Varios músicos consagrados editaron nuevos trabajos en el último año. Comentamos algunos de ellos.

Por Matías Roveta y Pablo Díaz Marenghi

 

Carry Fire – Robert Plant (2017)

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En El martillo de los dioses, la biografía maldita de Led Zeppelin, el autor Stephen Davies cuenta cómo Robert Plant y Jimmy Page solían aprovechar en los ’70 algunos huecos que encontraban durante las giras para viajar a lugares exóticos – la India, Marruecos- y grabar con músicos locales. Buscaban, así, dice Davis, “la anhelada comunión entre las ramas occidental y oriental de la música con la que tanto habían soñado y de la que tanto habían hablado durante años”. La canción capital de Zepp, “Kashmir”, puede escucharse como el resultado final de todo ese objetivo. Esa carga de misterio, rock que cruza a distintas etnias y se refugia en el choque entre lo oriental y lo occidental, atraviesa buena parte de la carrera solista de Plant y respira en varios tramos de Carry Fire, su excelente último disco: el track que da nombre al álbum, el punto más alto de la obra, está montado sobre una guitarra española con aires orientales que suelta remolinos acústicos para domar serpientes, mientras suenan de fondo unos coros femeninos llenos de magnetismo. La herencia de Led Zeppelin tiene su peso, pero Plant está a años luz de buscar efectos nostálgicos grandilocuentes. En su lugar, en Carry Fire eligió algunos de los momentos de ese catálogo que mejor se funden con la calidez envolvente de su voz actual (el pulso folk de Led Zeppelin III en “May Queen” y “Season’s Song”) y eliminó de raíz cualquier coqueteo con el hard rock explosivo para transitar, en cambio, el camino de la canción de rock mid tempo con guitarras eléctricas resplandecientes (la hermosa “New World…”). La trayectoria en solitario de Plant concentra una búsqueda absolutamente personal que mira hacia adelante, cambia de estilos y ofrece cada tanto discos brillantes (la seguidilla imbatible de Raising Sand, Band of Joy y Lullaby and… The Ceaseless Roar). Mientras Page se esgrimió como el guardián absoluto del legado de Zepp (dirigiendo remasterizaciones, por ejemplo), Plant decidió enfocarse en lo suyo y dejar en claro, con la calidad de cada nuevo disco que edita, una sentencia total: no hay ninguna necesidad para una vuelta de Led Zeppelin. Matías Roveta

Salvavidas de hielo – Jorge Drexler (2017)

1“Es cierto que no hay arte sin emoción, y que no hay precisión sin artesanía/ Como tampoco hay guitarras sin tecnología”, cantaba Jorge Drexler en “Guitarra y vos”, de 2004, y parecía estar adelantando el concepto de Salvavidas de hielo, su disco número quince. Aquí el músico uruguayo plantea una “aventura hacia el interior de la guitarra”, como lo explica en los agradecimientos. Este instrumento cobra preponderancia en la composición, tanto en lo melódico como en lo rítmico: la guitarra también es golpeada y percutida, dotando a cada una de estas once canciones de una sonoridad inusual. Desde la lírica Drexler se plantea como un juglar posmoderno. Reflexiona sobre los dilemas en torno a la incomunicación producto del frenesí tecnológico actual. En “Telefonía” dice “te dejo este mensaje simplemente para repetirte algo que ya sé que vos sabias” y en “Silencio” lanza una proclama contra la sobredosis de ruido contemporánea. Su carácter nómade (nació en Uruguay y vive en España pero también México lo marcó a fuego) está presente, sobre todo en “Movimiento”, en donde afirma: “”Nunca estamos quietos, somos trashumantes / somos padres, hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes”. Tres notables voces femeninas (Mon Laferte, Julieta Venegas y Natalia Lafourcade) ornamentan sus melodías, cobijadas también por guitarras procesadas y sutiles efectos electrónicos a cargo de Carles Campi Campón,  productor del disco. También homenajea a su mentor, Joaquín Sabina, en la bella “Pongamos que hablo de Martínez”. Drexler destila madurez en la composición mediante reflexiones hondas y, a la vez, minimalistas: “Estamos vivos porque estamos en movimiento” o “¿Y a dónde van las canciones que soltamos en el viento?/ ¿Llevando a qué corazones quién sabe qué sentimientos?”. Del mismo modo, esta desnudez tiene su representación visual en las ilustraciones que componen el arte de tapa, a cargo de la birome de Nuria Riaza. Se oyen ukeleles, sonidos de pájaros, palmas, algo de murga uruguaya en ciertos climas, ranchera, candombe beat y ritmos selváticos. En “Despedir a los glaciares” propone una autocrítica en torno a una madre naturaleza arrasada, como Mother! de Darren Aronofsky. Le canta a la belleza de lo efímero, al amor etéreo y digitalizado de la actualidad. Este disco augura una toma de conciencia en torno al supuesto progreso tecnológico e intenta, a pesar de todo, vislumbrar una esperanza. Todo esto bajo el abrigo de una mixtura de géneros y una trova impecable al ritmo de la época. Pablo Díaz Marenghi

The Book of Souls: Live Chapter – Iron Maiden (2017)

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Es muy difícil que Iron Maiden alguna vez pueda superar su mejor disco en vivo, la avasallante andanada de himnos metaleros que registra Live After Death (1985), editado en el pináculo artístico de la Doncella de Hierro tras la trilogía clásica que incluye a The Number of the Beast (1982), Piece of Mind (1983) y Powerslave (1984). La banda inglesa tiene –ahora con Live Chapter– ya doce discos en vivo y cada nuevo lanzamiento sugiere la pregunta del por qué. Una respuesta fácil invita a pensar que Iron Maiden busca mantener presencia constante en el mercado discográfico porque, después de todo, siempre fueron expertos en marketing (avión privado, línea de cerveza propia, una cara visible y súper rentable en manos de la mascota Eddie). Pero quedarse con eso solo sería un reduccionismo, porque lo que importa es la obra. Y Live Chapter es un disco importante en la carrera de Maiden, uno que bien vale la pena tener, escuchar y disfrutar a pesar de su extensión descomunal (más de cien minutos de duración). ¿Por qué? Porque registra la gira de presentación de The Book of Souls (2015), un álbum grandilocuente (el primero doble de la banda) que contiene las mejores canciones que Iron Maiden grabó en un estudio desde el retorno del cantante Bruce Dickinson y el guitarrista Adrian Smith en 1999. Es necesario volver a dejarse llevar por el poder sutil de las violas gemelas de Smith y Dave Murray, por el ritmo galope del bajo de Steve Harris y la batería de Nicko McBrain, por los inspirados solos de guitarras intercaladas (tres en total, con la suma de Janick Gers desde 1990) y por los agudos asesinos de Dickinson que parecen no acusar el paso del tiempo en clásicos como “The Trooper”, “Children of the Damned” o “Powerslave”. Pero, también, prestar atención a las canciones nuevas (impresionante la versión de “The Red and the Black”), que recuperan el mejor costado progresivo de Iron Maiden y suman melodías y estribillos de estadio, cuerdas, pianos y guitarras acústicas. Un dato del tracklist para reforzar la reconocible comunión entre grupo y público local: la canción que da nombre a la banda se registró en vivo en Argentina. Matías Roveta   

Laune Der Natur – Die Toten Hosen (2017)

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La banda punk de culto oriunda de Düsseldorf se tomó cinco años para lanzar su nuevo disco, y la espera valió la pena: dos al precio de uno. Laune Der Natur, su nuevo trabajo y el sucesor de Ballast der Republik (2012), es una dotación de quince nuevas composiciones que reúne todo el imaginario Hosen. Odas a la amistad, reflexiones existencialistas y crítica social. Como si esto fuera poco, también lanzaron Learning English Lesson 2, que continúa lo hecho en Lesson 1 (1991) donde los Hosen se dan el lujo de homenajear a sus canciones punks favoritas cantando con los integrantes de estas bandas. El libro interno del disco es imperdible. Viene acompañado de pequeñas reseñas hechas por la banda sobre cada tema, cómo conocieron a esos artistas y por qué los conmovieron. Allí hay anécdotas explosivas de recitales, giras tóxicas, discos que los apasionaron, descubrimientos melómanos, programas de radio, excesos, violencia, hooligans, viajes a California, discusiones por fútbol con los Slaughter and the Dogs, y admiración. Algunos de los colaboradores estrella son Jello Biafra, de los Dead Kennedys, integrantes de The Undertones, The Adicts, The Buzzcocks, Stiff Little Fingers, The Stranglers, Generation x, Dead boys, y más. 21 covers punk sin desperdicio.

Sus nuevas canciones, por un lado, comprueban su vigencia y refutan el dicho popular propio de un sentido común anestesiado que pregona que “el punk es aburrido, monótono y cuadrado”. Los Hosen combinan la esencia del punk más crudo y ramonero en temas como “Urknall”, donde hasta le tiran un palito a Rammstein, o en “Lass Los”, con violas que remiten a Van Halen. También hay espacio para un sonido más pop, californiano, en “Wannsee”, con una tímbrica casi de hip hop, o en “Alles mit nach Hause”, donde Campino, con su inconfundible voz desgarrada, le canta a “El coraje, el miedo, la soledad/  La felicidad y la tristeza/  El mar, que casi me rompe en pedazos”. La crítica social aparece en “Unter Den Wolken”, que Campino aclaró en entrevistas que se inspiró en el presente europeo. Allí describe: “El mundo está ahora dado vuelta/ El viento ha cambiado /  Una sombra gris yace sobre nuestro camino”. También en “Rock & Politik”, donde parecen estar disparando dardos a las bandas punkis que se creen comprometidas (¿Green Day?) tan solo en el plano de lo retórico: “¿Querés cambiar el mundo con tu vergonzosa música? Sólo pierden el tiempo / Nadie quiere verlos de nuevo / Nunca más”. Vale recordar que lo afirma una banda a la cual no le tembló el pulso para dar conciertos tanto en grandes estadios como en la calle, tal como lo hicieron en la Argentina en la Bond Street en  2009. “Geisterhaus” entabla un diálogo con Nick Cave, desde el canto de Campino, que se vuelve ominoso. Hay guiños a los Clash, casi reggae, en “”Laune der Natur”, una notable coda de guitarra en “Energie”, tempo de balada sórdida con tintes luminosos en “Alles Passiert” y hasta una historia que bien podría ser una road movie lyncheana en “Die Schöne Und Das Biest”. “Wie Viele Jahre (Hasta la Muerte)” e “ICE Nach Düsseldorf” remiten a dilemas de la mediana edad. La primera se pregunta “¿Cuántos años puede continuar esto? / ¿Cuántos años, cuánto tiempo nos queda?”, bajo el prisma de un punk más melódico. Mientras que la segunda se interroga sobre la muerte con cierta ironía: “La muerte está mirando por mi ventana y se ríe de mí / Espero que pueda esperar un poco más”.

Un hálito sombrío y a la vez melancólico recorre a este nuevo álbum, ya que cuenta con homenajes a amigos que ya no están (los fallecidos Wölli, antiguo baterista, y Jochen, histórico manager). “Eine Hand voll Erde”, dedicada al manager, dice, en un tono sórdido: “Sé que todavía estás aquí / Incluso cuando ya no veo nada de ti” en. El tributo a Wölli se da en su propia voz, recuperada de viejas cintas, en “Kein Grund zur Traurigkeit”, una canción folk con un piano tenue que remite al Johnny Cash de American Recordings. Allí se desliza un mensaje esperanzador, desde el más allá, para la banda y para los fanáticos: “Tengo sangre de ti en mi corazón/ Eso es todo lo que me queda /Anhelo por ti en mi corazón / No hay razón para estar triste /En realidad, no hay razón para la tristeza”. Pablo Díaz Marenghi

American Utopia (2018) – David Byrne

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American Utopia cuenta con dos ventajas inclusive antes de que el disco empiece y suene el primer acorde: por un lado, fue la excusa de presentar este álbum lo que posibilitó una nueva vuelta de David Byrne al país y la chance de un show excelente en el Gran Rex; en otro sentido, la obra sugiere el vínculo perfecto para reencontrarse con un artista que estuvo catorce años sin editar material como solista. Y es un gesto lógico que el disco abra con “I Dance Like This”, una canción que mezcla una balada de piano alla Nick Cave con un estribillo de electro rock cercano a Depeche Mode. Allí Byrne canta que bailar se siente bien, y es una idea que tiene mucho sentido en boca de un tipo que le puso groove al punk neoyorquino al filtrar las influencias del funk o Fela Kuti en la construcción de polirritmos musicales complejos que coronan Remain in Light (1980), la obra clave de los Talking Heads. En ese sentido, hay varios guiños al pasado y al viejo arte de Byrne de combinar géneros musicales diversos: la guitarra funkie, siempre presente, que se funde con una base electrónica y unos coros femeninos como ecos de etnias lejanas en “Gasoline and Dirty Sheets”, o con ritmos caribeños en “Every Day is a Miracle”. Además, los fans de Talking Heads seguramente celebrarán la presencia como co-compositor de Brian Eno en varios tracks del álbum y, al mismo tiempo, reconocerán el sonido de la antigua banda de Byrne en “It’s Not Dark Up Here”. Pero American Utopia suma también un par de matices que lo ubican como una obra sólida en la trayectoria en solitario de Byrne. El paisaje musical arty con varios teclados y guitarras procesadas en “This is That” (con participación de Daniel Lopatin en los créditos) y el maridaje de sinfonismos misteriosos con música electrónica en “Doing the Right Thing” son los mejores ejemplos. “¿Esto es personal o es político?”, se pregunta Byrne en las liner notes. “Las canciones son sinceras y el título (del disco) no es irónico”, explica. En un mundo en el que las cosas funcionan mal (jueces con resaca y presidentes que le indican a los medios qué informar, según canta en “Dog’s Mind”) y en el que no hay “ningún sentimiento de seguridad”, Byrne suelta un mensaje de esperanza a través de sus canciones: “No estoy solo y somos todos iguales / El mundo no va a terminar”, canta en la mencionada “Doing the Right Thing”. Y todo cierra en el párrafo final de ese texto interno que presenta a la obra: “La música ayuda. La música es un tipo de modelo que a menudo nos dice o nos señala cómo podemos ser”. Matías Roveta. //∆z