Santiago Motorizado, Go-Neko! y 107 Faunos se juntaron para la primera fecha de la nueva edición del Music Is My Girlfriend, abriendo el ciclo con sus canciones para pandillas en ebullición.

Por Claudio Kobelt

Fotos de Gisela Arevalos

Santiago Motorizado, Go-Neko! y 107 Faunos, volvieron finalmente de su gira por Europa, y qué mejor manera de celebrar el regreso que volver a juntarse y tocar en la primera fecha del ya emblemático ciclo Music Is My Girlfriend, con un Salón Pueyrredón a capacidad colmada, con las cervezas agotadas y los corazones extasiados. Una fiesta de canciones y amistad que no tardaría en estallar.

“Ey amigo, buscas la verdad de forma salvaje” canta Santiago Motorizado en el primer tema de su show, y bien podría ser lo que cualquier asistente entre el público podría decirle a él. Sus canciones de soledad, amistad y amor desnudo transmiten una dulzura pura y libre, pequeños poemas sin caretas ni vestidos fastuosos. El amor como debe ser dicho, y hecho. Luego de un arranque solo con su guitarra, al cantante Motorizado se le suman los hermanos Quintans (Tom y Pipe, en batería y teclados respectivamente)   para darle mayor potencia y energía a sus ya clásicas baladas de culto. Lamentablemente el sonido no es el óptimo, y mucho del trabajo  de Pipe y su labor en el teclado se pierde en el camino. Suenan muchas de las tonadas románticas ya conocidas de Santiago, celebradas con gritos y aplausos por un público fiel.   “Chica con rencor” (esa que dice algo como “lanza hacia afuera todo tu dolor/yo te protegeré”) y las pieles sensibles se erizan. Santiago desgarra su garganta y parece vivir cada verso, recrearlo en la nota justa, en la expresión de su rostro al cantar.  “Pienso en vos”, ese himno a los que extrañan, y lxs extrañadxs,  “Amor en el cine”, “Google Earth”, “Ahora imagino cosas”… notas de sensibilidad brillante y rabiosa por donde se las mire. La batería de Tom Quintans parece ser la mano que empuja el cuchillo de la canción del Chango, y darle en ese empujón un mayor impacto. Así pasa, por ejemplo, con “El Gomoso”, que en una interpretación más movida que la conocida, no sólo no pierde significado, sino que gana en relecturas. El cierre, de nuevo solo con su guitarra, en una versión cruda de “Johnny B”, conocido hit de El Mató, dando el broche de oro a un set que dejó que desear en sonido, pero todo para agradecer en emoción.

El telón se cierra, pero sólo por unos instantes, para volverse a abrir y dar paso a las bestias krautrockeras de Go-Neko! Un ensamble único, formado por cinco seres que suenan como 228, y con la seria intención de romper el mundo. Chemical Brothers + Spacemen 3 + …  La imagen justa para definirlos sería la de una tormenta. Un rayo cayendo en tu cuerpo, entrando por tus oídos y electrificando los nervios. Otra vez Pipe Quintans en los sintes, esa especie de científico loco que mezcla perillas y teclas hasta lograr los ruidos más galácticos y  precisos que se puedan escuchar en el momento justo. Aumenta, expande y detona el sonido Neko creado en las ardientes cuerdas de Manu y Peta en Guitarra, y Mariano en Bajo, músicos increíbles en un eterno estado incendiario. Y poco nuevo se puede decir de su baterista Tom Quintans, uno de los mejores que posee la escena y el rock nacional todo. Y  quien lo niegue y se anime a esta discusión, es porque nunca vio a Go-Neko! hacer detonar el aire con una canción. Un martillo de bombo, fuerte y seco, marca un nuevo inicio y el sonido vuelve a elevarse, a tomar altura y descender sobre nosotros en picada kamikaze. Se suben y bajan del rayo que ellos mismos crearon, dominando el clima y la atmosfera reinante en el Salón. Entre los espectadores muchos bailan, unos pocos hacen pogo, y muchos miran asombrados: el sonido galopa y los Neko, que lo dominan, cinco  jinetes del Apocalipsis, usan su poder para el bien. Nuestro bien.

Otra vez el telón que se cierra,  y los pibes y pibas que agitados hablan con sus amigos de lo que acaba de pasar, comparten algún refrescante etílico elemento,  y se van acomodando para lo que está por venir. La fiesta salvaje y catártica al mando de 107 Faunos. Desde el minuto cero de su show, el pogo generalizado estalla y las cientos de voces se potencian y forman un vendaval de celebración frente a esos mantras para pandillas. Un caos bello y feroz  explota en la audiencia incentivada por esas canciones energéticas, salvajes y sensibles que los 107 hacen latir desde el escenario. Olas de calor o dopplers positivos emanan de los parlantes tras la ejecución de los versos eternos y vibrantes, conocidos al dedillo por un público que  entona hasta los coros y las partes instrumentales. Incluso se dan el lujo de presentar dos canciones nuevas que son celebradas y bailadas por la audiencia como si fueran viejos conocidos (¿en cuántos recitales pasa eso?). El pogo no cesa y las gargantas se hinchan de estribillos. El baile es un abrazo sincero y violento con un montón de amigos que no conocés, pero que están en la misma frecuencia que vos, que el resto.  El show termina, y entre aplausos y gritos, los músicos se retiran, y los espectadores comienzan a cantar, a grito pelado y brazo en alto, “Calamar Gigante Nro. 8”, viejo clásico del primer disco de los 107. Los  Faunos devuelven esa energía volviendo al escenario y tocando la canción en cuestión. Al finalizar, se despiden nuevamente y el Gato Sisti Ripoll, líder de la banda, dice algunas palabras pero que no llegamos a entender ya que otra vez el público, en vez de pedir “otra!” canta otra canción: “Incertidumbre/bajo la  bóveda arbórea…” gritan los asistentes mientras hacen palmas, se abrazan y ruegan por más. Pero esta vez la música del dj comienza a sonar y el telón se cierra para no volverse a abrir. Una obra gigante acaba de pasar, la de los amigos del mal.

Al salir a la calle, el aliento blanco se escapa entre los dientes de los que salen del Salón. Ahora todo queda más claro: somos maquinas en combustión, y esa noche fue combustible para la sensación. Una pandilla de lobos del bosque nos atacó, y ahí estuvimos, curando nuestro dolor.