Biffy Clyro no sorprende con su séptimo disco de estudio pero el power trío escocés revalida una fórmula, consolida algunas canciones potentes y explora el concepto de animalidad.

Por Pablo Díaz Marenghi

La elipsis es una supresión. Ya sea en cine o en literatura, es la acción de omitir una porción de texto sin que la totalidad pierda el sentido. Es una técnica narrativa que permite dinamizar un relato, volverlo más natural, mejorar su cadencia. ¿Existe la elipsis en la música? ¿Qué se puede eliminar u ocultar y para qué? En tiempos de posmodernidad, pastiches de géneros e híper abundancia de estilos, Biffy Clyro apuesta a esta herramienta para bautizar a su más reciente álbum. El trío, formado por Simon Neil en guitarra y voz y los hermanos James Johnston en bajo y Ben Johnston en batería, reúne once canciones al parecer inconexas. Algunas más intensas, otras más cercanas a la balada folk, otras al stoner, descomponiendo el presente de su instrumental sonoro. Potencia alternativa, reminiscencias a los Foo Fighters y al rock de grandes estadios, con una producción y mastering de un cuidado exquisito, conforman un disco irregular. Su sonido se vuelve muy poderoso en algunos pasajes y en otros, parecería ser que su potencial se reprime. Además, la idea de lo animal, lo salvaje, aparece con fuerza en sus letras y el imaginario que despliega esta elipsis; una especie de omisión pero que, a la vez, está presente.

Lo animal emerge ya desde la portada del disco. Los tres músicos aparecen desnudos, en posición fetal, exhibiendo su gran cantidad de tatuajes sobre un fondo blanco. El nombre de la banda y del álbum aparece en sobrias letras negras. Allí estan los tres, desnudos, como diciendo esto es lo que somos, esta es nuestra más pura esencia. Esa sería la función política de la animalidad en este disco. Uno puede deducir que, al menos en el presente, estos temas son un muestrario de lo que como banda tienen para ofrecer. Dentro de un mercado del rock cada vez más homogéneo, cuesta encontrar grupos que aporten algo distintivo. Por momentos, al escucharlos, se cuelan referencias a Nirvana, QOTSA y al punk californiano de Sum 41.

En el primer track, “Wolves of winter”, la voz de Simon Neil ya estalla lo bestial. “Nosotros somos los lobos del invierno”, ruge con la garganta desgarrada a la Dave Grohl. El sonido es más bien stoner aunque más equilibrado y armónico, como una especie de caos orquestado. “Animal Style” es una referencia explícita a esta cuestión. Con una guitarra y bajo que riffean y marcan el pulso de la canción de una forma muy post 2000, a la Arctic Monkeys, y un estribillo descendente coloreado con pianos, Neil grita sus emociones en una canción súper testimonial. “Mi cuerpo se enfría y pierdo el control” arroja y las guitarras valvulares lo complementan. Luego, en el díptico formado por “Small Wishes” y “Howl” se observan también referencias a lo salvaje. Con un comienzo casi country, casi de canción folk norteamericana que parece ajeno al disco, pide que “no le crean al cordero, creanle al lobo” en “Small Wishes” y lanza un aullido. A continuación, como para profundizar este razonamiento licántropo, llega “Howl” (Aullido). La canción más hitera y pegadiza del disco por lejos, mantiene una estructura rockera clásica de estos tiempos -estrofa, estrofa, estribillo- y expone a un hombre-lobo que no volverá a dormir y que sufre ante la dificultad de aprender. Así son las letras de Biffy Clyro: desnudas, testimoniales, descarnadas y, por momentos, metafísicas.

La intensidad oscila en todo el disco. Canciones más stoner o post hardcore (“On a bang”) con otras más acústicas (“Medicine”, una bella balada de voz y guitarra). El juego con la animalidad es notorio. Pese a esto, no parece suficiente para considerarse un hilo conductor del disco. Las once canciones por momentos parecen dislocadas, presas de un fenómeno de época en donde el formato del disco está en discusión permanente. Se nota la mano del productor Rich Costey (quien produjo trabajos como Absolution, de Muse y You could hav it so much better, de Franz Ferdinand) en la consolidación de un estilo de rock preciso, de época, relacionado al enorme paraguas del rock alternativo. Basta escuchar “Flammable” para entender de qué se trata el estilo musical que Costey ampara y que los escoceses intentaron forjar, con matices, en su álbum.

Con altibajos, el disco sale airoso por la potencia de los músicos y el cuidado trabajo en el estudio de grabación. Quedará resonando la pregunta acerca de hasta donde podrán seguir desplegando su estilo animal sin caer en deformaciones o condicionantes de época. Mientras tanto, el trío continuará oscilando entre la intensidad y la apatía, la furia y la quietud, las distorsiones y los aullidos.//∆z