En Mommy, Xavier Dolan presenta nuevamente una historia sobre los lazos familiares y los límites del amor incondicional, en un film que le valió el premio del jurado en el último festival de Cannes.

Por Ale Turdó

Mi mamá me mima… mi mamá me ama… Xavier Dolan es un director y escritor cuyas temáticas recurrentes siempre suelen incluir las relaciones conflictivas, la familias disfuncionales y la consecuente colisión entre las personas que forman parte del círculo en cuestión. Mommy –su último film- de ninguna forma pasa a ser la excepción a la regla.

El director canadiense nos cuenta la historia de Diane (Anne Dorval), una madre viuda que se las rebusca para sobrevivir y al mismo tiempo proveer contención para su hijo adolescente Steve (Antoine-Olivier Pilon), un joven con problemas psiquiátricos y proclive a la violencia. Cuando Diane y Steve se mudan a su nueva casa entablan una buena relación con Kyla (Suzanne Clément), su vecina de enfrente, quien también atraviesa situaciones personales conflictivas. Entre los tres se dará una relación en la cual siempre el objetivo está puesto en el bienestar de Steve y el intento constante de alejarlo de problemas.

La insalubre condición edípica de Steve con su madre Diane convierten a cada escena del film en una potencial bomba de tiempo: en un milisegundo podemos pasar de la alegría al llanto y viceversa. Es conmovedora la interpretación de Dorval, la de una madre que siendo consciente de sus limitaciones maternales no está dispuesta a renunciar a su hijo; y lo mismo podemos decir de la performance de Pilon como un adolescente problemático que no conoce otra forma de expresión que no sea la violencia y la confrontación constante.

Todos los que vean la película notarán la rareza del formato de imagen. No, no es un error de la copia… el propio Dolan quiso que su obra este filmada en una proporcion 1:1, o sea prácticamente un cuadrado con bandas negras a los costados. Según el director esta decisión estética se basa en el hecho de que este formato le permitía retratar de formar más “intimista” el drama, como si los personajes estuvieran atrapados en el formato de imagen, comprimidos y apretados por los conflictos que los acechan.

Sólo dos momentos del film nos brindan un formato de imagen más estándar, más cerca de lo que acostumbramos ver en pantalla. Y estos momentos precisos sirven para representar de alguna manera lo que el director interpreta como lo efímero de los momentos felices que llegamos a experimentar en nuestra vida, y como el resto del tiempo vivimos acorralados por nuestros problemas, atrapados en un espacio cerrado que nos somete constantemente.

La banda sonora de la película es un collage de composiciones contemporáneas que enmarcan con justeza ciertos momentos clave. Desde Lana del Rey hasta Oasis, pasando por Dido y Beck. El personaje de Steve será a quien más acompañen las secuencias musicales, punto a favor de Dolan como forma precisa de expresar el sentir de un adolescente sin que salga una sola palabra de su boca.

Volviendo a la relación edipica latente entre Diane y Steve, es la que lleva el pulso del film. Todo puede vivir o morir según el devenir de esa relación. El edipo se mezcla con el sentimiento de culpa de una madre que no encuentra la forma de ayudar a su hijo. Esta película le valió a su director el premio del jurado en el Festival Internacional de Cannes el año pasado. El film fue seleccionado por Canadá para competir como Mejor Film Extranjero en los últimos premios Oscar, pero no quedó dentro de la terna final.

No podemos decir que es un film fácil de ver, mucho menos de digerir. Sus casi 120 minutos de duración por momentos se vuelven agotadores, no por falta de acción sino por la reiteración de dichas acciones y su nivel de intensidad. Daría la sensación de que lo mismo podría contarse en menos tiempo. Pero tal vez lo trágicamente atractivo de una historia como esta es precisamente atravesar junto a los personajes su calvario, sentirlo como propio.//z

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