Una mirada a la quinta temporada de una de las series más interesantes de los últimos años.   

Por Juan Martín Nacinovich

Con esta nueva temporada, la número cinco, Raphael Bob-Waksberg continúa explorando la fórmula que llevó a BoJack Horseman a ser, indiscutiblemente, la mejor serie de todo el catálogo de Netflix: hacer comedia desde la tragedia. Si bien es desde donde siempre se había erigido su principal estructura narrativa, en algunas entregas anteriores el tono giraba alrededor de la órbita de una comedia melancólica, con cierta amargura permanente, mientras que ahora esos bordes magullaron y la historia pasó a ser uno de esos dramas monumentales, fortificando un soberbio retrato sobre la depresión humana a través de una honestidad brutal. No van a faltar risas ni los recurrentes gags; es solo que la profundidad con la que se han encontrado algunos personajes es demasiado honda. Basta con ver el sexto episodio, “Free Churro”, un tour-de-force de un ensimismado BoJack que brilla en un monologo catártico de veinticinco minutos al lado del féretro de su madre. El ribete cómico pasa a un segundo plano. Timbrazo para la próxima temporada de premios. O qué: ¿un caballo antropomorfo no puede ganar un globo de oro?

Mediante una suerte de relato coral, nuevamente todos tienen su momento consagratorio, su capítulo personal con flashbacks, contenido biográfico y desarrollo. Hablamos de Diane Nguyen (Alison Brie), Princess Carolyn (Amy Sedaris), Mr. Peanutbutter (Paul F. Tompkins), el propio BoJack (Will Arnett), naturalmente, y, en menor medida, Todd Chavez (Aaron Paul).

BoJack, en esta temporada, consiguió el papel protagónico de una nueva serie online (atentos al siguiente link, que puede haber novedades: WhatTimeIsItRightNow.com) dirigida por el pedante Flip McVicker (Rami Malek, a.k.a. Mr. Robot y, en estos días, Freddie Mercury). Philbert narra las peripecias de un detective perturbado y neurótico con un halo de misterio alla Rust Cohle rebajado con whisky Criadores. Lo sustancioso, además de que BoJack vuelve a trabajar en algo relativamente grande después de Secretariat y Horsin’ Around (la tira noventosa con la que consiguió el estrellato), es que sus vidas parecen funcionar de forma espejada. Hay un juego entre la vida real de BoJack y de Philbert. El primer elemento canónico que desaparece en esta entrega, salvo por excepciones contadas, es el outfit de BoJack: ya no lo vemos con sus zapatillas rojas, jeans, el sweater a tono y el blazer gris. Ahora viste como Philbert, dentro y fuera del set. Su casa en las colinas de Hollywoo (así, Hollywoo), en efecto, está recreada dentro de la ficción detectivesca. Entre exceso de opiáceos y alcohol, BoJack no distingue la vida real de la ficcional y entra en un bucle vicioso, egoísta e irascible. Si durante los primeros dos episodios se intenta alejar de la misantropía y muestra vestigios de redención y de auto superación, rápidamente este crecimiento es desactivado. ¿Puede nuestro caballo depresivo mejorar verdaderamente o va a cargar con su cruz para siempre? ¿Hay esperanza, por más difusa que sea? Por momentos parece que, si no lo arruina todo sin querer, lo va a arruinar a propósito.

Diane y Mr. Peanutbutter atraviesan sus respectivos períodos post ruptura amorosa. Al principio de la temporada, en el capítulo “Dog Days Are Over”, ella se escapa a Vietnam con la excusa de elaborar una lista para la web feminista en la que colabora, Girl Croosh, con diez razones para viajar al sudeste asiático. Allí termina de romperse por completo y vuelve deshecha, vencida. De vuelta en Hollywoo, toma la iniciativa en los guiones de Philbert con el propósito de sacarle la masculinidad al show. La relación de Diane y BoJack es ambigua. Ella está secretamente enamorada de BoJack; probablemente él lo sepa, incluso también lo esté de ella, pero el nivel de autodestrucción que puede generar ese combo en un lazo de esas características podría ser letal e irreparable. Por eso, más que nunca, se afianza su amistad. Se necesitan mutuamente, se conocen el uno al otro mejor que nadie. Por otro lado, el labrador más lindo de todos se hunde en un pozo de inseguridades y toma noción de cómo siempre reincide en lo mismo, “conociendo mujeres increíbles y destruyéndolas por completo”. En uno de sus flashbacks se revelan algunos misterios de temporadas anteriores, como por qué Todd empezó a vivir en la casa de BoJack; o sobre las fiestas de Halloween, que, por una confusión de hace veinticinco años atrás, Mr. Peanutbutter siempre hace las veces de co-anfitrión en la casa de las colinas.

Aunque el arco de Princess Carolyn no vislumbra un crecimiento considerable como el de Diane, la gata continúa siendo el costado más maduro del show. Frente a todo pronóstico negativo, sigue con su búsqueda de ser madre a pesar de vivir en un mundo tóxico y estresante que demanda de sus servicios 24/7. Lo ayuda a BoJack cuando se transforma en un ícono feminista que va a distintos canales de televisión para apoyar el #MeToo. Y, si bien BoJack aprovecha el envión en parte para salir bien parado de la situación, también intenta deconstruirse y crecer. Todd es un personaje interesante que no logra terminar de ensamblarse en su totalidad con el resto del elenco. Si antes funcionaba como un ladero de BoJack, para bien y para mal, ahora forma un vínculo más sólido con Princess Carolyn, mientras rectifica su condición de asexual y explora ese mundillo (¿Hay, acaso, otra serie actual que tenga entre sus filas a un personaje asexual?). Todd está en la búsqueda de alguien, incluso de algo. En una de esas vueltas insólitas del personaje, consigue un puesto jerárquico en una empresa mientras paralelamente crea un robot sexual para satisfacer a su ex novia. En otro giro paródico, el robot escala posiciones velozmente en la misma empresa hasta convertirse en su CEO.

Con el avance de la época dorada de la televisión, el boom de los antihéroes se fue consolidando poco a poco con una serie de protagonistas de elite: Tony Soprano, Vic Mackey, Walter White, Don Draper. Esa idea del modelo a seguir, de ser adulado a pesar de las atrocidades que pueda llegar a cometer, pisó fuerte y se instauró en el imaginario colectivo. BoJack es más miserable que nunca, su destino parece marcado, y en cada decisión que toma, en cada acción que comete, hay serias consecuencias. No solo puede acabar con la carrera de cualquier colega, compañero de set o famoso de Hollywoo, sino también con la vida de alguien. No olvidemos a Sarah Lynn en la tercera temporada. Ahora, ¿por qué BoJack no puede ser tan grande como Draper o W. W.? Ya se ha demostrado con anterioridad la humanidad que pueden tener algunos trabajos de animación o CGI (Computer-generated imagery), si no vean la última trilogía del Planeta de los Simios, Archer o Anomalisa de Charlie Kaufman. BoJack Horseman (la serie) y BoJack (el personaje) están en constante metamorfosis, evolucionando –e involucionando– mientras sobreviven en un mundo hostil, tan glamoroso como vacío, cargado de oscuridad, inseguridades, excesos y adicciones. Nadie parece ser feliz y todos tienen comportamientos autodestructivos, saboteadores. BoJack Horseman es más que una de las mejores series de animación. Es una serie emocional pero sobre todo excesivamente humana. A través de una narrativa de calidad y un poder innegable de reflexión logra incomodar e interpelar. Guardando las debidas proporciones, todos alguna vez estuvimos en los zapatos de cualquiera de sus protagonistas. La temporada finaliza sobre el asfalto ardiente en una secuencia inmejorable. Sobre una paleta de colores cálidos suena de fondo “Under The Pressure”, de The War on Drugs. El mensaje sigue siendo el mismo: no importa hacia donde te dirijas, nunca podrás escaparte de vos mismo. //∆z