de rock y fiesta.

Canciones de su nuevo disco como el mid tempo “Aves Migratorias”, el canto libertario de “En el Camino” o los climas de música oriental de “La Luna en Fez”, se fueron alternando junto a otras de trabajos anteriores, como “Ángeles caídos”, “Tal vez mañana” o la inicíatica “Gengis Khan”, conduciendo al cierre habitual: citas a la parca como ítem obsesivo con “Oda a la sin nombre”, lo más parecido a un hit que Skay puede tener. Los bises, con cierta lógica y previsibilidad, fueron con “Jijiji” (convocando un verdadero maremóto humano) y con el cierre definivo de la mano de “La pared rojo lacre”, con sus irresistibles mixes de arreglos acústicos en clave country, junto a estallidos eléctricos sobrenaturales.

Fin del show y de la travesía. Todos felices, con Skay fijando las coordenadas de su próxima aventura, que tendrá seguramente un sonido soberbio, grandes canciones y, como dice en “Astrolabio”, “la proa en el norte y la cruz en el sur”.