El filósofo y docente analiza la serie distópica más destacada de los últimos tiempos e intenta aportar algunas claves para comprender los grandes dilemas del mundo digital, el avance tecnológico y la virtualidad de la existencia

Por Pablo Díaz Marenghi

Cuando se estrenó la serie creada por Charlie Brooker se dijo, como bien menciona el autor de estos libros, que tenía el mérito de “problematizar lo contemporáneo”. Como ninguna otra, Black Mirror logró verter la sal en la herida más podrida del ser humano promedio: su relación con la tecnología, más estrecha que nunca, que deviene en un vínculo cada vez más cyborg.

Esteban Ierardo (filósofo, escritor y docente de la UBA) le dedicó casi cuatrocientas páginas al análisis pormenorizado de esta ficción. Una excusa para ahondar en la adicción a la tecnología, los límites de la humanidad, el posthumanismo, los peligros de las soluciones técnicas, el avance de la digitalización de la vida, el poder de los algoritmos y la amenaza de un presente que se parece cada vez más a los futuros posapocalípticos que imaginó Philip K. Dick.

Podemos recordarlo todo por usted

En Sociedad Pantalla: Black Mirror y la Tecnodependencia (Ediciones Continente) Ierardo realiza un análisis pormenorizado e interdisciplinario de cada episodio de las primeras tres temporadas. Por ejemplo, en el apartado referido a “Oso Blanco” realiza una lectura en clave foucaultiana; una exégesis posible del capitalismo tardío en torno a los dispositivos de encierro, vigilancia y control.

En “El momento Waldo” cruza la sociedad del espectáculo (Guy Debord), la videopolítica y 1984 de George Orwell al afirmar: “La criatura de la política como espectáculo adquirió vida propia. Se convierte en símbolo de la anulación totalitaria de la política democrática en clave orwelliana, como consecuencia de la eficacia extrema del espectáculo político para manipular las emociones y construir poder”.

El autor realiza un paralelismo obvio, pero no por eso menos acertado, con Dimensión Desconocida (al fin y al cabo, no deja de ser un relato de ciencia ficción distópica0,) y resalta su cualidad de incomodar hasta el punto de desagradar al espectador.

En el epílogo, el autor teoriza a partir de la tecnodependencia que se expone en los mundos creados dentro de los episodios (“¿Tecnoadictos dentro de la matrix contemporánea, o libres exploradores de lo que nos ofrece la cultura digital?”) y se atreve a arrojar su propio pronóstico: “Quizá, las huellas más hondas del sufrimiento, de la emoción estética o la pasión, jamás podrán ser extrapoladas a un lenguaje informático”.

Este espejismo pasará…

En Mundo Virtual: Black Mirror, Posapocalipsis y Ciberadicción (Ediciones Continente), la excusa es la cuarta temporada y el foco está puesto en la tecnorealidad, la era virtual, el ciberespacio. Sostiene Ierardo, y su exposición es evidente, que cada vez es mayor la atención que uno le presta a la existencia intangible, informatizada y tecnificada. El transcurrir en el  mundo online se vuelve tanto o incluso más importante que el offline. De este modo, toma a Black Mirror como una “ficción extendida” que le permite analizar ventajas y desventajas de dicho vínculo humano, inherentemente relacionado con lo que el autor llama “capitalismo algorítmico”. Sentencia: “en este sistema, los individuos son datos”.

Respecto a lo virtual, el autor aclara que no hay que reducirlo tan solo a la llamada “realidad virtual”, sino que abarca “un modo de presencia introducido por las imágenes o representaciones ya desde la prehistoria”. Y agrega algo que será fundamental a la hora de comprender su análisis: “lo virtual no es lo irreal, sino un nuevo tipo de realidad construida por el homo sapiens que se agrega a la historia”.

En su reflexión se cuela el transhumanismo, la posibilidad de la clonación y manipulación genética, el entretejido de una red mundial de vigilancia, la memoria artificial, la ciberadicción, y la era digital entendida como un “teatro digital del yo” —el ejemplo mayor de esto son las redes sociales—. Estos conceptos son abordados en detalle en la primera parte del libro. Ierardo recurre a la literatura, el cine, la filosofía, el arte y a investigaciones científicas contemporáneas para argumentar las hipótesis que elucubra a partir de la serie. ¿Es posible encontrar una solución técnica al problema de la muerte? ¿El ser humano va camino a convertirse en un cyborg combinando su humanidad con las máquinas? ¿Es la adicción a los teléfonos celulares algo, más bien, ancestral que se hereda de la adicción a ciertos ritos?

También desmenuza cada capítulo de la cuarta temporada alrededor de conceptos que engloban a la ficción como la dominación (“USS Callister”), la vigilancia/el control (“Arkangel”), la tragedia Shakesperiana (“Crocodile”) o la intervención de los algoritmos en la vida cotidiana (“Hang the DJ”).

Una mirada a la oscuridad

Mundo Virtual es más complejo e, incluso, más abarcativo que su predecesor. Aquí Ierardo va más allá de la ficción creada por Brooker. Más allá de las tramas y subtramas, explora el meollo del asunto. Así como la serie se especializa en remover las tripas del espectador hasta la incomodidad (que lo toca bien de cerca), Ierardo produce el mismo efecto con su análisis filosófico pero, a la vez, transdisciplinario. Empuja al lector a una reflexión honda sobre su accionar cotidiano. Invita a la meditación en torno a la omnipotencia humana. Algo que, por momentos, pone al ser humano en el lugar de un dios creador que todo lo puede a través de la virtualidad o el desarrollo tecnológico. Algo que el autor cuestiona en varios pasajes.

Sobre el final, arriesga algunas hipótesis acerca del futuro de una humanidad que es cada vez más post-humana y alerta al afirmar que, más allá de cualquier prótesis tecnológica y ciber-realidad, el ser humano nunca deja ni dejará de ser materia en un espacio y un tiempo determinado. Afirma: “Somos biología, aire, agua, moléculas, sangre. Pero también espíritu, mente, pensamiento, densidad enigmática. La tecnología, aún la informática y virtual, es continuación y transformación de procesos naturales”. Respecto a esto último, sería interesante indagar respecto a la mirada del autor sobre “Bandersnatch”, la más reciente entrega de Black Mirror, película interactiva en donde es el público quien interviene y define el avance de la trama: serie, plataforma de streaming y espectador se fusionan concretando una experiencia netamente cyborg.

En uno de los epílogos, Ierardo vislumbra un hálito de esperanza aunque sin un atisbo de condescendencia: “Las pantallas pueden ser ventanas y no espejos negros, mientras no nos olvidemos de que, fuera de lo virtual, la vida no viene de los dispositivos. Nos llega desde el espacio que ninguna captura de pantalla reemplazará”. Que así sea.  //∆z