Una biografía no autorizada sobre el femicida Ricardo Barreda, el primer libro de Celina Abud, una serie de relatos de Rodolfo Walsh y Roberto Arlt, una novela de Juan Carlos Onetti y otra sobre Esteban Echeverría forman parte de esta selección de obras que recomendamos leer.

Conchita: Ricardo Barreda, el hombre que no amaba a las mujeres, de Rodolfo Palacios  – Editorial Planeta

“No sigo los casos policiales, me quedo con las películas de Truffaut”. La frase no es de algún crítico de cine snob sino de Ricardo Barreda, personaje tristemente célebre por haber asesinado en 1992 a escopetazos a su mujer, suegra e hijas. Condenado a perpetua en 1995, se volvió un símbolo de la misoginia extrema pero el móvil del crimen que expuso (el acoso permanente de estas cuatro mujeres, cuyo detonante habría sido el apodo “Conchita”) lo convirtió, para cierto sector, en una especie de héroe masculino. Mucha gente lo aclamó y hasta se le dedicaron canciones (“Barreda´s way” de Attaque 77 es la más célebre). En Conchita, el periodista de policiales Rodolfo Palacios describe el después de Barreda, su costado más humano e intenta desentrañar la complejidad alrededor de por qué hizo lo que hizo. Uno avanza con ritmo vertiginoso por las 200 páginas de esta biografía no autorizada y descubre a un Barreda conmovido por la luna llena, amante del cine clásico, de novio con Berta (a la que le dice gorda y la critica siempre que puede), se lo ve dando interminables caminatas por la ciudad, riéndose con Violencia Rivas o probando sushi y confesando que “perdió el sentido del gusto”. Palacios comparte cenas y varias charlas con el protagonista de esta historia. Este libro es fundamental para aproximarse a la mente de un asesino serial que se convirtió en un ícono pop y entender (aunque nunca justificar) las raíces que erupcionaron en aquella tragedia. Las secuelas de la cárcel emergen en cada frase dicha, en cada silencio incómodo, en cada pieza de sushi sujetada con torpeza por el dentista, como puede.

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Alguien con quien hablar, de Celina Abud – Crack-Up

Una lupa que se deposita sobre la vida de una mujer en diferentes momentos (¿Hace cuánto no nos vemos?). Un casi treintañero que conversa con un cuarentón acerca de tatuajes y amores frustrados mientras intentan hacer una tesis (“Las agujas”). Una joven judía que se indigna con las esvásticas marcadas con rayones de llave en el ascensor de su departamento en el barrio del Once (“Alguien con quién hablar”). Estas imágenes son las excusas narrativas que utiliza Celina Abud para construir su universo literario. Con una prosa que fluye, casi sin vaivenes, que se nutre de la academia, la música, la nocturnidad y la cultura pop, construye su propio obsesionario. ¿Qué significa enamorarse? ¿Cual es el peso de la soledad en una urbe gentrificada? ¿Cuánto afecta la mirada de los otros? ¿Las esvásticas aún cargan con el peso simbólico del nazismo o cayeron ante la banalidad del mal millenial? En estas tres nouvelles (o cuentos largos) los personajes dudan, temen, parten sin saber bien qué es lo que están haciendo. La autora expone las preocupaciones de una generación: los jóvenes profesionales, o que intentan serlo, que luchan día a día contra la imposibilidad, se endeudan y le tienen miedo a crecer. Mientras tanto se emborrachan, hablan de Hitler y se entregan a un amor que es tan apabullante como efímero.

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El país del río: aguafuertes y crónicas, de Roberto Arlt, Rodolfo Walsh Ediciones UNL / EDUNER

Dos editoriales universitarias se unieron para rescatar los escritos de dos plumas argentinas fundamentales. Justamente, porque afectan a sus territorios: Arlt y Walsh, casi estandartes del periodismo narrativo y las letras argentinas del siglo XX, recorrieron el delta del Paraná en diferentes épocas y supieron retratarlo a su manera. Arlt a bordo de un barco, iba parando de pueblo en pueblo de Corrientes, Chaco y alrededores haciendo hablar al ciudadano común. Las señoras que barren la vereda, la descripción de las casas coloniales y del paisaje se asemeja al estilo que supo forjar con sus aguafuertes, aunque aquí la geografía tan particular lo revitaliza. Rodolfo Walsh se mete en un leprosario. El culto a San La Muerte. Relata incursiones al Iberá como fragmentos de una novela de Sandokán. Fue uno de los primeros en dejar testimonio de las peligrosas palometas. En “La Argentina ya no toma mate” denuncia la crisis que vivían los yerbateros en 1966. Le da voz a los inmigrantes japoneses que llegaron a Misiones augurando un futuro mejor que fue tan solo una promesa que se materializó en tierra colorada. “El país de Quiroga” es una crónica formidable que retrata el paso del gran escritor por el delta. La edición incluye fotografías originales y un estudio previo a cargo de Cristina Iglesia en donde concluye: “Arlt y Walsh se vuelven (…) pasajeros intuitivos del río, escritores metonímicos del agua. Historia y memoria, imagen y palabras: la zona vuelve a ser nuestra a través suyo”.
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El astillero, de Juan Carlos Onetti – Eterna Cadencia

Esta novela es una crónica de la derrota de Larsen, mejor conocido como Juntacadaveres, protagonista de la trilogía de Santa María construida por el autor uruguayo. Su universo literario tiene su epicentro en este paraje rural en donde sus personajes padecen del dolor de la vida hasta lo más hondo de sus huesos. Larsen vuelve, luego de haber sido expulsado por el gobernador, y se suma a un astillero venido a menos (propiedad de Jeremías Petrus, su némesis) a trabajar como empleado. Larsen se gana la confianza a cuentagotas de sus dos compañeros, y de la esposa de Gálvez, el director administrativo, una mujer embarazada con la que vive en un tugurio. Juntacadáveres se irá enterando, de a poco, de secretos cada vez más macabros, maniobras oscuras -matufias- que se desarrollaron para mantener la existencia del astillero. Uno de estos hallazgos será el as bajo la manga que guardará el protagonista de esta historia casi hasta sus últimos días. Su final será trágico y habrá momentos para la irrupción del amor, la muerte, la soledad y el deseo. Todo al ritmo de la prosa onettiana que supo darle un ritmo propio a la retorica rioplatense. Oraciones largas, que a veces abruman, pero que intentan contagiar la sensación de agobio de este pequeño universo. El autor construye personajes sinceros, desesperados, y una geografía salvajemente cotidiana que lo devora todo.

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Echeverría, de Martín Caparrós – Anagrama

Existe una preocupación por la patria, por definir una tradición argentina tanto literaria (en la que Echeverría se propone fundante) como política. En ese contexto se cruza con Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez. A sus jóvenes 25 años se reconoce como alguien que no está contaminado por las “viejas costumbres, los hábitos retrógrados” y bajo el influjo de su educación europea se propone llevar las riendas de la patria, mientras combate a los fantasmas de su propio pasado. Es evidente su preocupación por ser un hombre influyente. Se preocupa por ser leído, comentado, por ser un self- made-man , como analiza Caparrós en “Problemas” -una suerte de apostillas que cortan la narración y contextualizan la figura histórica de Echeverria a modo ensayístico- un intelectual como lo había sido Voltaire en Francia, en tiempos en donde la política era llevada adelante por curas, abogados y militares. Lleva el romanticismo a estos suelos como un insumo para forjar una identidad propia. Caparrós intenta, a través de la figura del fundador de la literatura Nacional, pensar la Argentina; sus aciertos, sus errores y sus locuras. Su mirada es ácida, cargada de decepción aunque, también, de desconfianza ante cualquier manifestación popular, de descrédito ante el accionar de Rosas (antagonista silencioso de esta novela). “La historia sirve, sobre todo para entender que todo será historia” dice Caparrós mientras cuestiona la democracia “de delegación y mercado”. El matadero, que inspirará su cuento más celebrado y fundante, se le aparece como “un teatro de la tragicomedia patria”. Una radiografía de un personaje atractivo como pocos.//∆z

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