El viernes pasado viajamos en el tiempo con Escuela de Trance, Mi Amigo Invencible y Tobogán Andaluz.

Por Claudio Kobelt

Fotos de Matt Knoblauch

¿Cuántas bandas tocaban esa noche en la ciudad? ¿Cuántos recitales estaban ocurriendo al mismo momento en diferentes espacios? ¿Cuántos chicos espectadores sentirían como suya aquella voz en un micrófono? Momento mágico el que estamos viviendo. Tantas bandas emergentes con mucho por decir y tanto público ansioso de oírlo.  ¿Un puñado de canciones podrán salvar al mundo?

Por mi parte, tuve la suerte de estar otra vez en el Matienzo, viviendo otro Festival de Las Luces, ese encuentro que se convirtió en una cita casi obligada con una escena cada día más vibrante. Esa edición no solo no fue la excepción, si no la confirmación. Del festival, de la escena, del momento.

La noche comenzó con Escuela de Trance. Dueños de una potencia suave y una cadencia hipnótica, los Escuela comenzaron con un arsenal de canciones dulces con potencia shoegaze y alma krautpop. Es el cantante quien más atrapó mi atención: poseedor de un registro único y de una forma precisa de utilizarlo, es esta voz el cohete de la nave Trance, la que  propulsa el sonido al espacio exterior. Y cuando entraba en acción una segunda voz, el hiperimpulso era inmediato, rompiendo estrellas en el camino. Aproximadamente desde la mitad del show, el grupo tomó otro aire, elevando la energía y la velocidad de las melodías hacia un punk lo-fi y  una canción salvaje que los presentes supieron celebrar. “Los marcianos te lavaron la cabeza” dicen, y el baile inmediato. Escuela de Trance es una banda espacial que potencia su música con una fuerza y un sonido galáctico. Si alguien hubiera hecho mosh, no tengo dudas que hubieran flotado un largo rato.

Una vez terminado el primer show, se aprovecha el intervalo entre bandas para ir a tomar algo: agua, cerveza, aire. El calor empieza a pegar fuerte, y es solo un anticipo.

Arranca Mi Amigo invencible, y explotamos de energía. Cabalgando un sonido intenso del que nunca perdieron el control, Mi Amigo brindó un show explosivo de principio a fin. El sonido pega hasta conmover,  en ese baile hipnótico y poderoso, la voz funciona como un mantra que guía e impulsa las almas presentes a un festejo emotivo y ardiente. El calor es fuerte. Una ola invisible derrite los cuerpos dejándolos sudor, pero ni el grupo ni el público se detiene por eso. La canción parece ser el refresco y la alegría una brisa eterna, la calma interna de aquellos que bailan sin paz.

Alguien a quien nunca había visto me abraza sonriente y me dice “¡Esto es la aplanadora!” y es verdad. Te pasan por encima y es imposible salir ileso con esos ritmos como armas.  Es power pop, canción,  kraut, ritmos latinos, folklore, pizcas de funk,  mucho de emoción y homenaje al sentimiento. Cada tema destella una sensibilidad poderosa y deslumbrante, si hasta ese fragmento de “Aun yo te recuerdo” de Flema se resignifica y engrandece en su versión. Disparan al corazón y siempre aciertan. Los pibes y pibas del publico corean emocionados, con los brazos en alto  y cantando a viva voz. Eso era la música siendo vida. La elevada temperatura agobiaba, y algunos buscaban el punto justo donde la leve ráfaga del aire acondicionado atacaba, pero a esa altura de la velada poco hacia el chorro de viento helado por los poros exhaustos. “Che Loco es viernes, bailemos” dicen desde el escenario, y la multitud en danza calienta el ambiente tanto más, estallando en celebración. El show termina y todos salen huyendo a la terraza o a la vereda en busca de aire nuevo, con el cuerpo cansado y el corazón contento. Mi amigo invencible, un show para el baile eterno y la emoción.

El Matienzo ardía y Tobogán Andaluz fue la nafta en el fuego de la noche. Arrolladores, incendiarios, como en un punk sensible de esta generación, una nueva lectura del sonido y el mismo espíritu. Un pogo furioso y animal quemaba fuerte,  era imposible de evitar, como  si estuviéramos en el  Buenos Aires Hardcore. El escenario se llenó de gente queriendo cantar y celebrar esas canciones, esa banda y sus nuevos himnos catárticos. La energía sucede y las inhibiciones desaparecen, todos somos amigos en un baile violento e incontrolable. El calor pega y derriba, viene en el aire, en los parlantes, en los cuerpos chocándose a un ritmo frenético y dulce, siempre con sonrisas. ¿Y si somos nosotros lo que generamos el calor? ¿Y si son esos pibes que desde arriba y desde abajo del escenario ponen en llamas cada canción? Los cuerpos sudan. Somos una gota. Somos el fuego.

Siete, ocho temas y todo termina. Problemas de sonido, el mal retorno, la energía, todo se pierde y por más que los pibes aúllen por más, la noche termina abruptamente. Cierto gusto amargo por el show corto se repite en los labios de los asistentes, pero cuando se secan la transpiración, toman aire, y descansan del furor, el murmullo habla de una explosión. Tobogán llego, explotó, se fue. Nada fue igual.

¿Cuántos de los que estaban en el publico esa noche harán una banda? ¿Cuántos llegaran a su casa y pondrán de nuevo el disco de lo mismo que acaban de escuchar? ¿Y alguien lo comparte en su muro de Facebook y le dice a un amigo la noche mágica que se vivió? Muchos. Hay un cambio, que no está naciendo ahora, si no que viene sucediendo y se encuentra en plena ebullición. Más de uno se pondrá a sacar en guitarra “Ajeno” de Mi Amigo Invencible y sentirá  que Facu Tobogán tiene la magia necesaria para quemar corazones con una canción.

Tengo la absoluta certeza de estar viviendo un momento único, vivo, que muta y evoluciona a cada instante. Cientos de bandas están rompiéndola en tantos escenarios haciendo-la realidad. Estos son artistas que dejan un legado, que están influyendo ahora mismo, en el mismo momento que están existiendo. Acción – reacción.  Estas son las bandas que escriben cartas al futuro enviando mensajes de fuerza y revolución, de música poderosa, sensible y posible, dando pruebas de un presente incendiario y de una realidad latente: Una canción puede salvar el mundo, y un puñado de ellas lo pueden cambiar.