En Mechanical Bull, Kings of Leon demuestra con creces su potencial para sacudir mentes y conmover corazones, pero hace demasiado de ambas cosas sin alternar y termina jugándose en contra. Impresiones de una tauromaquia agridulce.

Por Santiago Farrell

Durante los primeros diez minutos del nuevo álbum de Kings of Leon, la banda parece tocar sentada encima del animal del título. Lo anuncia el rasgueo frenético de “Supersoaker”, que pica en punta con martillazos precisos de la sección de ritmo y guitarras que doblan la voz de Caleb Followill, quien parece estar transmitiendo electricidad mientras canta. “No conozco mi hogar, no conozco mi lugar”, ruge nervioso Followill, pura madera lírica y sonora de hit. “Rock City” mantiene la intensidad sobre un tempo algo más lento despuntando un par de yeites sabrosos. “Don’t Matter” cierra la estampida con una pared de distorsión sobre la que campea un solo furioso de Cameron Followill, suficiente para hacer temblar los vidrios. Vaya manera de presentarse.

Sin embargo, es después de esta trilogía que llega el momento clave del disco: “Beautiful War” son cinco minutos de balada sureña con una importante cuota de la épica de U2, guitarras plagadas de delay y todo. El volumen aumenta y disminuye pero esa efervescencia de aceite hirviendo del principio desaparece, claramente bajaron dos cambios. Se trata del punto de inflexión en Mechanical Bull: a partir de ahí, la banda parece preferir navegar entre violas etéreas y acordes enormes, flotando en ese terreno tan pantanoso y complicado que es la power ballad. Considerando cómo empujaron los vúmetros en el arranque, es una decisión desconcertante.

El oyente siempre es tirano, y muchos fans de la banda volverán a acusar a Kings of Leon de haber olvidado sus ásperas raíces sureñas —aquellas que los pusieron en el mapa— y dedicarse a acariciar himnos pop con una obsesión poco saludable por U2, como exhibieron en Only by the Night y Come Around Sundown. Los Followill tienen todo el derecho a trazar su propio camino, si bien es cierto que la banda irlandesa de Bono gravita muy fuertemente en Mechanical Bull, tal vez demasiado. De todas formas, el principal problema con el disco no es ese sino la distribución de las fuerzas: arranca con todo, casi como respondiéndole a ese primer público, luego se detiene casi por completo, da un par de manotazos pero finalmente ingresa en una monotonía muy marcada, poco convincente. “Mordete la lengua”, ordena Caleb en “Beautiful War”, y parece que se lo estuviera diciendo a su propia banda.

Hay honrosas excepciones: “Family Tree” es un blues con coros de bar y un litro de lubricante encima y “Coming Back Again” retoma los ecos de desesperación noctámbula del principio. Pero Kings of Leon parece cantar basta para mí ya desde “Wait For Me” y el disco se va aplanando. No hay nada de malo en bajar los decibeles —y los Followill demuestran una notable aptitud para construir estribillos gigantescos—, pero el disco atenta contra la diversidad de la banda, pegando todo el rock al principio y todas las baladas semiépicas después. Eso transforma los temas de la segunda mitad en puntos débiles: por sí sola, “Tonight” sería un hit prolijo y emotivo, pero como sigue a una pila de pistas con muy similares introducciones, armonías, notas agudas, estribillos enormes y guitarras reverberando desde catedrales, cansa. Y la banda pierde el hambre y la urgencia, suena hasta forzada; pasan, sin más, de toro a mecánico, algo especialmente doloroso por su clarísimo potencial para manejar ambos extremos.

Nadie debe dudar del futuro éxito comercial de Mechanical Bull, que tiene con qué vender, ni de la calidad a la que puede llegar Kings of Leon con sus temas. Pero a la hora de armar la lista de temas, para la próxima tal vez podrían pensar en agitar la capa roja un ratito más antes de tomar al toro por las astas.//z

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