¿Qué pasará con el transporte público después de la pandemia? ¿En qué piensa un escritor cuando toma un colectivo para ir a trabajar de profesor? En esta nueva columna se esbozan unas posibles respuestas. 

Por Carlos Martín Eguía
Collage de Jésica Giacobbe

La historia no se detiene nunca, la pandemia pasará, vendrá la pospandemia. Proyecto para ese momento una representación deseable: la reorganización efectiva del transporte público: frecuencia, higiene, pasajeros sentados.

Parece tener sentido pero lo más probable es que no lo tenga y las cosas retomen la dinámica de la menor inversión y la mayor ganancia como el vértigo más preciado del reinicio.

Viajar sentado significa para mí divagar, pero también leer lo que quiero y escribir lo que quiero, fuera del horario laboral, cuando el tiempo no tiene dueño, viajar sentado me llevó a experimentar una agradable falta de orientación, un movimiento en el que olvido los puntos cardinales, sentado en un bondi escribí algún poema que me gusta e inventé personajes que todavía recuerdo.

Hace años trabajo como docente en escuelas secundarias alejadas del casco urbano platense, tomo dos colectivos para llegar y dos para volver. Sin quererlo, distraído, comencé a urdir tramas de relatos y a leer otras ya impresas en movimiento, sin concentrarme en conducir, y con el tiempo comencé a ser parte de una minoría de profes inquietantes, la que llega y se va de las escuelas en bondi. Parece incuestionable comprar un auto para llegar más rápido, no se puede entender esa falta de iniciativa. Al alterar lo esperado, sin proponérmelo, en el progreso que parece natural pero no lo es para nada, se piensa que no sé manejar, los menos insisten con el auto sin indagar, quizá para que no los termine de decepcionar.

La docencia se sigue considerando en parte vocacional para justificar el sueldo bajo, los sueldos, dependiendo de la antigüedad, equivalen a un subsidio de desempleo en Europa. Hay que tener un objetivo muy claro y el mío no es el auto. Gasto lo que genero en libros y en lo esencial para vivir. Si mis canas crecieron yendo a laburar arriba de un bondi, creo que estuvo bien, nadie me obligó.

Aprendí a manejar a los 11 años y a los 18 corrí una carrera de autos en la categoría Renault Gordini. El Fiat que conducía no caminaba para la punta. Dentro de las posibilidades lo llevaba, lo hacía rendir al máximo, hasta que forzar el límite hizo que se partiera el manchón de la rueda izquierda trasera y el 600 enloqueció dando brincos temibles. De la polvareda que levantó el despiste salió la rueda por un lado y el Fito de Dante Giacosa por otro.

Sé manejar. Pero la evidencia llevó a que lo pibes me asocien a los colectivos y también crean que no sé. La fuerza de la cotidianeidad ha hecho que me vieran parecido a la parte delantera del Oeste que lleva los tres grandes números arriba del parabrisas, me apodaron 215.

Creer que se elije lo que se elige puede ser una certeza absurda, interrogar las persistencias, es interesante. Mientras escribo este texto intento hacerlo. Y si giro mi vida y compro un auto.

Veintidós años de bondi quedarían atrás.

Qué ves cuando me ves, qué veo cuando te veo.

Recuerdo que una compañera vio en mi a uno de los últimos socialistas auténticos.

Otra, más acorde con lo que enseño, Ciencias Naturales, alguien con alta conciencia de la contaminación ambiental y el cambio climático.

Una vez un interno del hospicio donde está una de las paradas se acercó para pedirme un cigarro y decirme que me consideraba uno de los suyos, somos, dijo, los que un día bajamos de esas máquinas que siempre están encendidas, van y vienen de un lado a otro del universo, a esos platos incandescentes deberíamos volver cuando la tierra ya no lo soporte, se está hundiendo ante nuestros ojos y no hacemos nada.

La historia no se detiene nunca o en todo caso retorna con variación.

En marzo de este año hubo una semana de clase, uno de esos días, en un recreo, entró una piba a la preceptoría que también funciona como sala de profesores y al verme preguntó ¿así que usted es escritor? Ante mi cara que tardó en reaccionar dijo que una amiga le había mostrado un libro mío en Internet.

Que salida de lo habitual, lo inesperado.

El profesor de biología: escritor.

Del movimiento vertical oscilatorio de la galaxia, de la teoría del disco de materia oscura y el empuje gravitacional que envió un día lejano un meteorito a chocar con nuestro planeta, en la península de Yucatán, matando a los dinosaurios hace 65 millones de años.

Usted escribe poesía.

La chica sonrió y mirándome dijo: voy a comprar el libro, lo felicito profe.

Muchas gracias, dije.

Escribir, publicar, un trabajo que lleva la marca del esfuerzo de muchos que aman la actividad artística y la producción de libros, inesperadamente valorado por una piba una tarde cualquiera de un día cualquiera al inicio de un año que golpeó duro y será recordado por el mundo entero.

Emocionante por donde se lo mire.

Casi nunca, pero puede pasar. La historia no se detiene y como no sigue un curso predecible podría colocarme del otro lado. Comprando el auto dejaría de leer y escribir en movimiento, perdiendo la noción de los puntos cardinales que el bondi, el lápiz y la libreta, me regalaban hasta ayer, siempre y cuando encontrara asiento, pero llegaría antes a casa.

Si le cuento a los amigos que cambié y al fin me decidí adquirir un móvil no se asombrarían en lo más mínimo, ya le dieron crédito a otras novedades que les conté muy convencido y nunca llegaron a ser ciertas.//∆z

Carlos Martín Eguía nació en 1964 en Castelli, provincia de Buenos Aires. En 2014, las editoriales Zindo & Gafuri y Determinado rumor editaron Ciento cincuenta gramos, dos travesías de distinta extensión por lo mejor de su obra poética. En el mismo año reapareció en Garrincha Club la nouvelle Errantia, en pareado narrativo con el relato Impresiones de un año ingrávido. Las novelas La Plancha de altibajos y Principio activo fueron publicadas en 2006 y 2007. En 2004, Eloísa Cartonera publicó el relato El Retama. El cuento “Primavera a remolque” integró la antología Los días que vivimos en peligro. En 1997 ganó el primer concurso hispanoamericano de poesía en Internet, organizado por los sitios www.poesía.com, Ámsterdam sur, y Mundo Latino. añosluz editora publicó La cueva de Anvers (2015) y El punto olivina y los cordones de zapatos (2020).