Ante una extasiada multitud en Zaguán Sur, Poseidótica volvió a desplegar sus estaciones de batalla a puro prog rock.

Por Sebastián Rodríguez Mora

Fotos de Florencia Videgain

Viernes en ZAS, el desvencijado antro preferido. Esta vez no habrá un desfile de bandas ni festivales con nombres cada vez más estrafalarios. Esta vez sólo será Poseidótica y nosotros. Ese nosotros incluye a la media cuadra de fila en la puerta a casi una hora de comenzar el show, segunda luna del Ciclo Oui Oui Records. Solos y de noche, como les gustaba a Los Redondos.

Pasada apenas la una de la mañana suena “Anfibio”, después de la ovación del público que colmó sin apretujarse el lugar, dando el kick inicial al viaje. Esa canción nos miente, nos trae un arpegio hermano al querido Dark Side of the Moon y repentinamente Walter Broide invade los cuerpos de la batería y los hace nuestros cuerpos, para molernos a palos. Con “Hidrofobia” ocurre lo mismo, la estructura del comienzo es el soundtrack previo a que comience la escaramuza espacial, hasta que todo el paisaje de nebulosas y estrellas distantes se encienda de explosiones y deadly gamma rays.

Pero vale aquí una aclaración: la mayoría de los asistentes del pasado viernes, así como aquellos que se hicieron el tiempo de escuchar los discos de la banda, entienden que Poseidótica es viaje inter e intragaláctico. El sistema neuronal reproduce el cosmos, lo micro es lo macro, todo es cuestión de proporciones. Las batallas que sus canciones inspiran pueden ser parte de las luchas propias entre imperios mentales: la voluntad, el deseo, la dejadez, la insensibilidad, el amor/el odio y sus lugartenientes. Imaginen las hordas de zancudos Meltrandi de la ociosa princesa Dejadez emboscando en una esquina de la galaxia al “Macross” de la voluntad. O la sangrienta y confusa lucha del deseo y el amor, en los páramos asteroidales del Cinturón Irreponsable. Y tenemos backup para nuestras ensoñaciones, porque dentro del marco de la barely legal invasión de la intimidad facebookera, el gran Hernán Micieli –uno de los dos violeros, junto a Santiago Rúa- tiene una foto de Maximilian Sterling, el piloto de la cabellera azulada en “Robotech”, una especie de escudero de Rick Hunter, el japonés con más onda de nuestra infancia. Robots, minas, valor. O el Tom Misaki de Oliver Atom. De paso el cronista demuestra que aún retiene algunos nombres de Súper Campeones” también, para total emoción y retorno a las tardes de Magic Kids en el cable de los noventas.

Volviendo al escenario de ZAS, el cuarteto ya transpiraba la camiseta montados en el desbocado caballo matemático de “Elevación”. Sin parte de los juegos de sintes que tiene en su versión de Crónicas del Futuro, el ritmo destructor del bajo de Martín Rodríguez y la batería de Walter Broide con sus redobles al palo aflojan empastes, pernos y coronas. Con esa técnica de tocar paralelo, siendo zurdo y disponiendo los platos y cuerpos como diestro, lo hace parecer una araña, que transpira a chorros la vida en una mueca entre dolor, placer y éxtasis. Santi Rúa –“¡dale Pep Guardiola!” le gritan del fondo- y Hernán Micieli cruzan miradas cómplices, disfrutando el poder entre las manos. Martín levanta el puño cada vez que hay un corte para demostrar que están surfeando el tsunami del rock. Un tsunami estudiado, ensayadísimo, matemáticamente perfecto. Otra definición ronda por ahí: Poseidótica, en la estela del rock progresivo hace de la estructura una estética sobresaliente.

Hay tiempo para temas nuevos, que se cuelan entre el repaso de los tres discos existentes. Se viene para 2014, según nos comentaron luego los protagonistas, un nuevo álbum, que seguramente incluirá las cuatro que presentaron. Una de ellas es la maniobra previa de “La Nave Nodriza”, que surcando los despojos de “La Resistencia” cargó las coordenadas para el viaje a hipervelocidad hacia el fin de la noche. Y subidos a la cubierta de despegue, enfundados en sus trajes de acordes espaciales, se despidieron con “Xantanax” (el primo astronauta de Abraxas, de Santana) mientras la multitud coreaba las violas, y “Dimensión Vulcano” barrió a todas y todos con el empuje de su reactor nuclear.

La nave partió, hacia nuevos horizontes y perspectivas. A todo esto, algún distraído podrá chistar: “este se olvidó de hablar del cantante, no dijo nada de las letras”. Muchachas y muchachos, Poseidótica no canta. No hay una sola palabra, ni sugerida, ni sampleada, nada. No hay otro lenguaje en su música que no sea la de los instrumentos, una extensión de sus corazones y mentes.